Por: José Luis H.

La historia de Latinoamérica es una historia cruel, manchada a cada párrafo de sangre, injusticia y un común denominador: las dictaduras. Tristemente, el azar y las circunstancias (y EEUU) casi siempre favorecieron a los traidores y algunos terminaron sus largos mandatos en el lecho de muerte, rodeados de sus seres queridos.
     Si bien los atentados contra Pinochet fallaron, y los herederos de Fulgencio Batista aún viven en la opulencia, siempre nos quedará la burla para cobrar venganza, aunque sea simbólica, por sus terribles actos.
Las tumbas de estos personajes quedan muy lejos como para ir a orinar sobre ellas, y dudo que me dejen visitar a Videla en su encarcelamiento para escupirle en la cara, así que decidimos buscar y poner en evidencia a los dictadores latinoamericanos más tontos, ridículos o excéntricos.
Los estándares de esta búsqueda eran altos. Sabemos que Jorge, el hijo de Fulgencio Batista, pidió ser enterrado con las cenizas de sus perros, bajo la estatua de un caballo; sabemos que cuando Juan Vicente Gómez “El Gato” murió, toda Venezuela esperó un par de días para festejar su partida, pues creyeron que éste era un plan para evidenciar a sus detractores.
No, para esta lista buscamos esas anécdotas de locura, tan absurdas que el guionista de las más inverosímiles aventuras de Marvel se negaría a imitar. Todos ellos eran hijos de puta, bailemos sobre sus tumbas.

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Rafael Trujillo, dictador de República Dominicana

En 1916, Estados Unidos tomó el control de República Dominicana, porque así son ellos. Trujillo, todo un patriota, logró impresionar a los norteamericanos y llegó a ser general en sólo nueve años. En 1930, durante una rebelión contra el presidente Horacio Vázquez, Trujillo firmó un acuerdo con los rebeldes y, mientras ellos marchaban para ocupar la capital, él los dejó pasar. Se llamó a elecciones presidenciales extraordinarias, Trujillo participó como el único candidato y, en el fraude electoral más inútil de la historia, ganó en una elección dónde hubo más votos que votantes.

Hasta entonces Trujillo perdió el control. Le puso su nombre a puertos, ciudades, carreteras, y hasta Pico Duarte, la montaña más alta del país, fue renombrada como Pico Trujillo. Hizo construir en “Ciudad Trujillo” (que era la capital, pero nadie pensó en la confusión que resultaría de cambiarle el nombre a las cosas) un anuncio eléctrico que decía “Dios en el cielo. Trujillo en la tierra”, dicho popular que luego las iglesias fueron obligadas a adoptar.

¿Han visto cómo las familias mexicanas ahorran cada generación para celebrar los quince años de sus hijas? Pues, para coronar como reina a su hija, Trujillo organizó la “Feria de la Paz y Fraternidad del Mundo Libre”, un evento que duró un año y costó un tercio del presupuesto de República Dominicana. En este mismo evento, su esposa fue honrada con el título de “escritora y filósofa”, e incluso fue propuesta para el premio Nobel de literatura. El Nobel no le fue otorgado porque, dato curioso… espérenlo… su esposa no sabía leer ni escribir.

Finalmente, el treinta de mayo de 1961, Trujillo fue asesinado en un plan que incluía a siete personas. Su familia le dio caza a los asesinos y lograron ejecutar a seis de los conspiradores. En noviembre de ese año, una rebelión popular, y la amenaza de una nueva invasión norteamericana, hicieron huir a la familia de Trujillo. En 1965, un hombre tomaría la presidencia de República Dominicana, su nombre era Antonio Imbert Barrera, el único sobreviviente del plan para matar a Trujillo.

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François Duvalier, dictador de Haiti

François Duvalier, mejor conocido como Papa Doc, vivió en carne propia los horrores de la ocupación norteamericana, creció con una clara conciencia de clase y un gran amor por su país. Luego de una activa lucha social, de huir de sus enemigos y apelar a la mayoría negra de Haiti, ganó las elecciones presidenciales de 1957.

Su primera acción como presidente fue desterrar a sus opositores.

En 1959 sufrió de un ataque cardiaco que lo dejó en coma por nueve horas. Despertó con un claro daño cerebral y su primera orden fue arrestar a su sucesor temporal, Clement Barbot. Barbot fue detenido, luego liberado y luego fue ordenada su muerte. En algún momento de la historia, uno de los hombres de Duvalier le dijo que Clement Barbot se había transformado en un perro negro, y Duvalier debió haber dicho “claro, eso tiene sentido”, porque fue ordenada de inmediato la ejecución de todos los perros negros de la isla. Tiempo después Barbot fue asesinado, y ni una palabra de disculpa se ofreció a los miles de perros que resultaron no ser Clement.

En un incidente sin relación, Duvalier ordenó traer la cabeza de un soldado rebelde para efectuar un ritual Voodoo y hacerse inmune con su espíritu. Se sabe que Papa Doc también mandó hacer agujeros en las paredes de las salas de interrogación para ver a los detenidos mientras los sumergían en baños de ácido sulfúrico.

Poco antes de morir, Duvalier declaró que él había conjurado una maldición Voodoo sobre John F. Kennedy, por lo cual él era responsable de su muerte, y que incluso había mandado a recolectar el aire de la tumba de Kennedy para usarlo en un conjuro y controlar su alma. Por suerte para John F. Kennedy, Papa Doc murió poco tiempo después, en 1971, y un largo suspiro de alivio se escuchó en toda Haití.

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Mariano Melgarejo, dictador de Bolivia

La historia de Melgarejo sería muy divertida si no se adivinara entre risa y risa la muerte de muchos ciudadanos inocentes. ¿Qué digo? El tipo era un hijo de puta, pero sabía hacer de la tiranía un chiste.

Mucho antes de convertirse en el jocoso dictador boliviano que todos recuerdan, era una clase extraña de revolucionario. En 1854 participó de una revuelta militar contra el dictador en turno, Manuel Isidoro Belzú (recuerden ese nombre). Fue capturado y sentenciado a muerte por traición a la patria. Mientras fusilaban a sus compañeros, Melgarejo rogó por su vida, culpó a su alcoholismo por su mal comportamiento y juró nunca volverlo a hacer. Curiosamente, un grupo de mujeres rogó también por su vida, y Belzú lo perdonó.

Años después, Mariano Melgarejo se haría del poder de Bolivia. El discurso con el que iniciaba su mandato no era muy alentador. Una de sus líneas decía “Gobernaré Bolivia hasta que me dé la gana, y si a alguien no le gusta, lo haré matar a palos en la Plaza Murillo.”

Aquí es donde la historia se pone interesante. Manuel Isidoro Belzú, que había estado diez años en Europa, al oír que Melgarejo salía en una gira de inspección por el país, volvió a Bolivia y tomó el mando de las tropas que aún le eran fieles. Melgarejo volvió para encontrarse sin municiones y superado en número, así que pidió rendirse ante Belzú. Durante un acto público, fue escoltado hasta el palacio presidencial, donde logró escabullirse hasta el despacho de Belzú y matarlo de dos tiros en la cabeza. Afuera, en la Plaza Murillo, la gente gritaba “¡Viva Belzú! ¡Viva el tata Belzú!”. Melgarejo salió al balcón con el cadáver y exclamó: “Belzú está muerto, ¿Quién vive ahora?”, ante lo cual, desafiando toda lógica, la gente comenzó a gritar “¡Viva Melgarejo! ¡Larga vida a Melgarejo!”

Melgarejo estaba loco, era el tipo de hombre que manda fusilar a su uniforme por apretarle el cuello. Tiempo después, sostenía una reunión en el segundo piso del palacio de gobierno. Seguro era una reunión muy aburrida, pues mandó llamar a la guardia presidencial y le ordenó marchar de frente a un balcón. Lo que me sorprende de esta anécdota, es que no hay testimonio de un sólo soldado que mencionara el hecho de que estaban en el segundo piso. Ellos simplemente marcharon y, como no les fue dada la orden de parar, cayeron a la plaza Murillo, donde algunos huesos se rompieron, pero nadie murió.

Melgarejo era un hombre con suerte. Durante una parada militar había comenzado a llover, y él ordenó que su artillería disparara contra las nubes. Algún oficial ejecutó la orden, temeroso por lo que le sucedería si por alguna extraña razón los cañonazos no detenían la lluvia… pero lo hicieron, luego de unas rondas de artillería, la lluvia paró, para asombro de todos, excepto de Melgarejo.

Melgarejo era un romántico. Sucedía que estaba borracho en su oficina, cuando llegó a verlo una mujer llamada Juana Sánchez. Ella rogaba por la vida de su hermano, Aurelio Sánchez, que estaba condenado a muerte. Juana volvió tres días después a su casa, con dos noticias: a Aurelio Sánchez no sólo le perdonaron la vida, también lo ascendieron a general, y Juana Sánchez era la nueva esposa de Melgarejo.

Melgarejo era un hombre refinado. Más allá de la anécdota que lo pinta sosteniendo un periódico al revés, porque no sabía leer. Melgarejo estaba obsesionado con París, pues era la ciudad preferida de nobles y mandatarios iletrados que decían tener clase, algo así como Los Ángeles, hoy en día. En 1870, cuando se enteró de que Prusia había invadido Francia, ordenó a uno de sus generales que mandara tropas a reforzar la defensa de París. Su general tardó un poco en explicarle las dificultades técnicas que supondría cruzar selvas, acantilados, ríos… ¡y el puto Océano Atlántico! Melgarejo respondió enojado, como era su costumbre: “¡No sea tonto! ¡Tomaremos un atajo!”

Sin duda, su episodio más divertido ocurrió luego de un incidente diplomático que provocó su cuñado, Aurelio Sánchez, al perseguir a unos fugitivos que habían escapado a Brasil. Melgarejo lo hizo llamar para que se disculpara, cuando lo tuvo enfrente le dijo: “Has de saber que a mí, Dios no me niega nada.” “Lo sé”, respondió Aurelio. “Muy bien. Siéntate y escribe lo siguiente,” ordenó Melgarejo, “Al Supremo Creador del Universo, dos puntos…” algo extrañado, pero obediente, Aurelio escribió cada palabra. “… El portador de la presente…” “¿Portador, excelencia?” preguntó Aurelio. “Sí”, le respondió Melgarejo, “Esta tarde te mando fusilar, pero con esta carta seguro vas al cielo.” Aurelio Sánchez cayó desmayado, y su hermana tuvo que interceder por él.

Finalmente, como no hay mal que dure cien años, ni pueblo que se deje, en 1871 se levantó la gente de La Paz, y Melgarejo fue expulsado a Perú. En el exilio todos sus amigos lo negaron; su esposa, que se había enriquecido a costa de las arcas de Bolivia, se negó a recibirlo, y Melgarejo finalmente fue asesinado por aquel a quien le perdonó la vida dos veces: su cuñado José Aurelio Sánchez.

Putos, todos ellos.