Si un alien bajara mañana a la Tierra para estudiar a la raza humana, regresaría a casa convencido de que somos una raza de ingeniosos primates con una profunda devoción por un dios al que llamamos “amor”. Tenemos otras deidades, con sus iglesias, figurillas y sus sombreros, pero a ninguna le escribimos tantas canciones, le hacemos tantas películas y le dedicamos tantas horas de trabajo como al amor. Hasta Jehová es reducido a la figura de una vil metáfora cuando decimos que “Dios es amor.”

Como Rigo. Ergo, Rigo es Dios. ¡A fuego!

Como Rigo. Ergo, Rigo es Dios. ¡A fuego!

Cada fin de semana, o cuando nuestras apretadas agendas lo permiten, nos reunimos en bares y cafés a celebrar estos extraños rituales a los que llamamos citas, con la esperanza de que uno de estos encuentros con otro cuerpo y otra visión del mundo nos lleven a una especie de paraíso en la Tierra. Y vivir felices para siempre.
La tecnología nos ha revelado el verdadero objeto de nuestra adoración. El amor tiene una app, Dios no.
Tinder es un arma de doble filo que nos expone a cuerpos e ideologías aún más raros que nuestros conocidos y, como en una casa de espejos, nos muestra en esas miradas, esperanzadas y escépticas, una versión distorsionada de lo que alguien nos contó que era el amor.
¿Por qué hay tanta gente tan equivocada? O mejor dicho, ¿por qué nuestra propia idea de lo que DEBE ser el amor es tan extraña para otras personas? Buscando, por lo menos, algo de compañía, nos hemos encontrado con que estamos solos dentro de nuestras propias cabezas, con nuestras propias nociones de lo que significa el amor, tratando de reconciliarlas con las de alguien más e improvisar juntos una especie de plan que funcione para ambos… ¡PARA SIEMPRE!

"Ahora sí voy a durar para siempre."

“Ahora sí voy a durar para siempre.”

Si tu plan fuera abrir un restaurante y ser un chef por el resto de tu vida, por lo menos irías a una escuela de cocina. Por alguna razón, el amor no tiene escuelas, todo lo tenemos que aprender en la práctica, confiando en nuestros instintos.
“Echando a perder se aprende” dice el dicho, pero es mucho menos grave arruinar un pastel de tres leches que una relación, con otro ser humano que respira y siente igual que tú. En el mejor de los casos, ambos rompen su corazón y las bolas de quien los lea tristeando en Twitter; en el peor, ambos siguen el camino de su orgullo hacia esa rutina de resentimientos a la que, enfrente de sus amigos, llaman amor. Para siempre, pero no felices.
¿Por qué nos hacemos esto? ¿Será que la recompensa es tan grande que neta no importa el riesgo?
Einstein decía que la definición de locura es intentar lo mismo, una y otra vez, esperando resultados distintos. Como si tratáramos de encender un cigarro con un zapato y, al ver que el chingado no prende, lo tiráramos, y luego otro, y luego otro, hasta acabarnos la cajetilla y preguntarnos por qué todos los cigarros son iguales. ¿Por qué somos así? ¿Quién nos hizo tanto daño?
Creo que por eso vale la pena dar un paso atrás y echarle un buen vistazo a este zapato, para ver si podemos modificarlo para cumplir esta tarea, o si de plano mejor lo tiramos y nos buscamos un encendedor.

¡Perfecto!

¡Perfecto!

Primero hay que entender la diferencia entre amor y calentura.

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Calentura es una palabra muy fea, como si fuera una enfermedad. Vamos a usar una más linda, como limerencia, o crush. Hablo de las mariposas en el estómago, esta estupidez biológica que te hace chatear con alguien hasta las tres de la mañana, aunque al día siguiente tengas que pararte temprano.
Para nuestra sociedad idealista está mal visto cuando esta bella emoción caída del cielo entre zéfiros y trinos, se manifiesta sólo en ganas de coger pero, en una de esas, ese chavo que siempre te invita a ver películas aunque no tenga tele está más en contacto con sus sentimientos.
Entre los pueblos más primitivos la palabra “amor” y la palabra “hambre” son idénticas. Amar, morder, comer y ser comido, significaban lo mismo en los primeros lenguajes del hombre. Desde mucho antes de ser homosapiens, desde que nuestros cerebros de mamífero tenían espacio para lo imaginario, ya reconocíamos en nosotros esa fuerza primordial que hace a los animales coger y tener hijos para después comérnoslos y sobrevivir. El ciclo de la vida, como en el Rey León, pero con Sexo y Sangre.

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O sea Game of Thrones.

Los perros son mamíferos muy listos, ellos también reconocen que su supervivencia depende de tu amor. No fingen amarte para que les des comida, te aman porque así sobreviven. Los humanos somos muy similares pero para todo la tenemos que hacer de pedo.
Somos seres sociales con un fetiche por los rituales complicados y, a lo largo de los años (los 200 mil que llevamos sobre esta Tierra, al menos) hemos ido cambiando las reglas de este raro deporte al que llamamos amor.
Si te has enamorado antes, sabrás que la limerencia es pasajera. Se tarda pinches años, pero se acaba. El crush es real, biológico y mortal, como nosotros.
El amor es imaginario, cambiante y eterno, como Dios. Eso no lo hace menos importante. Finalmente, esa serie de eventos desafortunados a la que llamas vida es una elegante danza entre lo real y lo imaginario.

¿Pero cómo llegamos a… esto?

"He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por el amor romántico."

“La duración de nuestras pasiones depende de tanto de nosotros como la duración de nuestras vidas.” decía François de la Rochefoucault.

Toda historia de amor tiene un final feliz, si dejas de contarla.
Siempre se siente como una tragedia cuando el amor termina pero, ¿qué tal si es aún más trágico continuarlo?
Las parejas infelices me recuerdan a los adictos. Si tú hablas con alguna pobre alma destruída por la heroína, notarás que su historia es igual al resto: Un día descubrieron la felicidad instantánea, una sustancia que aliviaba todos sus dolores y los llenaba de alegría. Poco a poco la hicieron parte de su vida hasta que ya no podían existir sin ella. La extrañaban cuando estaban lejos y se alegraban al reencuentro, era la mejor parte del día. Pero la heroína genera tolerancia, muy rápido. Al poco tiempo, una dosis muy fuerte les provocaba una pálida sombra de ese primer encuentro, y poco después, ni eso.
En las etapas más avanzadas de la adicción ya ni existe la alegría, sólo el dolor y la rutina. Mantener el hábito cuesta mucho más que al principio y cada encuentro es un penoso coqueteo con la muerte, pero la alternativa es un dolor insoportable.

¿Amor o adicción? Esta película habla de ambos.

¿Amor o adicción? Esta película habla de ambos.

Esta idea del amor eterno es muy nueva. Durante miles de años tuvimos rituales menos autodestructivos para lidiar con nuestras pasiones. Ceremonias como el matrimonio ni siquiera se relacionaban con el amor, eran más como un contratos comerciales entre reinos y familias para asegurar alianzas, herencias y títulos nobiliarios.
El desesperado amor del Quijote por Dulcinea era sólo una parodia, pero retrata perfecto la idea que los caballero medievales tenían del amor, como una eterna devoción por esta versión idealizada de la otra persona, como un juramento, un ideal, “una diosa,” no una persona.
El Quijote nunca se coge a Dulcinea.
¿Has tenido alguna vez un crush con alguien a quien nunca te coges? El carajo dura para siempre. En tu imaginación esta otra persona tiene todas las virtudes que complementan tus defectos. Luego la conoces y descubres que le gusta el duranguense o le huelen los pies o lo que sea. Ahí se acaba el amor. Las ideas son perfectas, la gente no.
¿Sabes quién tiene la culpa de esta locura colectiva? Disney.

- Oye, ¿y te gusta Star Wars? - Nunca la vi. -Chale.

– Oye, ¿y te gusta Star Wars?
– Nunca la vi.
-Chale.

Disney respondería que la culpa la tiene Napoleón.

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Cuando era joven, Napoleón Bonaparte se obsesionó con un libro llamado Las penas del joven Werther. Napoleón la consideraba como la pieza más grande de literatura europea, la habrá leído unas seis o siete veces. Hasta le escribió fan fiction.
Esta novela de Goethe ya había causado un gran impacto en Europa, antes de que Napoleón se dispusiera a conquistar el mundo, siempre con una copia del libro acompañándolo en sus campañas. Siglos más tarde, el imperio de Napoleón está disuelto, pero el del romanticismo se sostiene, más fuerte que nunca.
Esta novela trata de un joven romántico que se enamora de una mujer casada. Ambos tiene un romance pero al final el amor del muchacho no es correspondido y él se suicida. En ella puedes reconocer todos los elementos del romanticismo de Disney y Maluma: subjetivismo, exaltación de la personalidad individual, oposición a las normas clásicas y una fe ciega en los sentimientos.
En esta misma época empezó a ocurrir algo inaudito en Europa: los jóvenes comenzaban a casarse con gente a la que amaban. Amor y matrimonio dejaron de ser entidades separadas.

Pero ni Werther se habría casado con alguien que se comía a sus amigos. Ariel es una degenerada.

Pero ni Werther se habría casado con alguien que se comía a sus amigos. Ariel es una degenerada.

Nosotros somos las historias que contamos. Por eso hoy nos parece obvio que nuestra pareja deba ser perfecta: atractiva, nuestra mejor amiga, confidente, una gran pareja sexual, cómplice en un plan de vida y que venda mole los domingos. Todo eso sin ayuda de la razón, a merced de la brujula rota de nuestros sentimientos.

"Ahora sí, esta vez sí voy a durar para siempre."

“Ahora sí, esta vez sí voy a durar para siempre.”

¿Entonces qué? ¿Regresamos a los matrimonios arreglados?

Y vivieron, por suerte, no para siempre.

Y vivieron, por suerte, no para siempre.

Todos los extremos son dañinos. La cura para la obesidad no es el ayuno, es una dieta balanceada.
Un amor que no mate ni tu cuerpo ni tu espíritu debe tener el balance perfecto entre razón e instinto, como ilustra la siguiente gráfica científica:

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¿Sabes quién escribía historias de amor bien chidas? Jane Austen. Por eso me gustó un chingo El diario de Bridget Jones.
En Orgullo y prejuicio, Elizabeth Bennet busca casarse con Mr. Darcy pero él siente que, por tener menos dinero, ella está por debajo de su nivel. Luego, cuando Darcy descubre que quiere a Elizabeth y ella lo rechaza por ser un mirrey insoportable. Al final, la limerencia los hace interesarse por las cualidades del otro y el amor los ayuda a educarse mutuamente, a convertir al otro en mejor persona.
Ellos no se aceptan con todo y sus defectos. La boda y el final feliz no ocurren hasta que Mr. Darcy abandona su orgullo y Elizabeth olvida sus prejuicios… ¡Un momento!

La clave estuvo ahí en la portada todo este tiempo.

La clave estuvo ahí, en la portada, todo este tiempo.

La historia del amor se sigue escribiendo con la sabiduría de cada nueva pareja exitosa.
Amar es una habilidad, como cocinar. Si vas a la cocina sin saber ni cómo se hace un huevo, te vas a quemar, vas a comer horrible y vas a odiar la estufa. Igual puedes leer todas las recetas que lleguen a tus manos pero no vas a mejorar si nunca preparas nada, y hasta te vas a quedar con hambre.
Si yo fuera tú, le pasaría este texto a esa persona especial y haría el intento. No te puede ir peor que en Tinder.