Luis Llorente nació en Segovia (España) en 1984. Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca. En 2010 publicó su primer libro de poemas: La rutina de la nieve. Ha obtenido varios premios en España por un solo poema. Ha sido incluido en Antología de la poesía universal contemporánea, de Fernando Sabido Sánchez, y en Poetas de Castilla y León (Punto de Partida, de la Universidad Nacional Autónoma de México). Tiene muchos poemarios inéditos, de los cuales espera publicar uno en 2013 en una editorial española.
EL MUERTO
Eso que está delante de sus ojos
es un espejo.
Como sabe, es un lugar para la muerte.
Repita los signos de su historia: allí
hay volúmenes precisos,
formas vanas
que su mente dejó sin descendencia,
como un poema sin terminar. Observe
que hay un ruido que le separa de la luz,
y nace un sueño en la órbita del mundo,
lejana y sublime, sagrada y necesaria,
como esto que está sucediendo
en su memoria: no se fíe del lenguaje
si pretende sonreír.
Eso que está delante de sus ojos
es un espejo. Como sabe,
es un lugar para la muerte.
Esa líquida ciudad
donde todo pasa como una súbita mentira.
Ese oído que se quedó colgando del deseo.
Mírese, y observe
los años robados a la niebla,
la cicatriz de todo lo insepulto:
el tiempo no perdona a la venganza.
Y AHORA COMPRENDES EL SONIDO…
Yo tenía una libélula en el corazón como otros tienen una patria
a la que adulan con la semilla de los ojos.
Juan Carlos Mestre
Y ahora comprendes el sonido
de esta luz que llega tarde y sin abismo,
proclamada y única, inefable y triste
como un tumulto de voces al fondo de la noche,
como el secreto nocturno del incesante oleaje,
como las llamas amarillas de la historia
y su oculta libertad. Tienes un pájaro
ardiendo en los labios, posado
como un eclipse sin memoria, donde sucede
toda la lluvia a la alegría, y la distancia de los ojos a la muerte
y el tiro frágil de la luz y el pulso cierto
de todo lo que se reúne
tan nuestro, tan agarrándose a la vida
cuando sólo escribes un verso
como una rama rota que no sabe
separarse de los sueños: partido en dos el barco
ya no llega, y llega hasta el fondo de la lluvia, y entonces amas
ese lugar que nunca existió
y que siempre se recuerda como un reloj en medio de la nada.
Y entonces oyes
el viento sobre el álamo,
la música de un incendio ya extinguido,
el ruido de la ciudad y el aullido de los perros a lo lejos,
repitiendo las figuras de la muerte, como un parpadeo que nadie
hubiera visto
si no estuvieras aquí, en este recinto de la sombra,
enamorado y huyendo, como arcano indescifrable
o como párpado sin reino: cerrar los ojos y ver
esa escala secreta
como agua ante el durmiente, como impulso de la voz,
de los olvidos que siguen y se pierden al fondo
y dejan de nombrarte.
ELLA
Toda la luz del tiempo permanece
y en su torre total el medio día.
Pablo Neruda
Ella sobrevoló como un tumulto
y tiempo al fondo lejos yéndose
como la tabla recta de la muerte
un minuto voraz en los volcanes
los disecados perros que anunciaban
el regreso las nubes sol al fondo
de esta primavera lejos yéndose
y todas las agujas que suenan
no hay nadie no hay nadie
que habite el sepulcro
donde todo yo muere
donde toda tú
te elevas
y sientes el peso de la sombra
los párpados cayendo
los bosques que arden
tan sin nunca se encuentran
Ella sobrevoló las voces del deseo
los días acabados huracanes de luz
metralla antigua quién recuerda
los motores del mundo enaltecido
los ruidos y las piedras
los ríos de marzo fluyendo hasta la luz
hasta el viento de junio
hasta la sequedad cautiva de septiembre
quién recuerda la hora
toda tú permaneces callada aquí
en la garganta estrecha de la vida
y sólo del amor queda el veneno
la piel el tacto del humo las telas
las lámparas encendidas en la noche de nadie
los latidos que se adentran en lo oculto
no nadie escucha tan sin sol sobre la sombra
el fuego en las pupilas los labios dicen siempre
los ojos dicen tú
el viento dice nadie
y nadie está con el agua que origina el día
como todo
loquenopuedodecir
al fondo siempre del mundo
y su estrecho silencio como entero cauce
donde
cada segundo
nombra
una
lenta
despedida
SÓLO EL CUERPO
Sólo el cuerpo
tras las pavesas de la noche.
Los dientes se agarran al deseo,
un hilo de fuego entre nosotros
rompe la marea de la música,
se extiende al invisible lugar
que sólo es herida. En la sombra
el amor se comunica, se escribe
como imborrable letra
en la lluvia; las sílabas
del canto en esta espera
nuestra, y todo ha sido
una inmensa tempestad
en los pianos, y todo muere
o vive en el olvido. Y tú
sola en este cuerpo:
el deseo devorado por el fuego.
MIRAR EL HUMO, LA MEMORIA…
Mirar el humo, la memoria
en los nocturnos dibujados bosques,
acariciar el grito que persigue
una tempestad más alta;
alzado sobre ruinas
comprender los ojos que comienzan,
encerrar el minuto en los eclipses,
resbalar en la sombra de la muerte,
robar el fuego en la ceniza,
exprimir el latido de lo oculto,
convertir las nubes en banderas
y los frutos en señales habitadas,
atravesar el muro de la vida,
descifrar el paisaje en el desierto,
borrar el agua de la lluvia,
ultimar el sonido de esa calle,
proclamarse en laberintos de tristeza,
vomitar un tango entre el mar y la tormenta,
iniciar el hechizo de la tarde,
colgar el corazón en el árbol invisible de la aurora,
salir de tu cuerpo y entrar en otro cuerpo,
apagar las velas de la tierra,
bailar sobre el rastro del poniente,
—los despojos de la luz y la distancia—,
desdibujar el mapa, la brújula y el viento,
morder la primavera en los espejos,
quitar la semilla de todas las preguntas,
cantar en la noche de los dioses,
conceder la alegría a los fantasmas,
enfrentarse a los caballos del tiempo,
habitar los palacios de la niebla,
descender del águila y del agua,
alejarse por encima de nosotros,
comprobar la piel en el tacto de la nieve,
amar entre el sueño y el regreso,
profanar el cuerpo de la virgen,
destruir el templo en otro templo,
hundir los barcos de la sangre,
mirarte sobre el día y la ceniza,
escribir el poema.
LA FURIA
El signo del día. No digas ese cuerpo. Hay un lugar que existe
detrás del olvido, de todo lo que sigue por el mar
como las líneas ocultas de una tarde borrada. Los ojos
que caen y los soles
que empiezan. Hay un perro aquí: los vientres insepultos, las cenizas acabándose.
Lejos el umbral de la memoria. Mantén la noche cerrada, los pasos
que se reflejan en la sangre, el latido del dios que vence
al eclipse de la lluvia. Cuidado con el día. Aquí hay un vasto reino.
Es dominio de la voz y semilla en la palabra. Cuidado con el día. Aquí
tus ojos se posan en mi frente. Mis labios duermen y a veces sucede
un sueño impuro que entra al centro. Pienso en tu nombre. Los días borrándose
y todo queda
más al fondo de la noche, el ruido estepario, los canales de la luz, todos los signos
que nunca se equivocan. Yo te amo. Cuidado con el día.
La marea rompe, los refugios se destruyen. Alerta, alerta. Cuidado con el día.
Cuidado, que estallan las lámparas del beso
y aún estamos muertos. Cuidado, que no habrá memoria
detrás del humo. Cuidado con los lentos pulmones de la luna. Cuidado
con la noche, cuidado con el olor del mundo,
con el rostro abandonado y las huellas de los siglos.
Cuidado con todo lo que nace.
Cuidado, que esto es un desierto más allá de todo.
Cuidado, que yo te amo
y la noche es negra y larga.