Los “anarcos”, estos jóvenes impetuosos de cambio social, la volvieron a hacer en grande. No les  bastó con quemar el metrobús, no, necesitaban mandar una señal mayor, un acto que por si mismo, cambiara las inercias del país. Quizás pensaban que Peña Nieto duerme en Palacio Nacional digo, para alguien con nula capacidad de análisis suena lógico “no vamos a dejar dormir a este cabrón”, tal vez por eso tanto regocijo al verla arder.

En el calor de la protesta estos luchadores sociales, han sido reconocidos por épicos actos revolucionarios, como descargar su furia y resentimiento social sobre comercios de corporaciones malignas como Oxxo, Telcel, Mc Donalds y otras tantas marcas que en su mente son las culpables de todo lo malo en el mundo; desde la muerte de una foca bebé, hasta la crisis del 94. Destruyen los cristales y exponen sus vidas para sustentar la causa, la lucha que sigue y no para. Atacan esas capitalistas botellas de alcohol, las cuales beberán planeando sus futuras protestas o en la batalla contra algún desgraciado granadero. Si el primer contingente “Bakunin” ha saqueado ya los cigarros y el alcohol, atacarán el siguiente enemigo: esas miserables coca colas imperialistas serán dadas al pueblo, para después ser destruidas en sus estómagos con todo el mal que representan. Las papas, los churrumáis y los panditas correrán con la misma suerte; son símbolos de lo que está mal en México, por eso las guardan en las mochilas, para una vez terminada la protesta, las saboreen mientras observan con orgullo cómo han pintado con spray el hemiciclo a Juárez, el Palacio Nacional, la Bolsa Mexicana de Valores, y ya de paso un Toks, porque, ese aroma a enchiladas suizas, está impregnado de explotación.

Los “anarcos” se sienten intocables y en gran parte lo son. Todos los que estuvieron en las protestas del primero de diciembre, del dos de octubre y ahora la de Palacio Nacional, están libres; algunos pagando fianzas de 40 mil a 50 mil pesos, otros tantos, porque no se les pudo enjuiciar y alegaron inocencia —aclaro que algunos quizás lo son. Todos son liberados por el gobierno represor y sanguinario contra el que luchan, todos reciben trato especial, el gobierno les teme, saben que cualquier agresión, por mínima que fuera, generaría más violencia o reclamos de ONG y de grupos de derechos humanos, así que los liberan. Y allá van de nuevo, a destruir, a saquear, a desprestigiar cualquier movimiento social real; son como niños malcriados con padres permisivos, lo volverán a hacer hasta que no haya un castigo real.

VENGAN ACÁ, MALDITOS CHICHARRONES IMPERIALISTAS

No se confundan, no estoy llamando a la violencia contra la violencia, eso es repudiable en cualquier situación, sino a la ley, al castigo a crímenes como el robo, el saqueo, o el daño a la  propiedad privada y pública; son criminales que deberían ser tratados como tales.

Tal vez usted no sea dueño del Toks o ni coma ahí, o quizá no sienta como suyo un camión de metrobús, o hasta encontró placentero ver arder la puerta de Palacio Nacional, sea cual sea su caso, hay una ley que señala dichos actos como crímenes. Que si el sistema penal es injusto, que si responde a intereses, que si está maniatado, eso es otro asunto; hasta que no haya una reforma al Código Penal, esa es la ley, aunque de antemano sabemos que para ellos no existe, no existirá, aunque curiosamente sus liberaciones están violentando la misma.

Casi todos los grupos de protesta por los 43 de Ayotzinapa se deslindan de estos actos y condenan la violencia, señalan que son grupos radicales aislados, que nada tienen que ver con los movimientos originales, están solos y son un lastre para toda protesta con fines reales. Aquí es cuando sacan conclusiones que quieren escuchar, que quieren creer: “entonces si no los reconocen, son infiltrados del gobierno”.

Algo debe quedar claro, no hay infiltrados, los anarcos así son de violentos, así son de estúpidos. El creer en los infiltrados habla de la ideología de Izquierda estancada en los sesenta y setenta; es olvidar a los verdaderos muertos por el viejo régimen, que sí existió, que sí mató, que sí reprimió, pero que hoy es vigilado, quizás no cambió, pero nosotros sí lo hicimos como sociedad, si no me cree, vea todo lo que está pasando a raíz de Ayotzinapa, de Tlatlaya. Hoy usted puede mentarle la madre al presidente, puede gritarle “asesino”, cagarse si quiere en la plancha del Zócalo: hay libertad de expresión, de prensa, y todo eso es producto de movimientos sociales, donde sí hubo muertos, donde sí hubo perseguidos; olvidarlo es olvidarlos. Creer que hay infiltrados por una imagen en internet que se puede editar fácilmente, o por dudosas notas de medios tendenciosos es creer lo que usted espera creer, le dan lo que quiere escuchar.

¿Les preocupa más una puerta que 43 muertos? Preguntaban en redes sociales como consigna; no, señores, el problema no es la puerta, el problema es quién la está destruyendo, no son los padres de los muertos, no es el estado de Guerrero, ni los normalistas. No, quienes querían prenderle fuego, eran un grupo de jóvenes, algunos ya ni tanto, que llevan ya años pudriendo las luchas reales.

Cuando hace dos años hice varios cartones sobre Jacinto el Anako Punk, me parecía una buena forma de denunciar la intransigencia de ciertos grupos, no sólo el de los “anarcos”, sino la izquierda radical, los grupos de choque, los luchadores sociales clase media que nadan en la incongruencia. Sólo hubo cuatro cartones y Jacinto quedó en el olvido; la razónaparte de que soy un mal dibujante—, fue que la realidad siempre superaba por mucho a la caricatura; hoy lo compruebo, no hay nada que pueda decir o hacer el buen Jacinto que no sea rebasado al día siguiente por los verdaderos “anarcos”; si Jacinto es idiota y doble moral, los anarcos se drogarán en la protesta; si Jacinto ve la telenovela, los anarcos atacan una cabina de teléfono; nunca podrá alcanzarlos y deja de ser gracioso. Es un buen momento para que alguien detenga al verdadero Jacinto el Anarko Punk.