El proceso de la escritura, para algunos o para otros que lo aceptan, es un pleito casado con el tiempo de poder sentarte frente a alguna pantalla para poder recordar e investigar, y no sólo escribir rebuscadamente diciendo que eres poeta (de a peso, cabe recalcar). Pero no sólo les pasa a algunos que toman de a hobby disciplinado esto de las intensas fluidas del pensamiento.
Esta vez a mí se me ha venido el tiempo encima, y no me refiero a que el tiempo haya eyaculado en mi cara, para poder escribir sobre Gilberto Aceves Navarro y una serie de cuadros que son fantasmas en el internet (pero están en sus libros, así que a mover eso entre sus ojos y el teclado (cuerpo) y llevarlo a la biblioteca más cercana) llamado Mi Juárez de todos los días. Sin embargo, daré mis patadas de ahogada. Como consuelo y casi justificación de mi malograda intención del siguiente texto, cuando Navarro iba a entregar la serie de cuadros en una entrevista de La Jornada, él dijo: “Tenía la intención de hacer algunas esculturas y aún me falta una serie de dibujos alusivos a la despedida de mamá Carlota”. Yo también tenía la intención de analizar toda la serie de cuadros y aún me falta visitar algunas de sus exposiciones.
Aceves Navarro es un pintor contemporáneo que no utiliza Instagram, pero tiene 194 menciones bajo el hashtag #gilbertoacevesnavarro y una página web donde salen caracteres chinos que cuando se traducen dicen algo sobre un préstamo de 500 mil yenes. Hay imágenes de sus cuadros y esculturas en Pinterest, vídeos de entrevistas en YouTube y unas que otras reseñas de sus libros. En resumidas cuentas, Navarro aprovecha el medio actual, virtual, de forma no directa, del cual no es parte, pero lo enuncia. Ahora es un anciano, no decrépito o quién sabe, que imparte clases de arte en UNAM y en su taller de dibujo bajo el método de enseñanza que exige una alternación de percepciones visuales, el dominio de la contemplación y una rigurosa comprensión de la forma. Confrontaciones entre la imaginación y las formas puras, así es el arte de Aceves. Es el resultado de una búsqueda de nuevas formas creativas que fueran distintas u opuestas a lo que, en su tiempo, era lo cool: me refiero al muralismo y a las tres figuras principales, que no es ni necesario mencionar sus nombres y echaré mano de la publicidad electoral de este año, esas figuras son ya saben quién.
La serie de cuadros Mi Juárez de todos los días están inspirados en el ilustre oaxaqueño que vive frente a su casa y que conoce muy bien. La realización de los 85 retratos tiene raíz tras el encargo de Luciano Cedillo para una exposición en el Museo Nacional de Historia que en un principio era para el segundo centenario del natalicio de Benito Juárez, pero Aceves, con el afán de no hacerlo con fines de oficialidad, no aceptó realizarlo para enaltecer la figura política, sino como una representación que ha viajado desde su infancia hasta la edad madura de la imagen del indígena como un amigo permanente y ahora su vecino de enfrente. Gilberto Aceves se salió con la suya, pues la exposición no fue el día del segundo centenario, sino el 22 de marzo de 2016 (en vez del 21).
La recuperación de la memoria dio como resultado estas 85 obras realizadas con pinturas de acrílico y algunos dibujos. Los cuadros son composiciones cerradas que sólo contienen a Juárez como si fuera macrocéfalo. Los colores convergen en la tez morena, en un primer caso el café tiene pinceladas de luces pastel y es a partir de la oreja derecha, visto desde frente, que el color va desvaneciéndose, en figura, para mezclarse con el beige del fondo, las pinceladas de la difuminación hacen creer que es acuarela. El retrato sin ojos es distinto por la dosis de colores que utiliza pues el rostro cambia de tonalidad de café para dar profundidad de ausencia en las corneas, pero lo hace con tonos más vivos que el propio color base, café. La composición parece estar dividida a la mitad, en el fondo, puesto que un lado tiene un color rosa que está pintado en círculos o espirales y de lado contrario tiene un azul que parece que tiene una técnica puntillista que introduce luces de un azul más oscuro que después, abajo, se difuminará e intensificará para terminar en un café que se une con la oreja izquierda que es morena. Los Benitos de esmoquin están representados sin atender ninguna ley anatómica ni pautas de perspectivas pictórica tradicional. Aceves Navarro no se interesa en trazar una estructura profunda de un retrato a través se su forma hegemónica, sino por medio de detalles anecdóticos.
A decir verdad, estas cabezas de Juárez no hubieran existido si el tratado de McLane-Ocampo se hubiera concretado. Este tratado permitía el libre paso de los americanos por el Istmo de Tehuantepec. Pues las decisiones que toman las personas las clasifica para siempre como héroes o villanos. La cabeza representa que Juárez era el intelecto del estado, era un estadista que piensa que no se puede hacer a un lado. La vida de Juárez es tan grande que hacerle cabezas es un mínimo honor. Benito Taibo II cuenta que cuando Benito estudiaba en la Academia de Letrán, Ignacio Ramírez El Nigromanteprendió una antorcha y dijo que ahí en su clase se encontraba alguien que haría a México una república y puso la antorcha enfrente de la cabeza de Benito y dijo que él era. El Nigromante estaba loco porque era filósofo, pero Benito Juárez se la creyó. Al paso de los años Juárez fue tan famoso que los papás de Mussolini le pusieron Benito por el primer presidente indígena de Latinoamérica e incluso Víctor Hugo le escribió una carta a Juárez.
La serie de Aceves Navarro se divide en cinco fases: la primera es la patria como infante que está bajo el cobijo de Benito Juárez pues será bajo su regazo que la república se crea junto con las garantías individuales de las personas. Después está la serie de retratos. La siguiente fase será en la que el primitivismo, como corriente artística, está más vivida pues esta parte está dedicada a la representación del oaxaqueño zapoteca que va creciendo. El cuarto segmento son analogías del cuadro de Manet El fusilamiento de Maximiliano. Y por último se muestra escenas donde el autor y Juárez aparecen juntos. Esta exposición fantasma en el mundo virtual es la pérdida de memoria histórica que obliga a los espectadores a reconocer hechos pasados, a partir de una obra contemporánea que avisa de la cotidianidad de la deformación metafísica que está frente a nuestras casas y que conocemos bien.