Uno es un empresario de sospechosa fortuna, producto del privilegio blanco, no tiene problemas con mentir para lograr sus metas y es Viagra para las aspiraciones de la clase media; el otro es Donald Trump.

Ya sé, ¿para qué hablar de Anaya, si la última encuesta lo coloca 18 puntos atrás de AMLO? Pero yo no me confiaría tanto en lo que se admite en público. Te apuesto a que mucha gente, incluso conocidos tuyos, planean votar por Anaya pero no dicen nada por miedo a que te pongas a gritarles datos y estadísticas en la cara.

Todos se llaman Iñaki. Y que me corte las manos el Bronco porque estos dos chistes me los robé.

Déjame hablarte de mi amigo Billy, el historiador gringo que votó por Donald Trump.

Como todo joven aspiracional de clase media que entendió al revés El Lobo de Wall Street, Billy sueña con volverse rico. Ni siquiera duda de la fortuna que el Sueño Americano®  le prometió, las pocas veces que habla de lo que haría si cumpliera su sueño de ganar millones de dólares, comienza diciendo “cuando sea rico…”

Todos somos Billy

Billy es marxista de corazón pero capitalista en la vida real. Se ríe de memes comunistas pero trabaja sin pasión en un empleo que odia para pagar el iPhone X en el que les da like. Él no es ni bueno ni malo, sólo creció en un país enfermo. Al menos abandonó Estados Unidos porque reconoció la “distopia corporativa” en la que se está convirtiendo. Palabras suyas.

Pobre Billy, el alma se le va en un sueldo que se gasta actuando como alguien que aún no es, pero es buena bestia y lo tolero porque sabe mucho de historia.

El otro día, no pregunten por qué, estábamos viendo unos discursos de Hitler. Recuerdo que le dije “Bueno, ¿es que todos los alemanes son pendejos o qué?” porque no me cabe en la cabeza cómo ese cabrón llegó al poder en una democracia. Es lo que mucha gente olvida, la gente votó por Hitler… ¿pero cómo? El cabrón siempre estaba enojado, sus discursos son pura cursilería patriota y están peor actuados que un debate del INE.

“Es que tú no eres target”, me respondió Billy, que hace años abandonó la historia para irse a escribir eslóganes de latas de atún y casas de empeño.

Todos somos Billy

Su idea era que los dictadores carismáticos tipo Hitler son como un traje sastre, hecho a la medida de una población muy específica. A mí no me parecen atractivas sus ideas de agresión y nacionalismo porque no me hablan a mí. Yo tengo otros valores, otra visión de la vida, pero eso era música para los oídos de millones de alemanes en 1934.

Se nos olvida que la audiencia de Hitler grita como una muchedumbre adolescente en un concierto de RBD porque está compuesta principalmente de gente que sobrevivió a la Primera Guerra Mundial: viudas y mutilados que sacrificaron todo, que perdieron hijos, familia y amigos sólo para ver al resto de Europa humillar y despedazar a su país. Eran millones furiosos y no sabían ni con quién.

Hitler les dio un objetivo. Les dijo todo lo que querían escuchar y les prometió la gran Alemania con la que todos soñaban.

“Pero imagínate que un día hacen un personaje a tu medida”, me dijo Billy “Uno con el que puedas identificarte, que confirme todas tus sospechas y que odie a la misma gente que tú. Ni te vas a dar cuenta cuando hagas el saludo y grites Sieg Heil.”

Meses más tarde, Billy votó por Donald Trump.

Y seguro te imaginas que Billy es un güero gringo e ignorante de la Bible Belt que escucha country y coge con su hermana… Por eso Billy no dijo nada hasta el día de la elección.

También le gusta divertirse.

Billy no es su nombre real, ella en realidad es una amiga de Los Ángeles que estudió historia y filosofía. Billy participa en un montón de colectivos de arte y feminismo que la habrían despedazado si hubiera admitido frente a ellos que planeaba votar por Trump.

Habría bastado con admitir que no quería votar por Hillary para perder a todos sus amigos.

La verdad no la culpo, la última vez que Billy votó por un demócrata que prometía un cambio, las victorias de Obama contra los derechos laborales le hicieron la vida en EEUU tan intolerable que tuvo que huír a México.

Pero, no sé si te acuerdes, las primeras encuestas gringas le daban una considerable ventaja a Hillary sobre Trump. Parecía casi imposible que este tipo llegar a a la presidencia porque gente como Billy jamás habría admitido sus verdaderas intenciones.

Y creo que estamos en una situación muy similar. Ustedes saben lo que pienso de AMLO, me da una tristeza tremenda pero tendré que votar por él porque las opciones están muy pinches (fíjate, a la Trump). Aún así, pese a las encuestas, pese a su carisma, sospecho que mucha gente planea, en secreto, votar por Anaya.

Y no, no es por su dominio de los hologramas, o por la magnética personalidad que lo hizo amigo de tantos profesores en la primaria. Es porque ofrece una alternativa a los dos discursos extremos de esta elección. Pa pronto, ni es el Peje ni es el PRI.

Yo sé, es un tetazo, miente en sus estadísticas, lava dinero y es el primer pelón que traiciona a un Madero en este siglo.

Nomás no aprenden

Pero mucha gente no lo sabe. Lo único que saben es que ambos espectros de la política mexicana les aterran y harían lo que fuera porque ninguno ganara.

¿Cómo iba esa frase de Bukowski? “¿qué va a ser, mierda fría o mierda caliente?” ¿Qué tal si al menú le agregas un plato de arroz blanco al vapor?

¿Y qué tal si el arroz blanco habla inglés y es la historia de éxito que esta clase media aspiracional mexicana siempre quiso escuchar? Que el cambio está en uno mismo, que es más importante el éxito que la lealtad y que, no importa si todo el salón te odia por decirle al profesor que se le olvidó revisar la tarea, tú vas a triunfar, tú solito, sólo tienes que seguir las reglas al pie de la letra, bajar la cabeza, decir “sí señor” y ser el personaje más gris de tu corporación hasta que un día, por fallas ajenas más que por méritos propios, te ganes ese ascenso.

Anaya ofrece una opción sin precedentes: el cambio político despolitizado. Es cambio pero no es cambio. Es el candidato del PAN, pero no es panista, porque desmanteló a su partido para obtener la candidatura y luego se alió con el PRD. No hay ideología detrás de esta alternancia, sería más como un rebranding. Y sí, su utopía tecnológica y corporativa sólo sería tolerable para los ricos, ¿pero qué mexicano clasemediero que se respete se identifica a sí mismo con los pobres?

Anaya es el candidato de todos aquellos que admiten que la corrupción se ha salido de control; y sí, ¿cómo no?, la violencia en el país es lamentable; y claro, por supuesto, hay que resolver la desigualdad económica… pero tampoco hay que convertirnos en Venezuela.

De México, con amor, para todos aquellos marxistas que igual quieren el nuevo iPhone. Tampoco los culpo, ¿qué pinche alternativa nos queda?

Por eso yo no me confiaría tanto en las encuestas. Los activistas virtuales son una minoría muy ruidosa, pero este primero de julio, la mayoría silenciosa podría darnos una sorpresa.