Juárez, ciudad fronteriza donde abundan las maquilas, burritos de barbacoa y chile relleno, guisado de arriero y familias foráneas que han llegado a apropiarse de este desierto.

Mi familia es una de esas familias de Juárez, conformada por padres originarios de distintos estados del Sur que vivieron en otro diferente en el Norte, con hijos que nacieron en otros estados del Centro e incluso en otro país. El sentimiento de apropiación ha quedado en mí, regreso aquí cada que son vacaciones y en especial en diciembre para comer brisquet y, con suerte, ver nevar. La vida aquí es distinta a cualquier otra ciudad, incluso a otras que también son fronterizas.

La ciudad está dividida en dos partes: en palabras simples, está lo vivo y lo muerto, las Torres y el Centro.

A partir de la oleada de violencia en años pasados, el Centro, donde antes estaban los negocios, decayó por la inseguridad, obligando a los habitantes y visitantes a alejarse.

En las Torres, lejos de ahí, está gran parte de los juarenses. En las calles cerca del Centro, actualmente, resaltan los lugares abandonados, murales de las mujeres asesinadas, casas de cambio, negocios de comida, bazares de segunda, tercera o cuarta mano provenientes mayoritariamente del gabacho y uno que otro parque recreativo utilizado para divertimento familiar. Tal vez el más famoso es el parque Borunda, de una cuadra completa, cuenta con muchos árboles. Un kínder llamado Agustín Melgar y  la secundaria federal número uno. Área de juegos dentro de una cajota de arena, juegos en el pasto, una mini feria permanente en la que destaca un gusanito, una rueda de la fortuna y carritos chocones. Área de comida en donde se venden delicias, qué digo delicias, comida sabrosa, por ejemplo los hot-dogs que tienen encima frijoles enteros, queso amarillo y pepinillos, y todo lo demás de siempre. También hay una biblioteca y un pequeño estadiecito donde los niños juegan béisbol, hay ligas de infantes y también de adolescentes y adultos, pero esos juegan a una cuadra después en el estadio Jaime Canales Lira. 

El béisbol es un deporte accesible de ver, o cómo dicen aquí, de mirar, porque muchos lo practican y los espacios de esa índole son públicos aquí en Juárez.

Hace días fui a ver un partido, pero era muy distinto, el equipo era mixto y se encontraba en la fatídica séptima entrada. Los jugadores en conjunto parecían en realidad asistentes de una velada dadaísta. Incluso al ingreso del estadio parecía que había llegado a presenciar alguna obra de teatro, teatro de la crueldad de Artaud pensé en ese momento.

El lugar por dentro tenía butacas pintadas con colores llamativos, cada una estaba personalizada. Las paredes sostenían cuadros gigantes que relataban la historia del arte universal. El pasto era de pequeños pinceles de dos o tres milímetros y en el lugar donde corría el bateador era madera grabada, este grabado figuraba la arena. Me dieron un sobre rojo a la entrada que contenía once tarjetas coleccionables de cada jugador. No sólo presentaban a los nueve del equipo que estaban en turno de pichar, sino también al ampáyer principal y al bateador. Transcribo aquí cada una de las tarjetas que traía el sobre rojo:

Gabriel Rodríguez

La primera tarjeta que leí era el que estaba en la posición del pícher. Hombre joven con cabello castaño, vestía con cuello de tortuga como Foucault y botas desagujetadas.

  • User-Name: @merkabagram.
  • Nombre: Gabriel Rodríguez.
  • Oficio o beneficio: contrabando de ilustraciones en tianguis clandestino en parte muerta de la ciudad.
  • Mero mole: Ilustrador.
  • Idolatrías: Cioran, Nietzsche, Albert Camus, existencialismo, Miguel Ángel y Hermann Hesse.
  • A qué más le hace: Pintura acrílica, acuarela, grabado, caligrafía, ilustraciones con carboncillo y pluma de gel.
  • Semblanza: Haz tu mierda y deja a los demás hacer la suya. Salgan fuera de la caja y cuestionen toda autoridad.

Nayeli Hernández

Al igual que el jardinero derecho, el jardinero izquierdo tenía una perforación en la nariz, estaba con una sonrisa admirando la vista y cuadros. Atenta de la inacción.

  • User-name: @nayoladio.
  • Nombre: Nayeli Hernández.
  • Oficio o beneficio: Artista plástica.
  • Mero mole: Fotografía, pintura e ilustración.
  • Idolatrías: Existencialismo.
  • A qué más le hace: Muralismo.
  • Semblanza: Trascendencia crónica. 

Yazmín Espinoza Tovar

Durante mi estancia de algunos minutos en lo que leía las tarjetas el bateador se preparaba, traía en sus manos hierbas y esencias que parecía que iba a utilizar. Antes de que el bateador inclinara su cabeza para indicar al pícher que ya estaba preparada volví mi vista a la carta.

  • FB: Yazmin Espinoza Tovar.
  • Nombre: Yazmín Espinoza Tovar.
  • Oficio o beneficio: Bibliotecaria con preocupaciones culturales.
  • Mero mole: Curanderismo.
  • Idolatrías: Ninguna.
  • A qué más le hace: Promotora de lectura y tallerista de arte.
  • Semblanza: Resistirse al olvido. 

Víctor Amezcua

De suéter a rayas moradas y con un catálogo de su arte estaba el primera base. Era alto, fuerte y se mantenía dibujando mientras se preparaba el bateador, dibujada la pintura de la pintura de O’Gorman.

  • User-name: @amezcua_art.
  • Nombre: Víctor Amezcua.
  • Oficio o beneficio: Docente de pintura e historietista.
  • Mero mole: Pintor e Ilustrador.
  • Idolatrías: Guillermo Villagrán, expresionismo, realismo, Alberto Grecia, entre muchos otros.
  • A qué más le hace: Mural, ilustración de libros infantiles, dibujo y cómic.
  • Semblanza: El arte debe de tener algún trasfondo conceptual y no sólo lucir bien. 

Cuando llegaron todos los involucrados en la escena de la séptima entrada nadie posibilitó el juego. Jamás llegó lo fatídico. No se trataba de una obra de teatro de la crueldad sino era alguna adaptación del teatro de Samuel Beckett. Salí del estadio y caminé por la Plutarco Elías Calles hasta Paseo de Triunfo. Tomé un ruta para la Venezuela. Había sido una presentación, casi de mano a mano de  los artistas, pero artística. 

Días después fui a un tianguis de mala muerte con la esperanza de ver a alguno de los jugadores de ese partido. Me encontré con el pícher. Me decía que a veces los artistas tenían que hacer cosas distintas a sus disciplinas por la falta de espacio y público, yendo a eso el arte se hacía accesible para todos, pues lo que pretendían era regresarle la cultura a los juarenses que les había sido despojada por el arrebatamiento individualista de intereses. Me despedí y regresé a la Venezuela. Actualmente en Ciudad Juárez sí hay artistas talentosos con intenciones estructuradas y maquetadas para rehacer su desierto. Buscando que Juárez no sea sólo la ciudad fronteriza donde abundan las maquilas, burritos de barbacoa y chile relleno, guisado de arriero y familias foráneas.