David Enríquez

El simbolismo de la poesía

Todos los sonidos, todos los colores, todas las formas, ya sea por sus energías predeterminadas o por largas asociaciones, evocan emociones precisas aunque indefinibles, o, como prefiero pensar, convocan en nosotros ciertos poderes inmateriales, cuyas huellas sobre nuestro corazón llamamos emociones. Porque una emoción no existe, o no se vuelve perceptible y activa en nosotros, hasta que encuentra su expresión, en color o en sonido o en forma, o en todas ellas. Yo dudo en efecto que la cruda circunstancia del mundo, que parece crear todas nuestras emociones, haga más que reflejar, como en un laberinto de espejos, las emociones que han llegado a hombres solitarios en momentos de contemplación poética; o que el amor en sí mismo podría ser más que un hambre animal si no fuera por el poeta y su sombra el sacerdote, pues a menos que creamos que las cosas de fuera son la realidad, debemos creer que lo vulgar es la sombra de lo sutil, que las cosas son sabias antes de volverse tonterías, y secretas antes de que griten en el mercado. Los solitarios en momentos de contemplación reciben, según pienso, el impulso creativo de la más baja de las Nueve Jerarquías, y así hacen y rehacen la humanidad, e incluso el mundo entero, ¿pues no acaso “el ojo alterado lo altera todo? ¿Cómo pueden las artes sobreponer el lento morir del corazón de los hombres que nosotros llamamos el progreso del mundo, y tender sus manos a las pulsiones de los hombres de nuevo, sin convertirse en la vestimenta de la religión como en tiempos pasados? debemos llegar a entender que la piedra de berilio fue encantada por nuestros padres para poder desdoblar las imágenes en su centro, y no para reflejar nuestros propios rostros excitados

David Enríquez

Editor de Migala. Fundador de Bocamar Ediciones Piratas.