No quiero sonar como el típico ex culero pero ahí va:

Hoy estaba viendo fotos tuyas. La neta te extraño un chingo, pero has cambiado. Ya no eres la misma. Yo sé que ahora estás ganando más dinero, ¿pero a qué precio? Te has vuelto muy elitista. No quiero hacerte sentir mal, pero la vida en el exilio es mejor que contigo.

Te amo desde que tengo memoria pero este último año se me acabaron las razones. Solías tener tu propia esencia, ahora estás toda agringada, y no me digas que no es la influencia de esas inmobiliarias con las que te juntas. Harías lo que fuera por impresionar a esos niños ricos con mal gusto.

Solía importarte la cultura. ¿Te acuerdas de todas nuestras ferias del libro juntos? Ahora apenas y le prestas atención a la del Zócalo.

¿Qué le pasó al Festival de la Ciudad? ¿Te acuerdas de la Noche de Primavera? Me contaron que Marcelo te convenció de ya no hacerlas.

¡Cuántas exposiciones vimos juntos! Ahora el único “arte” que expones, son excusas para la selfi. Perdóname si soy duro, pero alguien tiene que decirte la verdad: Esos carros de la Fórmula Uno con motivos huicholes se andan balanceando entre lo naco y lo ofensivo.

Solías ser más generosa pero ahora todo para ti es un negocio. Un día me viste batallando en Periférico y dijiste, “va, ahí te va un segundo piso”. No era la mejor solución pero casi lloré de alegría la primera vez que lo recorrí. La ciudad a la que tanto amo estaba creciendo.

El resto de Periférico también tiene su segundo piso, pero ahora cuesta. Una avenida que guarda mis recuerdos de infancia, ahora vive bajo la sombra de un leviatán de concreto que gotea todo el tiempo sobre el embotellamiento de los pobres.

Y querías hacerle lo mismo a mi amada Avenida Chapultepec. Esa fue la primera vez que me partiste el corazón. No solía importarte mi clase social y ahora quieres negarme hasta la luz del Sol.

Al rato me vas a privatizar las banquetas.

Los servicios públicos ni se diga. ¿Cuándo fue la última vez que le diste una manita de gato a tu transporte? Desde cuándo estás chingue y chingue que tengo que usar menos el carro, pero la última vez que me subí al Metro, el tren iba repleto, se detuvo veinte minutos en el túnel y todo el viaje me olió a llanta quemada.

Ni creas que me vas a encontentar con tus puertos USB de Balderas, que ese par de cablecitos hasta yo los sé instalar. Y los seis meses que Insurgentes estaba en obras, hiciste de mis mañanas una pesadilla distópica.

Ah, pero eso sí, me vas a dar internet “grátis” en los andenes, pero sólo si te doy toda mi información personal para que tus amigos de traje me vendan su basura más efectivamente. Bueno, ¿es que ya se te olvidó cómo hacer un pinche favor sin cobrarme de un modo u otro?

Te recuerdo que yo también pago impuestos.

Pero ni la burla perdonas.

¿Qué mierda le hiciste a los parques? Entre la tecnocracia y la negligencia ya no sabes cómo darles en la madre. Primero dejaste que el gordo Slim convirtiera La Alameda en un Plaza Carso cualquiera, luego te pusiste pendeja porque ya no querías que llevara a mis perros al parque México, y en el Parque Lira… ¿Por dónde empiezo a describir la tragedia de mi amado Parque Lira?

De entrada, sus banquetas dicen “GNP Seguros” porque ya no sabes hacer nada con dinero propio. Luego mandaste al personal de limpieza a “podar” las mal regadas palmeras y le arrancaron la piel a todas. La mitad se cayeron porque ya no tenían tronco suficiente para soportar las hojas. Contrata a un botánico, chingadamadre, alguien que sepa qué está haciendo.

Y la campana de la paz… ¡Qué poca madre, pinche CDMX! Nunca te voy a perdonar.

Seguro ahí sigue, “La Campana de la Paz Mundial”. Tú te acuerdas, es ese pequeño parque en medio del parque, donde había una campana japonesa que conmemoraba la tragedia de Hiroshima. Ahí tuve algunos de mis momentos más felices contigo. Ahí iba a refugiarme de ti cuando todo lo demás dejó de tener sentido. No sólo yo, ahí conocí a mis vecinos mientras nuestros perros se olían las colas y nosotros acabábamos de despertar. Ahí encontré a la señora Isela, llorando porque su Bufi se acababa de morir.

Nunca olvidaré el día que le pusiste un candado. Qué poca madre tienes.

Esa mañana nos quedamos todos como pendejos esperando a que viniera alguien a abrir la reja y no llegó nadie nunca. ¿Ahora a dónde iré a refugiarme de ti? ¿A la pista de skate donde los puercos extorsionan a los adolescentes que sólo quieren patinar? Solía estar muy chingón hasta que los policías lo quemaron. Tuvimos que esperarnos a que Crackets lo remodelara para una activación y ahora hay que estar patinando ahí con un pinche logo en la jeta.

¿O me voy a los juegos para niños que no remodelas desde 2008? Me sé la fecha porque bajo los escalones de madera podrida y clavos oxidados hay una placa vieja donde el gobierno de PAN nos presume la remodelación del parque. Felicidades, hicieron su trabajo.

Pinche CDMX, serías hermosa si no estuvieras toda llena de logotipos.

Te secuestraron los banqueros. Dejaste tu paisaje a merced del libre mercado. Te importaba Reforma, tenías reglas muy estrictas para construirle encima, pero luego vinieron los bancos a medirse el pito y los dejaste echar encima de tu subsuelo pantanoso los pisos que quisieran.

Pensé que cambiarías después del sismo. Por una semana, más o menos, fui un iluso, tuve esperanza cuando vi a tanta gente desesperada por ayudar. Mi generación, que llevaba años vendiéndole las mejores horas de su vida a las corporaciones, de pronto se vio frente a un problema real, haciendo algo que importaba, con sus propias manos. De pronto sus vidas tenían sentido.

Una semana más tarde, cuando regresaron a sus tristes cubículos, vi cómo se quedó con ellos ese malestar. Unos cuantos preguntaron en redes “¿Alguien más en esta agencia de publicidad siente que está desperdiciando su vida?” Y ojalá hubieran confiado en su instinto. Ojalá hubieran tenido el valor de escupir la mentira que habían dejado de tragarse y conseguir una vida más digna, de rechazar a su oficina de Relaciones Públicas, o su Agencia de Contenidos Digitales, o su Consultoría en Financiamiento de Cualquier Mierda y salieran a las calles a buscar esa emoción que tuvieron frente a las ruinas, esa certeza de que lo que hacen con sus manos importa.

¿Pero cómo chingados, CDMX? Yo abandoné a mi corporación y tú me escupiste en la cara. Cada vez es más difícil vivir contigo sin ser parte del sistema. Fuera de él, me haces la vida intolerable.

La hermandad nos duró un mes. Después volvimos a tratarnos todos peor que a extraños. Hasta entonces noté que la gente en el Metro y en las calles abarrotadas no me veía como a un ser humano, sino como a un obstáculo.

Luego del sismo no había una renta costeable en un lugar que no se estuviera cayendo a pedazos. Y a mis vecinos, que ya tenían sus casas, los viste frente a las ruinas de su historia contigo y les dijiste “toma, aquí está una deuda para los próximos veinte años.”

¿Quién va a construir esas casas? ¿Los mismos de las torres nuevas que se cayeron?

¿Los mismos que demuelen las casas de los pobres para construir cantinas para los ricos?

Siempre estás en obras y nomás quedas peor. Entre crimen y socavones, ya me daba miedo salir contigo.

Perdón, pero me cansé de preguntarte qué te pasa. Traté de ayudarte, pero me echaste para afuera. Ni sé si me escucharás, la verdad siento que extraño a alguien que ya no está ahí. Ni siquiera un muerto, sólo un cascarón vacío.

Cuida bien de mi familia, no te pases de verga. Ya no le eches tanto plomo al aire y raciona el agua, que aquí dice que se te está acabando

Perdón si me exalté, pero todavía te quiero un chingo. Háblame cuando arregles tus pedos, que yo estaré aquí, trabajando en los míos. Me contaron que este año tienes una decisión muy importante que tomar, pero te estaría mintiendo si te dijera que no me vale verga.

Sólo puedo desearte mucha suerte. La vas a necesitar.

Va el pilón: Es la canción que escuché todos los días durante el último mes que pasé contigo. Perdóname la cursilería y yo te perdono la crisis existencial.