Todos tenemos un ego, ¿sí o no? Contrario a los penes, a todos nos gustaría pensar que tenemos el más chiquito.

El paquete básico lo adquirimos durante la infancia, cuando nos enseñan nuestro nombre, modales básicos y nuestro lugar en la tribu. Tú eres Pepe, hablas español, no te comes los mocos y quieres mucho a tus padres. O eres Fernanda, bilingüe, crees en Dios y, amas a tu hermanita aunque te diga que tienes cara de perro.

En la adolescencia adquirimos el Paquete Plus, que no es indispensable pero le da sabor a la vida. Éste incluye nuestros vicios y peculiaridades: Tú eres Roberta, te gusta el punk y las películas de detectives; o Ramón, workaholic, te gusta leer y hacer esculturas de tus artistas favoritos con sus chicles usados.

Cuando somos adultos adquirimos el Paquete Premium, donde nuestra incorporación al sistema nos da una identidad. Comienza por nuestro empleo y por las ideas y costumbres que adquirimos en esta nueva burbuja social: Eres Diana, periodista, migraste a la capital para tu primer empleo y ahora dedicas tu vida a la defensa de la libre expresión; o eres Ramón, desarrollador web, eras experto en javascript antes de que se pusiera de moda y opinas que Breaking Bad es el mejor show que se ha transmitido por televisión.

Esta es la etapa más emocionante del ego porque desde aquí puedes expandirlo indefinidamente. También es la más peligrosa porque, entre más crece, más difícil es cambiarlo: Te gusta Star Wars, pero sólo las precuelas y opinas que Jar Jar Binks es el mejor personaje que existe… monstruo; O bebes whisky, pero sólo single malt y específicamente de esa marca que sólo tú sabes pronunciar bien y debes beberlo con un hielo esférico para degustar poco a poco cómo el agua hace que el sabor se desenvuelva dentro de tu vaso. Nunca en cocteles porque no somos salvajes.

Los egos más grandes se desarrollan a partir de los detalles más insignificantes. Nadie puede acusarte de ser un egocéntrico si te enojas cuando atacan a tu religión, sólo estás defendiendo tu paquete básico; pero si haces un escándalo porque en la nueva película de Avengers sale el traje robótico de Spiderman y TODO EL MUNDO SABE que ese traje aparece originalmente en los cómics de Civil War… tienes un problema.

Los egos más grandes son los más débiles porque tienen mil frentes que defender con el mismo cerebro de chango que todos nosotros. Se sostienen sobre infinitas púas de información cada vez más frágil que los separa de la realidad y, si una de ellas cae, toda la estructura puede colapsarse.

¿No era este un texto sobre opiniones e ignorancia?

A eso voy.

Las opiniones son ese limbo mental en donde guardamos la información que llega a nosotros antes de hacerla parte de nuestra visión del mundo, el filtro a través del cual percibimos la realidad.

Un día escuchaste que la pizza con piña es una abominación así como un insulto contra Dios y la naturaleza; la probaste y, en efecto, no te gustó; con el tiempo conociste a gente que te caía mal pero disfrutaba comer pizza con piña y esa simple opinión “es la peor pizza” se unió a otros principios más básicos que guardabas contigo desde hacía años (“la pizza con piña es para nacos porque a los nacos les gustan las cosas feas”).

No digo que esté mal tener un ego. Los budistas le tiran mucha carrilla porque nos separa de la realidad, pero también nos ayuda a convertirnos en nosotros mismos. Por eso las secciones de comentarios de Internet están arruinando a la humanidad.

¿Quieres perder la fe en el proyecto humano? Entra a la página de Facebook de Pictoline. A un lado del maravilloso material que estos genios publican, puedes encontrar a los peores elementos de nuestra sociedad peleándose acerca de pura pendejada.

Este cartón llama a la unidad frente a la tragedia de los tres adolescentes asesinados en Jalisco y la pinche raza se está peleando por una letra:

Las redes sociales son una parte importante de nuestra vida, ¿siono, raza? Para mucha gente son una adicción no diagnosticada y en mis más locas teorías creo que están moldeando a una humanidad de esclavos sin capacidad de atención… pero ese no es el punto.

Los principales motores de estas redes son la atención y la relevancia. Un montón de retweets en un día solitario se sienten casi como el tierno abrazo de un ser querido. Pero esta necesidad humana de afecto también es buena para los negocios, por eso tus redes sociales le dan prioridad a los contenidos que generan más engagement, los que obtienen más likes o comentarios. Por eso la carrera armamentista entre creadores de contenido los ha obligado a todos a firmar cada post, cada imagen, cada video con una invitación a participar: “No te olvides de suscribirte, deja tu like y comenta, ¿cuál hot dog se parece más a una princesa Disney?”

Vivimos en la peor línea temporal.

Pero hay tanto que ver, tanto que comentar y todos ellos me piden mi opinión. A mí, que cuando hablo con mis amigos se me ocurre algo que decir hasta que ya cambiaron de tema.

Y si me explicaran ahorita, en mis cinco sentidos, “los likes te darán felicidad”, yo sé que no es cierto, pero en redes nadie está en sus cinco sentidos.

Le prestas dos segundos de atención a cada post que se aparece en tu feed hasta que uno captura tus sentimientos. De por sí la tristeza, la alegría, el miedo y la ira ya son como una especie de borrachera, pero además escribes con prisa. Estás viendo las redes en tu horario laboral, o con la eterna culpa de que podrías estar haciendo algo mejor con tu tiempo.

Not even once

Y lo que escribes no es una opinión tuya, ninguna lo es. Ayer la tribu a la que crees pertenecer tuiteaba que la pizza con piña es un peligro para México y nuestros cerebros de chango tienen un lugar especial para el miedo, la ira y la identidad de grupo.

¿Apoco no es una oferta imposible de rechazar? Dos segundos de transcribir ideas de las que no estás muy seguro te dan la oportunidad de pertenecer a un grupo, recibir puntos falsos de Internet que se sienten casi como amor y de reafirmar, frente al mundo y frente a ti mismo, quién eres, por qué importas.

Pero, ¿cómo iba el dicho? “Si no dices lo que crees, acabarás creyendo en lo que dices.”

A tu odio por la pizza con piña le tomó años convertirse en parte de tu vida, pero la simple opinión de que puede desestabilizar al país, espantar inversiones y expropiarte los veinte pesos que traes en la bolsa, puede hacerse parte de tu visión del mundo en días, incluso horas, de pelear con desconocidos en Internet.

Por eso cuando algún machitroll lee palabras gender neutral, se espanta. Cada que escribes “todxs” atentas contra su visión del mundo. Su ego accidentalmente inflado de pendejadas amenaza con colapsar hasta los cimientos más profundos de su masculinidad. En su mente, él no defiende la ortografía, sino su derecho a ser hombre.

Y como el ego, entre más grande es, más nos separa de la realidad, a estos vatos les duele más su penecito que la muerte de tres chavos.

Ha de estar bien feo ver la vida con estos lentes.

¿Qué hacer, entonces, para no estar tan pendejos?

El primer paso es no tomarnos tan en serio nuestras propias opiniones. No te cases con la primera idea que te provoque mariposas en el estómago, dale tiempo, déjala que te acompañe en un par de aventuras. Ya empezarás a verle defectos y, eventualmente, vendrá una mejor a tomar su lugar.

Si tienes que discutir, hazlo para encontrar la verdad, no para ganar. Si te ves en un error, no te equivocas tú sino tus opiniones. Cámbialas.

Admite que no sabes. Crees que sabes porque otro señor que parecía saber te dijo que sabía, pero él tampoco sabe. Nadie sabe nada, todos fingimos saber y aquellos que saben que no saben es porque ya se la saben.

Pero ya en serio, deja las redes.

¿Siono raza?