I

Un apetitoso desayuno en Tragones Anónimos

TA

El cuchillo seccionando vertiginosamente la carne sobre el tronco de madera se escucha nítido. Es un rumor hueco y rítmico, icónico para nosotros los mexicanos que hemos hecho del consumo del taco el deporte nacional número uno. El dos serían las tortas y allá, muy lejos, en el número tres, una cosa que llaman fútbol. Entre los miles de puestos que abigarran la Ciudad de México, de forma inesperada y algo cruel, hay uno debajo del piso donde intento conversar con Raquel, recién anexada en Tragones Anónimos (TA) “Victoria de Durango”. Grupo de autoayuda conformado por mujeres y hombres capaces de devorarse desde un pollo rostizado hasta un piso de pastel completo. Raquel, de rostro moreno y pupilentes verdes, me mira impaciente. Hoy es su segundo día de, al parecer, un imposible aislamiento. El aroma a carne grasienta se eleva desde la calle y penetra a través de las ventanas abiertas, cosquillea nuestras narices. –¿Cómo inició tu problema de obesidad?, pregunto. –Con la muerte de mi hermana en un accidente, me entró la depresión y comencé a relacionar mi estado de ánimo con la comida. Me encabronaba con alguien y quería comer papas a la francesa. Si estaba alegre quería comer tacos… Es domingo que, por antonomasia es de tacos y fútbol. Cuando miles de familias mexicanas se arrellanan en su sala a incrementar calorías mientras ven por televisión, cómo unos tipos las pierden persiguiendo una pelota. “A veces eran como a las cinco de la tarde y yo ya estaba desesperada, viendo el reloj, esperando a que saliera el señor de los tacos… los hace riquísimos, yo nunca he probado unos igual.” Trato de concentrarme en sus palabras, es medio día y no he probado bocado. Si el suplicio es duro para mí, imagínense para Raquel quien solía zamparse 10 tacos grandes de doble tortilla de un jalón. ¿A quién diablos se le ocurrió mudar Tragones Anónimos (TA) a este piso del infierno? ¿Cómo se lucha contra la obesidad cuando se flota sobre los efluvios de un cazo de carnitas?

Andreu, preparado para su manga gástrica

Hospital

Sin que se conozcan entre ellos y sólo a ocho calles de Tragones Anónimos “Victoria de Durango”, existe otro grupo de obesos que también luchan por dejar de serlo. Entre ellos, Andreu de 25 años, quien está a punto de ingresar al quirófano. Su sobrepeso, aunado a su condición amanerada, le representó situaciones de mofa por vía doble. Ahora sólo se propone eliminar la grasa de más. Por su homosexualidad se le ve bastante bien. Su naturalidad me lo dice. Bromea y sonríe con enfermeras y doctoras.

Ha chuleado la mascada que porta la sicóloga Verónica Pratti. Que a ver cuándo se la presta, le dice. Andreu fue diagnosticado con Trastorno de Ansiedad Generalizada Severa, es decir, comía no por hambre sino para paliar su ansiedad. Es un comedor emocional y desde niño fue obeso. Todavía recuerda cómo su papá cruelmente le reprochaba: “estás a punto de rodar”. Ahora ese señor llegó temprano a la clínica hecho un haz de nervios. Apenas ve a su hijo, comienza a esparcirle agua bendita sobre la cabeza. Andreu acepta el rocío celestial con un dejo de resignación. Enseguida el señor suelta imperativamente: ¿Dónde está el doctor Campos?, quiero hablar con él. Ya, pa, relájate, replica su hijo, un tanto avergonzado. Consciente del prestigio del Dr. Francisco Campos, necesita confirmar que él va a operar a su vástago.

Ataviado sólo con una bata azul, unas medias y sus pantuflas, Andreu sólo espera.

¿Puedo tomarte una foto?, le pregunto. Accede de buena gana. Pero antes, necesita tomar una pose que le satisfaga. Echa la espalda atrás, entrelaza sus manos y las coloca sobre sus piernas que cruza. Sonríe. No se ve tan obeso; menos en ese vigoroso sillón que ha soportado a personas de hasta más de 200 kg. El máximo de Andreu fue 138 kg que tuvo que reducir a 102 kg para poder ser intervenido.

El ambiente de la clínica es tenso. La noche anterior una paciente había fallecido por complicaciones postoperatorias. Por eso, no sólo el papá de Andreu, también los familiares de los demás pacientes están nerviosos. Finalmente le informan que el Dr. Campos se atrasó un poco. ¿Él lo va operar?, insiste por enésima vez el señor.

No será así, pero para tranquilizarlo alguien le dice que sí.

TA

¡Mi mamita, mi mamita! Lloraba desesperada la pequeña de cinco años tratando de liberarse de las manos de su papá que la contenían.

¡Ya me voy a portar bien! Prometía a gritos como si la reclusión de su madre fuera su culpa. Sus dos hermanos mayores la miraban conmovidos, pero se  aguantaban.

Cuando Raquel llegó por primera vez al no. 39 de Mar Célebes, en la colonia Popotla, se subió a la báscula: 127 kilos. Con 1.67 metros de estatura tenía sobrepeso de alrededor de 60 kilos. Debido a la gravedad, los de TA le sugirieron anexarse para cumplir cabalmente el plan. Mínimo tres meses y sin contacto familiar. Ni siquiera llamadas. Toda su energía concentrada en recuperar su “sobriedad”, ese equilibrio perdido entre las emociones y la comida.

No es que Raquel hubiera procurado regímenes menos drásticos. Como todos los tragones, era experta en la metodología inútil: practicó 15 dietas, aceleró su metabolismo con anfetaminas, probó las gotitas homeópatas, fue con su mamá al dos por uno en el Slim Center, desayunó los licuados de Herbalife… Eventualmente unos kilos cedían, pero más temprano que tarde regresaban, ominosos.

Con el absoluto apoyo de su esposo, se decidió. “Si no lo hacía ahora que tenía las fuerzas, ya nunca lo haría.” El viernes por la noche  reunió a sus tres hijos y les explicó que no era feliz con la vida que llevaba. Pensando todo el día en comer. Caminar por cualquier lado y escuchar burlas e insultos por su corpulencia. Que era horrible querer comprar algo de ropa y no encontrar de su talla. “¿Cómo les podía decir que los quería si yo misma no me quiero?”

Su hija pequeña pareció comprender, pero se derrumbó cuando vio que las cosas iban en serio. Manoteó con todas sus fuerzas con tal de no dejar a su mamá en ese departamento desconocido de paredes blancas.

De joven, Raquel no tenía mayor problema con la báscula. Fue hasta su tercer embarazo que le diagnosticaron preeclampsia y engordó notoriamente. Sus rollizos dedos botaban los anillos, sus pies desbordaron el calzado. Intempestivamente su hermana menor murió en un accidente automovilístico. Raquel cayó en la depresión. Pasaba todo el día en la cama. Sólo se sentía tranquila comiendo. “El chiste es estar saciando ese hueco que se siente”.

Los tragones “comemos para saciar la necesidad de afecto, el enojo, el sexo, para enamorarnos. Todo está relacionado con la comida”, explica Erika, quien es “servidora” (una especie de guía y tutora) en TA. Ella llegó al grupo con 160 kg y ha reducido a 100kg. “No se mastica, menos se disfruta la comida. Ahora quiero y rápido, rápido”, truena los dedos. Afines a la época actual, los tragones parecen decir: lo quiero todo y ahora. Una especie de autofagitación delirante: “Te tragas la vida”, afirma Erika.

Una fractura en el peroné de Raquel la hace entrever el abismo que gravita. Tiene que utilizar cómodo, la bañan. Cualquier actividad, por nimia que sea, no la puede realizar sola. De hecho, la obesidad severa es una forma de minusvalía y no precisa de fracturas para experimentarla. Hay obesos que la padecen en lo más primigenio: “Ya no puedes ni siquiera limpiarte tu propia mierda”.

Acostumbrada sólo a la verdura ornamental de los sopes y las quesadillas, Raquel sufre en el anexo: “Ayer me dieron un plato de zanahoria rayada, llevaba la mitad y sentía que ya no me cabía, y me decía, hazte pendeja, si te comes diez tacos…” El régimen de TA se basa en tres ejes principalmente: físico, emocional y espiritual. El primero es proveerse una alimentación adecuada. El Plan de Alimentación, contiene los alimentos y las cantidades a consumir y que no rebasen las 1500Kc diarias. No es la dieta restrictiva clásica, sino un plan variado en el que se incluye hamburguesas, barbacoa, pastel… Pero ¿pastel para adelgazar?

 

Paciente hondureño recién operado

Paciente hondureño recién operado

Hospital

No hay que ser un experto para intuir que una de las variables de la criminalidad en el país es el abdomen del policía. A mayor curvatura, mayor delincuencia. Ese matiz no pasó desapercibido para el entonces Secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México, Manuel Mondragón y Kalb, quien se hizo la elemental pregunta. ¿Por qué nuestros policías están tan gorditos?  El asunto pronto trascendió los uniformes azules y se convirtió en cuestión de salud pública: La Ciudad de México supera el promedio nacional de sobrepeso y obesidad. De la Ciudad de los Palacios a la Ciudad de los Obesos.

La polifagia o sobreingesta compulsiva es el consumo descontrolado de grandes cantidades de alimento aún sin tener apetito. Este trastorno de alimentación desemboca en un 90% en obesidad. Adquiriéndose con un Índice de Masa Corporal (IMC) mayor a 30. El  IMC se obtiene dividiendo el peso (kg) entre la estatura al cuadrado (m²).Un IMC entre 30 y 34,9 es obesidad tipo 1. Entre  35 y 39,9 es tipo 2. Y un IMC mayor a 40 es tipo 3, obesidad  mórbida o severa.

Finalmente el Secretario de Salud del Distrito Federal, Armando Ahued, propuso crear la Clínica Integral de Cirugía para la Obesidad y Enfermedades Metabólicas, que se ubica en el Hospital General Dr. Rubén Leñero. En marzo del 2009 abrió sus puertas con la coordinación máxima del Dr. Francisco Campos, quien consigna esta numeralia del exceso chilango: “De 11 millones de habitantes de la Ciudad, podrían ser candidatos a cirugía entre 800 mil y un millón de habitantes, por obesidad tipo 3.” Enfermos que ya lo intentaron todo y que nada les ha funcionado. Así que recurren al quirófano para reducir sus estómagos y por ende su ingesta habitual.

No todo es cuestión de cortar y coser, se trata también de un tratamiento multidisciplinario, donde cada caso es evaluado por sicólogos, nutriólogos, cirujanos, endocrinólogos, etc. Finalmente el Dr. Campos autoriza o no la cirugía. Se practican dos tipos: el bypass gástrico, que  consiste en crear un pequeño reservorio separado del resto del estómago y la manga gástrica, en donde se extraen dos tercios del estómago para formar otro más pequeño (manga) con el sobrante. Los pacientes primerizos se tienen que presentar el lunes para que se  les informe el protocolo a seguir.

La demanda es notable, o sólo por cuestiones estadísticas sino económicas. Los  hospitales privados cobran entre 100 mil y 150 mil pesos por estas cirugías. Aquí hay dos planes. El A, donde no se paga absolutamente nada y la persona se inscribe a una lista de espera que puede durar hasta un año. Y el Plan B, donde la dilación es menor porque el paciente costea el material quirúrgico que oscila por los 35 mil pesos. El programa ha sido bien aceptado socialmente pues los resultados se notan inmediatamente en los pacientes.

En tanto hay otros programas tan importantes o, inclusive más, como la interrupción del embarazo y el del SIDA, donde el estigma social es más fuerte y no tiene ese nivel de aceptación, comenta el Dr. Campos. Pronto los bisturíes de la clínica llegarán al paciente número 650 –incluidos pacientes llegados de otros países–. Además de que en noviembre pasado se inauguró una segunda unidad en Tláhuac. Y ni aun así, se podrá intervenir al 1% de la población que lo requiere. “Esto no va a resolver el problema de la obesidad. Sería absurdo decirle a la gente que lo vamos a resolver”, advierte el Dr. Campos y agrega que la solución estriba en programas de prevención. Con la sensatez del pesimista, observa: “¡Somos un país tragón y de coches descompuestos! Donde quiera que tú vayas no falta el taller mecánico y el puesto de tacos.” Un jodido país de gordos desnutridos y chatarras andantes, pues.

Platicando con Raquel, primer plano, en Tragones Anónimos.

Platicando con Raquel, primer plano, en Tragones Anónimos.

 

TA

Tropiezan en la punta de la lengua, desgarran…finalmente, manan las palabras: “Mi nombre es Raquel y soy una tragona…” Así inicia su monólogo en la tribuna donde sus compañeros sólo escuchan. Raquel cuenta del overol talla 42, el más grande que existía en el trabajo, que constantemente tronaba tan solo al sentarse. De las risas veladas o plenamente esculpidas en los rostros de sus compañeros. De cuando sus jefes le pidieron bajar de peso. De su renuncia. De los 500 pesos que le daba su esposo por la mañana y que por la noche se convertían en 100 pesos debido a sus furtivas comilonas. De los atracones cómplices que compartía con su esposo. Del resentimiento que le tiene por ser tan flaquito y ser un tragón de primera…

El segundo eje del plan es el emocional. Las frustraciones, las furias del día son exteriorizadas para que no desemboquen en una ingesta compulsiva. “Si por la boca enfermamos por la boca nos curaremos”, es una de las máximas de TA. Por muy íntimas y fuertes que sean las confesiones nadie juzga: todos son iguales y se necesitan mutuamente. No es raro que lleguen intempestivamente tan solo para desahogarse. TA es un grupo 24 horas.

El anterior domicilio del Grupo Victoria Durango se ubicaba sólo a unas cuadras de Mar Célebes. Aquella construcción húmeda y sombría de tres pisos tenía dos méritos innegables: soledad y discreción. Ideal para las almas que buscan guarecerse de las tentaciones del exterior. Pero su alquiler se elevó en demasía y tuvieron que mudarse. Inclusive yo les ayudé a bajar una de las camas reforzadas que suelen utilizar los anexados.

La pregunta se imponía: ¿Por qué se trasladaron arriba de una taquería? “Podríamos estar a un kilómetro de aquí o más lejos, cuando tú quieres  comer no importan las distancias, ¡tú comes!”, responde Gloria, miembro de TA. Bajo esa férrea lógica hay un razonamiento que trasciende lo meramente estoico. Los tragones padecen una presión aún más bárbara que el alcohólico o el drogadicto, quienes una vez controlados, pueden vivir sin probar la substancia adictiva. Un tragón no, como cualquiera de nosotros necesita comer. Prácticamente a toda hora, todos los días y en cualquier lugar lidiarán con la tentación del atracón.

“Dios mío, ayúdame”, es la súplica desesperada de Álvaro, un fanático de las tortas, cada vez que titubea en la calle. Y para corroborar el calibre de las tentaciones, basta mencionar que el  otro grupo de TA en el DF se ubica a unos pasos de la Tortería el Cuadrilátero, expendedora de las tortas más colosales que puedan existir en el mundo; y no exagero. Se lo comento a Gloria y ríe estentóreamente. Bajo el rumor de sus carcajadas pocos imaginarían la ardua y dramática lucha que ha llevado contra su obesidad. A sus 14 años pesaba 119 kilos que luego se convirtieron en 131.300 kilos. A diferencia de Raquel que gusta de lo salado y grasoso, su debilidad son los pasteles y chocolates. Ahora esta veterana de TA (con más de 10 años) acompaña a Raquel para que no se sienta tan sola. Los miembros deben turnarse para cubrir solidariamente las necesidades de los anexados: Echarse humildad.

El tercer y último aspecto en el programa es la aceptación de un Poder superior. No importa la nominación de este poder (Dios, Jesús, Mahoma…), sólo la certeza de que trasciende los meros actos individuales e influye en el conjunto de la existencia. No es únicamente un acto de fe, sino también de humildad. De ahí que Te echo humildad, es una frase con la que reconocen la necesidad de “contar con el apoyo de otros para lograr un cambio propio”, razona Erika en su tesis de licenciada en etnografía y que versó sobre su experiencia en el Grupo “Victoria de Durango”.

Me despido de Raquel y Gloria. Mi hambre es voraz pero decido no probar los tacos de abajo que tanto me atormentaron. Avanzo sobre la calle de Mar Cébeles y, una vez que estoy lo suficientemente lejos de TA, ingreso a una carnicería-taquería. En mi vida he conocido taquero tan presuntuoso: “Tengo la mejor nana que usted vaya a probar en la vida, joven.” Deme tres, respondo.

La Piscóloga Verónica Pratti, su mascada deseada y Andreu, a punto de ingresar al quirófano.

La Piscóloga Verónica Pratti, su mascada deseada y Andreu, a punto de ingresar al quirófano.

Hospital

A este quirófano le hace falta la emoción de las series de televisión, pienso cuando ingreso con la incomodidad del intruso. Sólo el Dr. Campos le pondrá algo de sabor, pero será  ya iniciada la cirugía. En tanto me conformo con un  ambiente de oficina bien portada.

El mobiliario quirúrgico está correctamente dispuesto y el bip acompasado del  monitor cardiaco me dice que Andreu se encuentra en la serenidad de la inconsciencia. El único que no está en su lugar soy yo, que soy un metiche de traje aséptico desechable y gorrito ridículo de malla. Yo quería uno de los que portan los médicos, pero supongo que en la vida real se tiene que estudiar para merecerlo. Y estos cirujanos treintañeros no sólo lo han hecho en México, sino que se especializaron en países como España, Brasil e Italia. El propio Dr. Campos perfiló al personal y tuvo que negociar con el sindicato y las autoridades sanitarias contratos flexibles para su personal que les permitiera laborar también en hospitales privados. La ventaja es ejercer en “el mejor centro de entrenamiento en el mundo, porque operar un bypass diario, no hay en otro lado”.  Por esa razón y otras, como tener un quirófano exclusivo, los apodan los VIP del Rubén Leñero, donde algunos consideran su labor un tanto frívola. Curioso sentir, cuando allí se combate la primera pandemia del siglo XXI.

Finalmente es la Dra. Diana Maldonado quien oficia en el quirófano. Sobre un banquito, flanqueada por otros dos cirujanos, comienzan por hacer cinco  incisiones (de alrededor de 1 cm) al abdomen de Andreu. Por uno de los  orificios se inyecta dióxido de carbono para expandir la cavidad abdominal y optimizar la visión interior, enseguida se introduce una cámara de fibra óptica (laparoscopio), además de unas pinzas y engrapadoras, largas y angostas, para poder entrar por las pequeñas incisiones.

La Dra. Maldonado mira los monitores en tanto sus manos manipulan diestramente el instrumental. El estómago es una bolsa viscosa y rosada que está surcada por un ramal de pequeños vasos sanguíneos que lo irrigan. A su alrededor, cúmulos de grasa amarillenta se acumulan y lo ciñen, podría decirse que asfixiándolo, un poco metafóricamente, claro, pero sólo un poco.

La idea es formar un nuevo estómago con sólo un tercio del original. Así que una pequeña cabeza dentada se va abriendo paso entre las vísceras y cuando está en la posición correcta comienza a seccionar el buche de Andreu al tiempo que lo cauteriza; para reforzarlo se utilizan grapas de titanio. Los cirujanos están parlanchines hasta que llega el jefe. Se hace un rotundo silencio. Y entonces la voz del Dr. Campos se hace notar. ¡Qué hace ese pinche sangrado, que no es una cesárea!, vocifera al observar en el monitor un hilo de sangre que enseguida corrigen los cirujanos. Se mueve con autosuficiencia, entra y sale del quirófano. Gira instrucciones, reclama, saluda. Que si no habrá electricidad en el hospital en tal fecha, que tú flaca por qué no me saludas, que antes trabajó en esa madre del Seguro Social donde son bien negreros… ¡¡Qué la chingada!!, sigue corrigiendo con voz violenta. Para terminar me explica en tono confidencial: “Un cirujano que no opere bajo presión no sirve.” La Dra. Maldonado lo sabe y se lo toma con calma: “Como cirujanos debemos aprender a manejar el estrés… para resolver situaciones difíciles.” Está tan acostumbrada a los gritos del Dr. Campos, que a veces le da un poco de risa.

Por complicaciones postoperatorias, y varios días después de la cirugía, han fallecido 2 pacientes de los casi 650 intervenidos. Una mínima mortandad, sabiendo que la obesidad es crónica, progresiva y mortal. Llegan con llagas en los pies, hipertensión, diabetes, artritis, triglicéridos altos… y aun así, hay gente que cree en los gorditos saludables. “Entonces la primera reacción cuando tú tienes la pérdida de un obeso es: ‘pero si estaba sano’”, ironiza el Dr. Campos.

Ha pasado más de una hora y el quirófano está invadido por estudiantes. El jefe se ha marchado y el ambiente se vuelve a tornar rutinario. Algunos de los presentes se pierden en las pantallitas de sus celulares. Yo también divago, recuerdo que uno de los asesinatos más notables en la historia mundial, se trató de remediar en este mismo predio, hace más de medio siglo, cuando el hospital Rubén Leñero no existía y sólo unas modestas instalaciones de la Cruz Verde ofrecían servicio.

Finalmente extraen por uno de los orificios el fragmento del estómago cercenado. Una enfermera lo toma en sus manos y dictamina: “Este nació muy cabezón”.

 

El estómago recién nacido

El estómago recién nacido

II

Los genes obesos

Si algo nos ha aleccionado la historia, es que el mundo es una despiadada aula escolar donde se practica el bulliyng con demasiada frecuencia. Los chicos malos y poderosos masacran a los que no lo son y los apodos están al orden del día. Por Bernal Díaz del Castillo que escribió (suponiendo que él lo hizo, claro) La Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, conocemos el alias “Cacique Gordo”. Nadie repara en el verdadero nombre (Xicomecoatl) de este personaje,  sino en su condición de primer aliado de Hernán Cortés y de su extraordinaria gordura. La pregunta surge natural: ¿Los mexicanos tendremos una predisposición genética a la obesidad?

Para el Dr. Rafael Álvarez Cordero, de la Facultad de Medicina de la UNAM, dice que definitivamente no. “Se ha encontrado un gen que se asocia a la diabetes y no a la obesidad.” Y agrega que la polifagia tiene causas multifactoriales: diabetes, problemas con la tiroides, desajustes endocrinológicos y, sobre todo, sicológicas. Para ejemplificar la complejidad del asunto cita las investigaciones de la neuróloga Verónica Volkow, quien demostró que igual que los drogadictos y los alcohólicos, los obesos padecen deficiencia de dopamina en el cerebro y que compensan con las sustancias a las que son adictos. En este caso con ingentes cantidades de comida. Si se logra controlar esos receptores de dopamina en alguna forma, se podrán controlar las adicciones, dice.

El Dr. Álvaro Chaos Cador, especialista en biología evolutiva, explica que algunos investigadores buscan los genes de la obesidad, como otros buscan los del Alzheimer, Huntington, la inteligencia… y hay ciertos indicios de que existen. Sin embargo, “para otros científicos, no se puede ver la genética como una caja de herramientas en donde cada gen actúa independientemente de los demás. Para ellos los genes forman redes genéticas cuyo comportamiento es caótico y produce propiedades emergentes. Entonces la obesidad sería mucho más difícil de entender, pero sería una enfermedad producida por redes genéticas y por la interacción del ambiente.” Por ese camino va encaminada la genetista Irene Mendoza Lujambio, del Instituto Politécnico Nacional, con su investigación Estudio integral de genes que controlan la percepción del gusto y su relación con la obesidad infantil y adulta, que busca establecer la relación de la obesidad con seis genes asociados a la percepción del gusto dulce como determinantes a la hora de seleccionar la comida y la cantidad de su consumo.

Una explicación a la obesidad que englobe lo emocional y lo genético viene  de la epigenética. La epigenética es el conjunto de modificaciones que se gestan en la cromatina (material cromosómico que se encuentra en el núcleo de la célula) y que se conservan de una célula a otra. Dichas mutaciones no son provocadas  por reacciones puramente bioquímicas, como antes se pensaba, sino que serían sensibles a los factores emocionales del individuo. Nuestras células también tienen su corazoncito, por decirlo así. Alguien expuesto constantemente al estrés generaría cambios epigenéticos en su organismo y los heredaría a su progenie. En el caso de los obesos, quienes están bajo un constante estado de estrés, trasmitirían a sus hijos una predisposición fisiológica a la obesidad. Así que nada más natural  que las nuevas generaciones en México sean más obesas.

En todo caso el  Dr. Rafael Álvarez utiliza el sentido común: “El único gen que tenemos es que no sabemos comer”. Así que cuando le piden una receta efectiva para adelgazar suelta sus “cuatro números mágicos”. Apunten, por favor: El 0 de cero comida chatarra, el ½ de medios platos, el 1 de una hora de ejercicio y por último el 2 de dos litros de agua diario. De nada 🙂

 

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Morir con 200 kilos de peso

El periódico La Prensa del 1 de abril del 2012 decía que tenía 29 años y que se llamaba Gabriela Rodríguez Téllez, pero nada de que  llevaba 13 años casada con Enrique Granados de oficio albañil. La nota decía que los hechos sucedieron en la delegación Gustavo A. Madero de la Ciudad de México, pero nada de que es la peor zona para que viva una persona con 200 kilos de peso. Decía que sucedió en Cuautepec, Barrio Alto, pero nada de que estando allí las calles y callejones se miran como una maraña oblicua que se dispersan en las faldas de la sierra de Guadalupe, donde los pasos se procuran cuesta arriba y cuesta bajo, pero para las rollizas y débiles piernas de Gabriela siempre fueron cuesta arriba. De ahí la abundancia de taxis piratas que recorren esos declives.

La nota decía que ese día iría a una consulta médica, pero nada de que los malestares al respirar iniciaron desde la mañana y que los manifestaba desde mucho tiempo atrás. La nota decía que Gabriela no podía salir de su casa por su propio pie, pero nada de la última vez que lo hizo fue también por una visita al médico. La foto muestra una casa gris sin pintar, pero nada de que en esas vertientes las casas sin revocar y con las varillas oxidadas al aire son prácticamente la regla. La foto del periódico muestra a lo lejos el rostro blanquecino y agobiado de una mujer de notable abdomen que desciende amarrada con múltiples lazos de un primer piso, pero no menciona los gruesos polines de madera que utilizaron para reforzar las dos camillas sobrepuestas para poder transportarla. La foto muestra el esfuerzo de una a muchedumbre de hombres, entre ellos su marido Enrique, pero no muestra las noches en que lloraba desesperado porque no sabía cómo ayudar a su mujer.

La nota asegura que lograron sacarla sana y salva, pero nada del infarto que sufrió antes de partir y que apenas lograron estabilizar los paramédicos. La nota dice que fue llevada al hospital, pero nada de que los paramédicos aseguraron que no cabría en ninguna de las dos ambulancias que llegaron y que finalmente fue transportada en la parte trasera de una pickup color rojo. La nota asevera como un hecho consumado que Gabriela fue atendida en el hospital y que el problema será cuando regrese a casa, sin embargo ya no regresó porque llegó muerta al nosocomio debido a un segundo infarto. Tampoco dice de la última vez que Gabriela se hizo estudios médicos y salió con el corazón a punto de reventar, un pulmón acuoso y los riñones empedrados; de que se tenía que dormir sentada porque al acostarse sentía que se asfixiaba. Nada de que a últimas fechas ni siquiera podía  ir por propio pie al baño y que le tuvieron que adaptar, a un lado de su cama, una cubeta debajo de una silla reforzada con maderos. Que su única hija de 17 años siempre la auxilió con estas elementales necesidades fisiológicas; además de que se ocupaba de su aseo y de hacerle de comer. Tampoco contaba de los años en que madre e hija trabajaban limpiando las unidades habitacionales del cerro del Chiquihuite y que en las últimas fechas Gabriela sólo se sentaba en la banqueta mientras su hija recogía la basura de los departamentos a cambio de unas monedas. Tampoco dice que le tuvieron que hacer una caja especial de madera porque el cuerpo de Gabriela ocupaba lo de dos ataúdes. Menos se  menciona a ninguno de sus tres nietos (2 años, 1 año y 2 meses) con los que solía jugar en su habitación; y quienes fueron procreados por su única hija de 17 años de edad quien, por cierto,  está preocupada porque el niño de 2 años pesa 20 kilos y los médicos le dijeron que tiene un sobrepeso de alrededor de 10kg, pero no le mencionaron dónde ir ni qué hacer. Y de que el padre de los niños ya la abandonó.

De todo un poco, como en una buena torta: estadísticas deschavetadas, políticas públicas extravagantes y pérfidas reflexiones. 

”México es el país con más obesos en el Mundo”, rezaban los titulares en junio del año pasado y citaban un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en el informe Estado de la alimentación y la agricultura 2013. El promedio de obesidad en adultos era en E.U. de 31,8% y en México de 32,8%.

Sabemos que las mentiras en el ciberespacio no se rectifican, se hacen virales, lo que provocó una avalancha de explicaciones y sombrerazos desesperados; posteriormente se sabría que dichas cifras eran incorrectas. Las aclaraciones llegarían después de unos días en notas esquinadas de periódico. Los datos antes citados eran del año 2008 y existían otros más recientes para ambos países. Del 2010 para  E.U.  donde se especifica que su índice de obesidad es de 35,7% y del 2012 para México con 32,7%. Seguíamos siendo subcampeones en la categoría, pero no en la competencia mundial, sino tan sólo entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Increíblemente, descubrimos naciones con un índice de obesidad mucho más elevado, como Nauru con 71.1%. Algunos funcionarios públicos respiraron aliviados, aunque no por mucho tiempo.

Con el folclore con que se manejan las estadísticas en México, se calcula que en el sexenio de Calderón las muertes provocadas por la guerra contra el narco rondarían entre las 70 mil y las 121 mil. En ese mismo lapso los fallecimientos por diabetes asociada con la obesidad serían 500 mil. Lo que demuestra que las balas de azúcar y carbohidratos son mucho más mortíferas que las de plomo. Y las trasnacionales tan campantes, los diputados apenas si gravaron sus productos. Si pensamos que México es el mayor consumidor de Coca Cola con 172 litros al año, nada más natural que nuestra mofletuda tragedia. A este paso la obesidad le costará al país entre 70,000 y 101,000 millones de pesos en el 2017.

Los expertos en el tema como el Dr. Rafael Álvarez dicen: “Nunca hemos tenido la gran oferta de comida, como en los últimos cuarenta años”, el Dr. Francisco Campos dice: “Desde la posguerra ya no hay hambre.”  Estas afirmaciones llaman la atención en un país  donde se implementa la Cruzada Contra el Hambre, con la cual se espera paliar la deficiencia alimentaria en al menos 7.4 millones de personas (de un universo de 25 millones). En esto no hay contradicción ni mentira, ambas situaciones son reales sin ser excluyentes. De hecho, es la esencia de nuestro país: desigualdad=paradojas. Lo peor de ambos mundos es un país de obesos desnutridos.

En un artículo de la revista Nexos de marzo firmado por Sofía Charvel, Martín Lajous y Mauricio Hernández se plantea la cuestión: “La Cruzada contra el Hambre… es una política pública, una cuestión de justicia social que unifica actores en una misma causa y provee a la administración importantes rendimientos políticos desde el corto plazo. La epidemia de obesidad infantil, de mayor magnitud en términos poblacionales, y con graves consecuencias económicas, sociales y de salud, no genera beneficios políticos de corto plazo y sí provoca enfrentamientos con grupos poderosos del sector privado y ocasiona fracturas en el interior del gobierno.” ¿Cómo empatar ambas metas?

El nivel de civilización de los países es inversamente proporcional a los records Guinness que desea obtener. México se atribuye varios, que nos llevaría a romper el record Guinness de la bobería: La tarta de queso más grande del mundo (2009, 2,133.5 kilos, 2½ m diámetro), la enchilada verde (2010,1468 kilos y 70 m), el coctel de camarón (2011,538.5 kg), la rosca de reyes (2013,9.375 toneladas), etc. Como si el título mundial de obesidad infantil no nos bastara, en julio pasado me presenté a la novena Feria de la Torta donde se preparó la torta más grande del mundo con 58 m de largo.

Alguna vez leía en A trancas y Barrancas de Alfredo Bryce Echenique (suponiendo que él lo escribió, claro) que la cocina del Perú era, después de  la Francesa y China, la mejor del mundo. Debo decir que dicha afirmación me decepcionó. Tristemente los latinoamericanos propendemos a mitificarnos como segundones de algo (en este caso sería un tercer lugar). Aquí también se afirma que la cocina autóctona es la mejor después de la francesa y la china. Por otra parte es normal, Perú y México son los países más parecidos de toda América. Si los peruanos presumen su aportación a la culinaria mundial con la papa, los mexicanos revindican el maíz; por citar un ejemplo. Aquí yo no voy a refrendar ningún escalafón mediocre, más bien trato de postular una verdad absoluta: La mejor comida callejera de todo el mundo es la mexicana. Lo comprobé mientras olisqueaba la infinidad de ingredientes que  aromatizaron la Novena Feria de la Torta: Camarón, pulpo, cecina, pollo, bistec, huitlacoche, queso, tamal…. Tantos que serían la envidia del emperador azteca Moctezuma II, acostumbrado a escoger entre treinta distintas comidas que le preparaban diariamente.

Todos los grandes platillos son elementales en su constitución. En otros países una torta es un pastel, en México es una telera o un bolillo partido y adentro todo lo que puedes imaginar. Pero dejarlos en esos términos sería vulgar, insípido. La torta tiene su sazón y su secreto.

Como en la alta cocina, la preparación de una torta tiene que ver con la combinación adecuada de ingredientes y no con su ingente cantidad. Desde la austera torta de plátano o sopa de fideos hasta la estrambótica torta cubana, constituida por un revoltijo de ingredientes que sonrojaría a la cocina molecular de Ferran Adrià. No en balde en el país se tienen registradas más de 20,500 torterías.

Mientras esa tarde una docena de chefs continuaban preparando la torta de 52 metros, pensaba, reflexionaba, que los mexicanos tenemos una obsesión con la comida. Gabriel García Márquez decía que en México “la comida iniciaba a las dos de la tarde y terminaba entrando la noche, listos para la cena”, era lo mejor del país, por eso se quedó a vivir aquí. Los dos canales culturales más importantes del país trasmiten innumerables programas culinarios. Incluso he llegado a contabilizar a la misma hora hasta cuatro programas de comida en cuatro diferentes canales, y no son los clásicos consejos y recetas de cocina sino que son series más elaboradas y que combinan literatura, historia, viajes, ciencia… En tanto me disponía a hincarle los dientes a ese trozo de megatorta que me había agenciado, me pregunté  si todavía me daría tiempo de llegar hasta a la otra orilla de la ciudad, donde esa misma tarde se intentaría batir otro trascendental  record para la patria: La tortilla más grande del Mundo (3 m de diámetro, 200 kg).

 

III

Leon Trotsky en el hospital, luego del ataque que le costaría la vida

Leon Trotsky en el hospital, luego del ataque que le costaría la vida

Hospital

León Trotsky llegó a la Cruz Verde con una hendidura craneal de 7 centímetros de profundidad; briznas de sesos se mezclaban con la sangre. Era 1940 y el viejo revolucionario sobreviviría sólo un día más, por más esfuerzos que hizo el notable cuerpo de cirujanos, entre los que se encontraba el Dr. Rubén Leñero. Dos años después también fallecería el médico y poeta de 39 años. En 1943 se inauguraría el Hospital General que en su honor lleva su nombre. El edificio tiene 73 años y se le notan. Entre sus pasillos miles de veces andados por enfermos, fallecidos y fantasmas, se encuentra la Clínica Integral de Cirugía para la Obesidad y Enfermedades Metabólicas.

En uno de los consultorios acompaño a la sicóloga Verónica Pratti, experta en trastornos de alimentación. Todos los pacientes tienen un seguimiento sicológico después de su operación y si su evolución es favorable las citas son más espaciadas; pueden durar hasta tres años. Mientras platicamos, la Dra. Pratti desenvuelve una taza con chocolates que le acaba de obsequiar la paciente recién atendida, me convida. Hablamos sobre el temor de verse al espejo que manifestó esta mujer y que tiene ya cuatro meses de haber sido operada. La Dra. Pratti dice que dicho comportamiento es un signo de alarma, un aviso de que podría alterarse su estado emocional y por lo tanto sus hábitos de alimentación, de volver a las comilonas. A simple vista el temor de mirarse obesa, es un tanto inexplicable para mí, puesto que su apariencia es la de una mujer de cuerpo normal, inclusive, bien proporcionado. No obstante, para los obesos el espejo es una mirada repudiada y distorsionada de lo que temen ser, o ya son; de ahí que lo traten de evitar.  Verónica Pratti sabe de la presión de los espejos y las miradas inquisidoras. Cuando vivía en Argentina, su tierra natal, padeció “anorexia subclínica”. Lo que la llevó a procurar el ejercicio desmedido y los ayunos dilatados. Así que cuando escucha del miedo a la comida lo entiende: “porque yo lo viví”. A diferencia de los anoréxicos, que son pacientes difíciles, las personas con obesidad son muy agradecidas, apunta.

Efectivamente. Todos los pacientes con los que he platicado reconocen el profesionalismo del personal médico. No es para menos, en sus propias palabras: les han cambiado la vida. Lo agradecen y lo demuestran. Como Abraham, que ingresa al consultorio con un amplio cuadro, una especie de collage, donde vienen firmados los nombres de los médicos y enfermeras que lo atendieron. Aunque rezonga risueño cuando ve la taza de chocolates sobre el escritorio: ¡¿Qué hace esto aquí?!, por lo menos debería estar llena de apios y zanahorias, dice. El humor es una forma de vitalidad. Y Abraham la tiene renovada: pedaleó más de una hora en bicicleta desde la colonia Condesa hasta la clínica, lo que representa no menos de 3 kilómetros. Impensable para quien se había comprado una motoneta exclusivamente para no caminar una o dos calles. De ahí los 160 kilos con los que llegó por primera vez a la consulta. Ahora es otro, con menos de 100 kg. “Yo les agradezco, me dieron otra oportunidad de vida, en todos los aspectos. En lo social, físico, emocional.”

Abraham reconoce que fue un habitual de las drogas, probó de todas, aunque la comida le fue mucho más adictiva. Debido a ello gastaba trescientos pesos en promedio por comida; ahora rondan los 60, así que lo único que ahora engorda es su cartera. “El azúcar, las grasas y la sal tienen las misma capacidad de modificar el sistema dopaminérgico que una droga”, explica la sicóloga Pratti. La descripción de este fenómeno cerebral se lo debemos fundamentalmente a la neuróloga mexicana Nora Volkow, actual jefa del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas en E.U. Por sus investigaciones se sabe que la dopamina se comporta en el cerebro de la misma manera en drogodependientes y en personas con problemas de obesidad, lo que haría del comedor compulsivo un adicto.

De niña la Dra. Nora Volkow, junto con sus hermanas, paseaban a los turistas que visitaban su casa en Coyoacán y que también habitó su célebre bisabuelo. Les mostraban la habitación donde décadas atrás Ramón Mercader llegó con un piolet bajo una gabardina inusual y, una vez que observó a su víctima de espaldas, lo empuñó fríamente. Y con todo el odio del régimen estalinista lo clavó en la platinada y desgreñada cabeza de León Trotsky.

Miembro-de-Tragones-Anónimos-enfrentándose-a-la-báscula

Miembro de Tragones Anónimos enfrentándose a la báscula

 

TA

He sido invitado a desayunar con los miembros de TA. Han pasado más de cinco meses desde la última vez que los visité y quiero saber si Raquel resistió el anexo. Camino por la colonia Popotla, donde aún perviven casas porfirianas de balcones de hierro forjado y portones de madera. En el cruce de Calzada México-Tacuba y Mar Célebes, donde queda TA, se levantan los despojos del Árbol de la noche triste. La historia no sólo es prodiga en Mar Célebes sino se que esculpe con fina ironía.

En la esquina con Mar Mediterráneo, donde aún deslumbran las vías de un tranvía que hace más de 40 años no pasa, se asienta una tortillería que bien podría ser las más antigua de la Ciudad: La Reyna. Dos viejecitas laboran con máquinas manuales y un fogón de diesel. Pareciera que en esa callecita la historia también juega contra los obesos. En la misma calle, que no es muy larga, se apostan por lo menos cinco puestos de comida.

Cuando arribo a la casa de TA la mesa está dispuesta. Alrededor hay seis o siete miembros que platican en torno a los platos de pastel de fibra, una porción de requesón y medio vaso de yogurt que se ven apetitosos. El Plan de alimentación consiste en porciones moderadas e ingeridas en horarios regulares. Se busca que sea lo más variado posible, incluyendo alimentos impensables para personas en esas condiciones de obesidad. Lo primordial es combatir el exceso más que la variedad. Sobre las paredes están los programas de alimentación para toda la semana. Una comida pueden ser 250 gr de barbacoa sin grasa, un plato de consomé, ensalada verde sin límite y cuatro tortillas de nopal. Una cena es ensalada, carne a la parrilla, yogurt natural, medio bisquet y una taza de café. Nada mal después de todo.

Lo primero que sorprende es que no todos en TA son de cuerpos desbordantes. Muchos ya han pasado su peor momento y siguen viniendo porque reconocen que les es indispensable seguir en el grupo. Incluso hay quien asegura haber vuelto a engordar después de someterse a un bypass gástrico y sólo en TA controlaron su voracidad. El señor Álvaro llega todos los días. Usted es el rockstar de TA, bromeó al recordar que dos medios reportaron brevemente su caso extremo. A tal grado que Erika lo considera un verdadero milagro de Dios. A punto del suicidio y casi a gatas, Álvaro de 1.70 mts de estatura llegó en la primavera del 2010 con 220 kg. Para poner en contexto la pesadilla, es como si un hombre de complexión saludable, siempre llevara a cuestas a dos hombres de su mismo peso. Álvaro estuvo anexado 2 años en los que desechó 136 kg, ahora pesa 84.

Lo primero que hacen los miembros cuando llegan es subirse a la báscula. Enfrentar las cifras temidas. Porque el peso, las calorías, las tallas… son números funestos que denotan un antes o después. La semana en que buscaron infructuosamente una prenda que les viniera, el día que tuvieron que recurrir a una báscula industrial o de zoológico para pesarse, la primera vez que pensaron en suicidarse. Gloria es la que lleva el registro de la evolución de sus compañeros. Cuántos kilos se le regalaron, dicen refiriéndose al peso reducido. Dramáticamente, Gloria es quien ahora está anexada después de recaer en las comilonas.

El departamento de TA tiene dos recámaras. En una pernocta  el anexado en turno y la otra es sala de juntas. Allí se encuentra la tribuna. Un puñado de sillas está ordenado frente a un atril. En las paredes se encuentran algunas máximas de TA. Un cuadro colgado muestra el rostro de la señora Miriam, quien abrumada por una obesidad imbatible desde los 14 años, utilizó los principios de Alcohólicos Anónimos para fundar Tragones Anónimos el 5 de septiembre de 1985 en Durango, el primero en el mundo. Ahora existen más 50 grupos, incluso en el extranjero. Después de un pasado de sufrimiento, la señora Miriam ahora tiene una vida plena, me presume cuando hablo con ella vía telefónica.

Hospital

El papá del niño Andreu usualmente cerraba con llave las alacenas de la casa para que su hijo no las tomara por asalto. Siempre quiso que bajara de peso y de la mano lo llevó con endocrinólogos y sicólogos para que le dieran soluciones. Nunca tuvo resultados positivos. “Tal vez le afectó que su mamá nos abandonó”, razona su papá. Aunque también reconoce de lo que podría decirse su propio abandono, al dedicarse demasiado a su trabajo.  Andreu asegura que durante toda su vida sufrió de comentarios groseros y discriminatorios, que le “generaban sentimientos muy negativos, enojo, resentimiento”.

Después de su operación de manga gástrica su peso ha venido cuesta abajo felizmente: 138 kg fue su máximo, 115. 8 kg   la primera vez en su cita psicológica, 102 kg cuando se operó y a tres meses su peso ronda los 79 kg. Pero el proceso postoperatorio no es sencillo. De tomar 30 ml cada 15 minutos en la primera semana fue escalando las cantidades y consistencia de la comida. Actualmente está empezando a comer más, pero cuando se excede o come muy rápido le da un dolor muy fuerte en el estómago, asco y ganas de vomitar. Sin embargo su ansiedad ha disminuido. La batalla aún no está ganada. En promedio entre 5% y el 10% de las personas que son intervenidas fallan y regresan a sus antiguos hábitos.

Vivir con obesidad severa es vivir en otro mundo. Desde sentir los objetos con los dedos hinchados hasta la forma de enamorarte, me dijo Erika. Andreu está a un paso de salir ese mundo, pero sabe que la puerta siempre permanecerá abierta.

TA

“Me ganó la nostalgia de estar con mi familia”, me explica. Raquel ya no porta los pupilentes que ocultaban sus ojos color café. Permaneció sólo un mes anexada en que bajó 8.4 kg. Dice que afuera intenta llevar el plan de alimentación aunque no siempre puede. Así pasó de 119 kilos a 123, pero sin llegar a su máximo de 127.4 kilos. “Procuro caminar más, tomar más agua, no he dejado el refresco al cien”. Se toma de 2 a 3 Cocas Light de 500 ml al día. Ha tenido fuertes recaídas. Unos días atrás se devoró dos enormes sopes. “Fue lo máximo cuando me los comía.” Enseguida el remordimiento: “Te sientes de la jodida, pera ya te lo tragaste”, se resigna. Dice no poder dejar TA porque se la carga la “chingada”. Asiste los martes, jueves y domingos para trabajar en la tribuna así como compartir los alimentos con los compañeros. Estuvo “súper bien” haber desertado, se justifica. En esos días su abuelito, quien siempre fue un hombre obeso, es internado en el hospital. Es diabético y constantemente lo dializan, pero esta vez la situación es más grave. Finalmente, después de una ardua agonía, termina alimentando las estadísticas fatales: En México cada 10 minutos  fallece una persona por diabetes relacionada con la obesidad. Antes de caer en el coma definitivo todavía le suplicó a Raquel: “Baja de peso, por favor, baja de peso…”

Decido marcharme. Ajenos a la tragedia de las personas de arriba, abajo una muchedumbre se arremolina en el puesto de tacos. Para no variar, tres policías le tupen duro a las garnachas. La cecina, que normalmente se cuece sobre un comal o a las brasas, inverosímilmente allí lo hacen dentro de un puchero con un abundante aceite negruzco. De ahí el tufo a carnitas.

Pido dos. Son los peores tacos que he probado en mi vida.