Vale madres, antes escribía mejor.
Ando revisando los viejos archivos de la revista porque la vamos a revivir y me encontré con este viejo texto que por pura vanidad y nostalgia vengo a compartirles. Esto fue lo último que escribí para la revista antes de perderme en las estúpidas ambiciones de mis 20’s que no me llevaron a ningún lado.
Sigan al arte a toda costa, manden a la verga a todo aquel que opine lo contrario y quizá se ahorren la década que yo perdí en las oficinas. Ahí va mi texto, pues. Nos vemos esta noche en el podcast.
O hagan lo que quieran. Soy un blog, no un policía.
“Nadie en este cuarto sabe de los tiempos canallas que vendrán”, es un pensamiento recurrente, lo tengo cada cuatro o cinco años y, como una profecía, nunca deja de suceder.
Seguro lo pensé antes, pero la primera vez que lo recuerdo fue en la feria del libro del Politécnico, mientras fumaba bajo la enorme cornisa del edificio que nos protegía de la lluvia. Daniel nos hablaba de su reciente viaje a Cuba, la alegría de la gente, la nostalgia cotidiana que como la sal del mar parecía adherida, inherente a las paredes por cada diminuto callejón de los caseríos. Específicamente, Daniel nos hablaba sobre la fuerza de la gente en Cuba, sobre las familias que llevaban en los ojos esa tristeza hereditaria, ese recuerdo de dolores pasados, dolores no vividos que aún durante la fiesta, aún enmarcando una sonrisa, no terminaban de desaparecer.
Pensaba, “nadie en este cuarto sabe de los tiempos canallas que vendrán”, pero sin mayor certeza o evidencia que respaldara mi argumento. ¿Qué puede saber un niño a esa edad? Tenía diecisiete años y era más mi interés por expresar opiniones que por crear las propias. A esa edad se tiene poca certeza de muchas cosas, se sabe que la gente sufre, pero es más una intuición pasajera que una presencia constante. A esa edad está bien sentirse así, no saber nada, andar por el mundo con la bandera de nuestras buenas intenciones hasta que nos topemos con algo que cambie nuestras vidas.
Estos tiempos canallas siempre venían, sin previo aviso. No hay un hecho trascendental, pocas veces lo hay, aunque sí hay una o dos señales de alerta; una o dos vagas certezas de que, por algo que sucede, por algún cambio en el mundo, o por el éxito aplaudido de una mala persona, las cosas van a empeorar, pero es hasta que ya todo ha sucedido que me doy cuenta, siempre es así. De pronto despierto y las paredes son más grises, la conciencia de que tiempos peores han llegado es de pronto ineludible y no hay nada que pueda hacer al respecto.
Eso pasa cada cuatro o cinco años. En general nunca tengo un plan, sólo hago cosas, trabajo, aprendo, practico y espero que esas cosas me lleven a algún lado. Eventualmente lo hacen.
Era un Martes de Junio del 2006, hasta pudo haber sido mi cumpleaños. Vendíamos libros en la feria del libro, o al menos nos sentábamos a platicar sobre cosas que no comprendíamos totalmente, mientras una o dos personas pasaban a nuestro lado cada hora. Así es la cosa con esas ferias, especialmente si están tan mal planeadas como aquella, que entre semana se sentía como si sólo fuéramos a cuidar los libros.
Dejamos el puesto unos minutos para salir a fumar bajo la lluvia y, por extraña coincidencia, mientras Daniel hablaba de la gente en Cuba y su determinación por salir adelante, a lo lejos un puesto que vendía música del mundo para adultos contemporáneos que quieren sentirse cultos, puso Chan-Chan, de Buena Vista Social Club.
Me costó mucho trabajo contener las lágrimas. Claro que a esa edad se sabe poco del dolor de otros cuando se ha crecido como yo he crecido. Hasta parecería ridículo mostrar empatía con un pueblo que no conozco ni comprendo, pero el dolor ahí estaba, me dolía la voz de Compay, trágica pero estóica, aún cuando sólo narraba una vieja leyenda cubana. Me dolía saber, o al menos imaginarme, que se cernía sobre nosotros la sombra de tiempos terribles.
He leído sobre las dictaduras sudamericanas, he leído mucho al respecto, en algún punto de mi vida se transformó en una obsesión, saber de regímenes autoritarios, reales o ficticios, estudiarlos minuciosamente, elemento por elemento, como una ecuación, tratando de ver qué había fallado, o cómo evitar que suceda; pero de nuevo, esto no es más que una certeza pasajera que se cuela por instantes entre las muchas obligaciones del día. Eventualmente te das cuenta de que, cuando el nuevo Gran Hermano llegue, nadie lo habrá visto venir, porque nunca llegará como los escritores dicen, nunca llegará por donde ha llegado antes.