Por: Andrés Piña

El mexicano se desenvuelve casi siempre entre dos mundos, el prehispánico y el europeo, las Chivas y el América, izquierda y derecha. Erotismo y pornografía; somos hijos de dos mundos, como los franceses escribían en las paredes de París en el verano del 68, solemos desabrocharnos el cerebro tanto como la bragueta somos seres racionales, pero a veces también somos calenturientos, adjetivo muy mexicano parecido al horny estadounidense. Somos capaces de leer fragmentos inmortales de Ibn Hazm, poeta árabe del Al Andalus. Pero también somos devotos creyentes de Playboy. ¿A quién honrar? Al amor cortés o a la calentura. Al erotismo o a la pornografía. ¿Será posible que honremos a los dos?
El mexicano lo quiere todo. No entrega su reporte un día y ve a la novia en otro; lo que hace es entregar el reporte el mismo día que ve a su novia, no podemos quedarnos sin nada, tenemos que tenerlo todo. Erotismo y pornografía, El Cantar de los Cantares y las películas de ficheras. Tomemos como ejemplo esta anécdota.
Érase una vez un niño de aproximadamente 12 años que cantaba en una estudiantina. Un día después de cantar, fue a quitarse la ridícula capa al salón que le habían asignado al grupo, allí, él y su amigo, a quién por prudencia denominaremos “A”, vieron cómo una muchachita más grande que ellos se desvestía. Sin embargo, la casita, otra de nuestras invenciones tan mexicanas, solamente la tapaba de frente.  Fue entonces que este niño tuvo el predicamento discutido anteriormente, sería un niño erótico y se conformaría con ver caer la ropa al suelo. O sería un niño pornógrafo según las buenas conciencias, al verla completamente desnuda, ya que el extremo nadie lo estaba cuidando. La decisión fue sabia, entre el erotismo y la pornografía, el niño escogió las dos. Así que fue al extremo del salón y se deleitó la pupila o élève según los franceses, que de esto saben. Su amigo “A”, como buen amigo y mexicano, también disfrutó la vista. Ambos tuvieron erotismo y pornografía. Guillermo IX, duque de Aquitania, considerado el primer poeta provenzal, hubiese escrito poemas y poemas, si hubiera estado allí. Esta pequeña Molly, una Molly Bloom muy mexicana, había ayudado, sin saberlo, a estos dos niños a obtenerlo todo. Porque, a fin de cuentas, el mexicano debe, y quiere, tenerlo todo. Ese día fue A process in the weather of the world, diría Dylan Thomas, para esos dos niños. Y. para nosotros. es un ejemplo clásico de que todo mexicano es por decreto en palabras de Cocteau, un Sade, marquis charmant.