Imágenes de Liliana Mercenario Pomeroy

Texto por: Vicente Quirarte

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La mano que en el muro de la caverna plasmó al animal que le servía de sustento o compañía, estaba aliada al corazón. Capaz de sentir miedo, guardar la memoria y venerar, quien permanecía en la morada era un cazador de imágenes, un paciente observador que asimilaba el lenguaje corporal de la presa o el predador en turno, el escorzo de su musculatura, el fuelle de su respiración.
Liliana Mercenario Pomeroy parte de tal conocimiento del ánima de sus seres retratados. Por eso sus criaturas actúan en el lienzo con categorías que trascienden su significado y arman historias de significantes múltiples. Fieles a un maestro riguroso; el dibujo impecable, sus actores se expresan en escenarios que son también protagonistas.
La ecuación de Lautréamont que encuentra el temblor de la poesía en el encuentro fortuito entre un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disecciones, tiene en Liliana a una de sus más leales seguidoras. Realistas en sus detalles, sus criaturas y objetos se niegan a permanecer en sus nombres asignados. Piezas de un tablero del otro lado del espejo, se mueven con una heterodoxia que, paradójicamente, mantiene un orden invisible que electriza la mirada. El bosque adquiere ojos y las sombras son flores del bien amenazadas por la finitud.
Doncellas de belleza virginal erizadas de espinas o con filo de acero en la mirada, niñas cuya inocencia es preludio del paraíso y su alto costo, bestias que irrumpen para sublimar la mediocridad de la vida cotidiana, esta nómina de hechiceros y hechizados tiene un denominador común: buscarse en la potente belleza del enigma.

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