Un texto de Mario E. Fuente Cid, @VicioNez en Twitter
Créditos de la imagen: David Enríquez, fotografía de la obra “Cuatro hombres a caballo con cuchillo”, de la exposición “Las historias que no contamos”, de Juan Muñoz, en el Museo de Arte Contemporáneo Rufino Tamayo.
En realidad el título es falso, porque no se puede debatir con estos nostálgicos hispanófilos. Es difícil, mejor dicho imposible, dialogar con alguien cuyo principal argumento es que los pueblos americanos eran más libres bajo la dominación española. No voy a negar, sin embargo, que coyunturas como la caída de Tenochtitlán o el doce de octubre son oportunidades interesantes para poner sobre la mesa argumentos contra el colonialismo y que es necesario generar contenidos de divulgación concretos para compartir cuando esto sucede.
También es cierto que una pelea en Twitter(X) es bastante llamativa. Entonces cuando sale uno de esos nostálgicos hispanófilos a decir algo como que “la esclavitud india se acabó con las leyes nuevas”, una intercambio de post definitivamente traerá más visitas, más laiks y más retuits a mi cuenta. Aunque contrargumentar es un ejercicio importante, yo, al menos, no estoy a favor de debatir con esas personas ni con sus ideas. Estaría, en todo caso, aprovechando el escenario para que quienes quieran escuchar se formen un criterio propio. Al final, caemos en el juego de que el morbo vende, y debemos preguntarnos si eso es lo que queremos como divulgadores. Pero también, y sobre todo, “debatir” con estos trasnochados imperialistas es cansado, porque es dejar que sean estas personas quienes lleven el ritmo de la discusión.
Este “proyecto” imperiófilo es posible gracias a un tremendo sesgo de confirmación. Estas personas siempre están buscando favorecer la información que confirma sus creencias. Me ha pasado que, incluso “debatiendo” con base en exactamente la misma evidencia, al final quieren ver el Imperio donde nunca lo hubo. El caso del Gran Norte novohispano es un ejemplo clásico de esto. Cada cierto tiempo se vuelve viral algún mapa de la supuesta extensión máxima de la Nueva España. Tanto nostálgicos hispanófilos como yo compartimos el interés por este proceso poco conocido, pero múltiples veces he mostrado que la ocupación novohispana del Gran Norte fue más bien anecdótica, muy tardía y, sobre todo, fallida. Y múltiples veces vuelven con las mismas fantasías cartográficas, aferrándose a un Imperio que solo existe en su imaginación.
Sea cual sea el caso, suelen justificarse con dos o tres datos descontextualizados, generalmente sacados de una lectura mala y literal de textos antiguos. Los datos sin contexto y sin un marco de interpretación sólo sirven para reafirmar prejuicios. Les encanta, por ejemplo, hablar de los horrores del llamado “Imperio Azteca”, del canibalismo y los sacrificios. En alguna ocasión comentaba que una de las peores consecuencias del colonialismo español es la imposibilidad de investigar ese supuesto “pasado terrorífico” en sus propias fuentes. Hay un dato poco conocido: todos, absolutamente todos los códices nahuas, incluyendo los mexicas, fueron destruidos. Actualmente, no se conserva ningún documento mexica, texcocano, tlaxcalteca, acolhua, etcétera, de origen prehispánico, todos son coloniales.
Se dice que un mono tecleando al azar una máquina de escribir, durante un tiempo infinito, eventualmente podría reproducir, coma por coma, palabra por palabra, el Quijote de Cervantes. Sin embargo, ni aún un número infinito de monos serían capaces de reproducir las páginas arrancadas del Códice Colombino, las partes dañadas del Códice París o alguno de los códices nahuas que se perdieron durante la conquista. Podría argumentarse que los sistemas mesoamericanos de registro y representación son bien distintos al sistema de una máquina de escribir. Dispuestos a imaginar, podríamos plantearnos un experimento teórico en donde se suplan las máquinas de escribir por dispositivos capaces de reproducir códices mesoamericanos. Incluso si, por pura probabilidad, los monos lograran reproducir estos códices perdidos, sería imposible para nosotros reconocerlos. El colonialismo europeo mutiló el pasado nahua prehispánico, luego escribió uno nuevo a su manera y desde ahí los hispanófilos justifican su narrativa trasnochada y epistemicida. Para ese modelo definitivamente esto es un ganar-ganar, pero para la memoria de la humanidad esto es una pérdida irreparable.
El “debate” con los nostálgicos hispanófilos es una batalla que no vamos a ganar, porque desde el inicio los dados están trucados. Hacer divulgación de la Historia es un proceso complicado, ya que para generar un hilo de Twitter(X), un video en TikTok o una infografía, hay que leer varios libros, artículos e investigaciones recientes, sintetizarlo todo y “traducirlo” a un lenguaje que pueda ser entendido por un público amplio. Y los nostálgicos hispanófilos buscarán siempre aferrarse a la más mínima evidencia, por más fragmentaria y descontextualizada que sea, para reafirmar sus prejuicios. Al respeto, por ejemplo, el divulgador de la ciencia Aldo Bartra escribió que no es posible debatir con teóricos de la conspiración porque “lo que ellos exigen es un tipo de prueba definitiva, que no puede haber. No se puede tratar de refutar una teoría de la conspiración con argumentos racionales, ya que la premisa no se basa en ellos sino en una necesidad emocional muy intensa de ver el mundo de esta manera”.
https://www.robotitus.com/por-que-no-se-puede-discutir-con-un-teorico-de-la-conspiracion
Entonces, habría que preocuparnos por generar contenidos de divulgación que ayuden a cuestionar cualquier tipo de neocolonialismo, ya sea hispanófilo o mexicano, pero también enfocarnos en los públicos receptivos, especialmente el público jóven, como dice Bartra. Personas que compartan esa sed de conocimiento histórico y en quienes podemos ayudar a fomentar una conciencia crítica que nos permita dejar atrás las fantasías imperiales y preocuparnos más por construir nuevos horizontes de futuro.
P.D.
En redes sociales es común que se refieran a este tipo de personas como “hispanistas”, en una versión primera de este texto cometí el error de llamarles así. Ahora he cambiado el nombre, ya que los hispanistas, en el sentido estricto del término, son las personas que se dedican al estudio académico de la lengua española, y no merecen ser homologados con tan terribles fanáticos neocolonialistas.