Mi papá Juan nació el 15 de mayo de 1910. De su mano conocí los cines de barrio Javier Solís, Germán Valdés, Sara Garcia y La Villa. En los años 80, tiempo en el que fui niño, todavía existía la permanencia voluntaria. Ahora ni soñarlo, las grandes marcas de cine prefieren tener las salas vacías los lunes por la mañana, proyectando películas a la nada. Recuerdo haber visto una de Indiana Jones, una de Rambo, E.T, la insufrible Fantasía de Disney en el cine Lindavista, hoy iglesia de San Juan Diego y la de Arma mortal en la que identifiqué, entre los diálogos, la palabra “Robotech”.

Como es posible dilucidar, a mi papá Juan, un hombre de setenta y pico de años, le gustaban las películas de acción, es decir de madrazos y balazos. Después, los cines mexicanos se infestaron de unas películas denominadas “de ficheras”. Entré a la adolescencia admirando las caderas de Sasha Montenegro, flamante vedette y las tetas de Angélica Chain. El cine me proveyó de imágenes que colmaron mi prístino onanismo. Por otra parte, los hermanos Almada eran una dupla a la altura, en cuanto a lo letal, de Stallone en Cobra y Schwarzenegger en Comando.

Angélica Chain

Mi mamá Juana, por su parte, nació el 28 de diciembre de 1938. Ella solía apaciguarme, después de darme de comer, sentándome a ver películas de las que se denominan de la época de oro del cine mexicano. En la televisión conocí a Javier Solís, Germán Valdés y Sara García. Abrevé de la idílica manera de dibujar a los pobres en Campeón sin corona de Alejandro Galindo. Lloré imitando el llanto de mi madre delante de la televisión cuando, Pepe, el Toro, se quebraba entre lágrimas y carcajadas con su hijo carbonizado en los brazos. Supe que una declaración sentida, como ocurre en Enamorada del Indio Fernández, convence a la más orgullosa y ofendida de las Marías Félix. Moviendo la perilla de la televisión de una tecnología posterior a la de bulbos fui a parar a la transmisión de unas películas que cambiaron mi perspectiva del cine. Los rostros de Catherine Deneuve y Sophie Marceu me hicieron permanecer en el cine que pasaban en canal 22. El cine europeo me proveyó de imágenes que colmaron mi onanismo en pleno apogeo.

Y así, a los 17 años descubrí la Cineteca Nacional cuando todavía no parecía un centro comercial de hipsters. La primera película que vi fue una que me voló los sesos. Es común que, al salir del cine, los niños se sientan el personaje principal que acaban de ver en la pantalla. Así que cuando vi Rocky IV yo salí queriéndole romper el hocico a un pinche cerdo comunista. Con esta primera película yo salí queriéndome meter un pinchazo de heroína y veinte años después vi, con los mismos amigos panzones como yo, la secuela de aquella que me mostró un cine más a mi modo. En Trainspotting hay una escena en la que el grupo de yonquis pasea sin rumbo y afirmando que los escoceses eran, en aquel entonces, la mierda del mundo, título que mi generación les disputaba. Y así, yendo y viniendo del cine culto al cine comercial, conocí a Kurosawa, Tarkovski, Tarr y mi queridísimo Greenaway.

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La última película que intenté ver fue Manifiesto de Julian Rosefeldt en la que Cate Blanchett hace como veinte papeles. La película vino directa de Tepito de a seis pesos la copia, porque ahí en Jesús Carranza la piratería del cine de autor también tiene un cachito de asfalto. Resulta que la película tiene dos capas de audio, la primera es la del audio original en inglés y la segunda es en ruso, sin embargo, los subtítulos son una descripción de las imágenes, hecho que me hace pensar que no se necesita saber ni inglés ni ruso para trabajar subtitulando películas cultas de la piratería.

Seguramente la realidad aumentada cambiará en unos años la forma de hacer películas, tanto como las plataformas que proporcionan streaming multimedia por Internet lo han hecho. El espectador ve la película que quiere a la hora que quiere. Lo que difícilmente cambie será la fascinación que, en general, el séptimo arte produce en los asistentes en un tiempo en el que hasta los geeks se han convertido en expertos críticos con el auge del cine de superhéroes.

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