Un texto de Nerea Denicolai

Me recliné sobre la hierba entre árboles caídos
y el sol que calienta la pala de mi mano me dio
la impresión de llevar un cuchillo con el que que iba
a desangrarme de un corte ágil en la yugular.

Ariana Harwicz, Matate, Amor.

Ariana Harwicz (Buenos Aires 1977), es una escritora argentina, radicada actualmente en Francia. En el año 2012 publicó su primera novela Matate, Amor, por la editorial Mardulce y a finales del año pasado se editó en México por Dharma Book. Esta obra da comienzo a una trilogía, compuesta por La débil mental (2014) y Precoz (2015), donde desanda el idilio de la maternidad presentando madres perturbadas y perturbadoras, que bien podrían incluirse en la tradición de las “Medeas” literarias.

Con un lenguaje propio, desgarrador y violento, los segmentos vagabundean por los laberínticos pensamientos de una mujer anónima, extranjera, madre y esposa. La trama se va configurando de corrido, sin puntos y apartes, como un diario íntimo que confecciona la protagonista con sucesivos monólogos internos que intercala reflexiones, descripciones, pequeños diálogos indirectos y flashbacks que van configurando su subjetividad.

Matate, Amor presenta una protagonista para nada sencilla y ante todo siniestra. Una mujer ahogada en las demandas sociales del “deber ser”, de las obligaciones implícitas de la maternidad, la fidelidad del amor automatizado y monogámico, y la funcionalidad social. La novela es un cuadro barroco que se juega en la tensión del claroscuro, donde todo se vuelve deseo de muerte y surge, desde la aparente normalidad, lo pesadillesco. Lo siniestro se esconde en la incomodidad que produce un pequeño corrimiento de lo cotidiano, en los detalles, en lo que está enterrado debajo de unos niños que juegan alegremente: Después se me vino el perro encima y me hincó el diente. Allí estaba debajo el pobre Bloodie. (…) Y mientras veía sus restos escuché la detonación. Los chicos pasaban sobre su improvisada tumba cantando y riendo de la mano.

La condición de anonimato que produce la extranjería, extrañifica el mundo circundante, volviendo incómodo lo cotidiano. Esta extranjería la conforma a partir de todo aquello que no sabemos, del silencio (su nombre, procedencia, etc), volviendo el movimiento también parte de la resistencia a la interpretabilidad de los cuerpos, que demanda un sistema de control: ¿Extrañas a los tuyos?, preguntaron, y yo tenía la cabeza dentro de un tanque de agua y veía a mi hijo con cara de niñito, los cachetes sucios, el culo rojo y el pelo rubio. ¿Extraña su tierra?, insistieron. Un polaquito de campo. Un rubicundo. Un exiliado como yo. La mujer migrante de Harwicz sabe que el único placer es el propio, y que no hay institución mental que resista el desvanecimiento del sujeto, el devenir constante, la fuga del migrante, la monstruosidad del cuadro corrido en la cena familiar. No hay control que resista un Cuerpo sin órganos.

No sólo la maternidad como espacio idílico (e institucionalizado) se desmorona, sino también el campo, ese espacio bucólico que tradicionalmente se presentaba como tierra fértil para el amor, ahora, como en la presentación del negativo de una foto, se vuelve perturbador. El campo borra los límites “civilizatorios” de la humanidad transformando a los hombres en bestias y viceversa. Ya no queda nada en ese espacio de las narraciones románticas tendientes a volver amena la rutina. Todo se vuelve un tedio, en un pueblo hipócrita y suicida, donde la locura es el mayor acto de sanidad y resistencia.

¿Por qué tenés que leer Matate, Amor?

Personajes como el de nuestra protagonista han sido caracterizados como “anormales”, “enfermos” e identificados como “agentes patógenos”, en el marco de la idea de construcción de un “cuerpo de la población sano y productivo”. Sin embargo, son estos personajes los que nos sacan del letargo, del adormecimiento de la cotidianeidad, para mostrarnos los cielos oscuros y bautizarnos, devolvernos en otras formas de habitar el mundo.


Entendiendo que allí donde hay poder hay resistencia (Foucault) y que donde hay peligro, crece lo que nos salva (Hölderlin), estas corporalidades corridas, nómades e inasimilables y peligrosas, nos despiertan del eterno letargo de la alienación. Nos alertan de nuestro acostumbramiento a las rutinas, al orden, a la obediencia y nos invita a devenir nómada en sentido de Deleuze y Guattari: el nomadismo como movimiento (incluso parados, moveos, no dejéis de moveros, viaje inmóvil, de subjetivación). Porque el nómade, el migrante, es el que traiciona a la maquinaria social, el que interfiere con la “productividad”: los personajes migrantes nos invitan a resistir.