Como la mayoría de los contenidos culturales o de interés general, llega a México, con un retraso de casi tres meses, la última cinta de Tim Burton: Big Eyes.
Desde inicios del año pasado recibimos noticias sobre este filme que nos narra la historia del arte producido por los Keane. Es probable que cuando vieras los trailers pensaras lo mismo que todos: ¿De qué carajos disfrazará Burton a Johnny Depp esta vez? Afortunadamente, el disfraz de Depp fue omitido en esta ocasión.
Ya en serio, seguro lo que paso por tu mente tras ver las pinturas con grandes ojos fue: He visto ese arte pero no recuerdo (o quizá ni tenga idea) de cómo se llama el artista.
Es normal, es decir, el arte producido por los Keane es muy repetitivo, por lo que pierde su esencia expresiva. Seguro lo has visto por ahí, Keane tuvo bastante éxito en los setenta, incluso Woody Allen hace una referencia satírica en Sleepers, donde la gente del futuro ve la obra de Keane como la máxima expresión artística de todos los tiempos, burlándose de esta y de varias otras maneras sobre la cultura popular de esta década.
La película se ciñe por completo al estilo de Burton, no hablaré de algo que todos conocemos. La estética de Burton es tan singular que provoca un rechazo o un amor automáticos, aún entre la gente que no vio sus películas. Debo de admitir que yo tenía mis reservas sobre si verla o abstenerme.
Como en cualquier película basada en hechos reales, la historia se muestra distorsionada y exagerada, esto se nota principalmente en la narrativa veloz en la que se avanza la película. La historia del arte Keane es interesante: Margaret Doris, una mujer que en los años sesenta decidió separarse de su marido, se encontró frente a todos los estereotipos clásicos de la época de Mad Men. Se casó con Walter Keane, quien tomó el crédito de las habilidades artísticas de su esposa, pero aprovechó su experiencia en ventas para hacer de su arte un negocio redituable.
Hay dos puntos que dominan la historia del “arte Keane”, y que pueden ser aplicados como lecciones de cualquier tipo de manifestación artística: El primero reafirma el principal punto del arte contemporáneo: la interpretación es la esencia de la obra. Odio darle la razón a este punto, pero es cierto, finalmente un trabajo puede adquirir o perder prestigio (sin importar la técnica que lo sustenta) dependiendo de su interpretación. Quizá esto justifique éxitos como el alcanzado por el mingitorio de Duchamp, o las instalaciones de Kusama que hechizaron la ciudad de México durante unos meses (aunque estoy seguro que eso fue más mame que encanto); justificados como producto de sus males mentales.
El segundo punto es también el más torcido: ¿Es realmente la difusión del arte lo que cuenta o el reconocimiento que viene con la creación artística? O peor aún, repito la pregunta pero cambio el enfoque, ya que en el caso anterior se puede pensar en los seudónimos, que en realidad no son tan malos y muchos artistas los prefieren porque pueden otorgar un título más personal de lo que hacen los nombres propios. ¿Permitirías que alguien más fuera reconocido por tu trabajo, exclusivamente para lograr que éste tuviera difusión? Claro, Walter Keane no buscaba la difusión sino la pasta, pero una vez alcanzado el éxito, uno se pregunta dónde se encuentra en realidad el valor del arte. ¿En la difusión masiva o en la expresión de la perspectiva única del artista?
Margaret Keane sufrió mucho por su obra al permitir que le robaran el crédito. Seguro los 12 años que vivió de esta forma fueron tan malos como la actuación de Adams en ciertas partes de esta entrega. Hay que reconocer que tras esos cientos de ojos grandes, tan repetitivos, se reflejan las verdaderas pasiones y emociones de una artista. Descubrir el contexto de este arte puede cambiar su significado.
Big Eyes cuenta una historia que rompe muchos paradigmas sobre los objetivos del arte, el porqué de la creación y difusión artística. ¿Cuál es el verdadero significado del arte? ¿Puede una obra ser autónoma de la interpretación que se le imponga? El trabajo artístico de Burton es bueno pero no sobresale de lo que ya conocemos, no sorprende; aunque involuntariamente nos enfrenta con profundos cuestionamientos sobre la industria del arte y sus motivos.