Hoy murió Nicanor Parra, me enteré por las noticias en el móvil, el antipoeta tenía 103 años. Lo digo con el tono de Meursault y sin la indiferencia despectiva. La orfandad nos espera allá a lo lejos. Nicanor Parra fue profesor de Física y Matemáticas, luego impartió clases de Literatura para el Departamento de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile que es como la UNAM de allá, de 1972 a 1994.
Un antipoema autobiográfico:
Considerad, muchachos, Este gabán de fraile mendicante: Soy profesor en un liceo oscuro, He perdido la voz haciendo clases. (Después de todo o nada Hago cuarenta horas semanales). ¿Qué les dice mi cara abofeteada? ¡Verdad que inspira lástima mirarme! Y qué les sugieren estos zapatos de cura Que envejecieron sin arte ni parte. En materia de ojos, a tres metros No reconozco ni a mi propia madre. ¿Qué me sucede? —¡Nada! Me los he arruinado haciendo clases: La mala luz, el sol, La venenosa luna miserable. Y todo ¡para qué! Para ganar un pan imperdonable Duro como la cara del burgués Y con olor y con sabor a sangre. ¡Para qué hemos nacido como hombres Si nos dan una muerte de animales! Por el exceso de trabajo, a veces Veo formas extrañas en el aire, Oigo carreras locas, Risas, conversaciones criminales. Observad estas manos Y estas mejillas blancas de cadáver, Estos escasos pelos que me quedan. ¡Estas negras arrugas infernales! Sin embargo yo fui tal como ustedes, Joven, lleno de bellos ideales Soñé fundiendo el cobre Y limando las caras del diamante: Aquí me tienen hoy Detrás de este mesón inconfortable Embrutecido por el sonsonete De las quinientas horas semanales |
Me da curiosidad saber qué comprenderían de este poema los sultanes de la lectura de comprensión, esos campeones de la felicidad en lo que están convertidos los pedagogos últimamente.
Se dice que el buen profesor es el que se apasiona por la materia que imparte. Rascándole a la lengua encontramos que el latín passio que significa sufrimiento, deriva de passus, participio perfecto pasivo de patior, patī que quiere decir "sufrir", verbo emparentado con el griego antiguo πάσχειν ("paskhein", también "sufrir") y el sustantivo πάθος (pathos). El dolor, el sufrimiento y la condición de muerte. El profesor está condenado.
Hay quien considera que la enseñanza es un oficio y otros, más exquisitos, lo consideran un arte. El aula también es un espacio para la creatividad, aunque los grilletes pedagógicos de los verbos de la tabla de Bloom (no Harold, ya quisiera, sino otro Bloom) se impongan como garantía hegemónica de cómo deben ser las clases. Luego salen con el dichoso estilo de aprendizaje de los alumnos al que la práctica docente se tiene que adecuar para darle satisfacción. Yo sumaría, a la tarea imposible de enseñar, el estilo de enseñanza del profesor. ¿Y qué es el estilo?, el estilo, como dice Julio Cortázar en el Torito, es cómo te salen las cosas, y si te salen bien, para qué te vas a mortificar. El asunto es que se pretende moldear al profesor, dotarlo de una serie de habilidades que poco tienen que ver con el desarrollo intelectual. Se hace con el profesor todo lo que se le niega al profesor hacer con el estudiante: moldearlo, porque el verbo es un verbo rupestre de las escuelas de las cavernas.
Seguramente Nicanor Parra era un profesor peripatético. El profesor peripatético es un profesor aristotélico. Su clase lleva la línea de la progresión dramática aristotélica con peripecias y toda la cosa. Sus clases son paseos interminables de una plática que, mientras transcurre, va develando, desentrañando un bosquejo de la diosa Aletheia. El conocimiento entonces se manifiesta como una anagnórisis, en ella el alumno es el héroe.