Autor: Oliver Eden Sánchez

Para H. Ellison, porque si él fuera mi amigo, yo no hubiera comprado un rifle.

Cuando observas que los paradigmas de una expresión artística se rompen, y que hacedores de arte utilizan esos nuevos territorios, entonces es hora de soltar algo de aire entre los labios, soltarlo con la suficiente fuerza para que se escuche un ligero silvido, para que los hacedores de artes sepan que han obtenido tu reconocimiento.

Aunque me gustaría presumir que sé los datos precisos de cada momento en que tales rompimientos han ocurrido en el campo de el arte gráfico secuencial, la verdad es que solamente les puedo mencionar algunos de mis momentos favoritos. El número uno se llama Fantomas y los vampiros transnacionales, se trata de Julio Cortázar como guionista-autor de comic. Uso ese termino porque aunque el volumen de Cortazar es absolutamente original, en el que ocurren cosas metatextuales, y se violan los espacios y tiempos de la ficcion —el propio Cortazar como personaje de su historia— a pesar de todo eso, Fantomas no es un personaje original, así que Cortazar termina haciendo algo muy común en la gran industria del comic; usa a un personaje preconcebido como vehiculo de su voz.

Junot Díaz es el segúndo momento que me ha hecho soltar ese silbido del que les hablaba, porque sencillamente es la respuesta a ¿qué tienen que ver los Cuatro Fantásticos con Vargas-Llosa? Díaz es un autor norteamericano de origen dominicano que, en otras palabras, es un autor latinoamericano que escribe en inglés. Aunque les parezca obvio, no es tan sencillo —pueden voltear a ver a Bruce Sterling, cuya madre es mexicana y tal vez entiendan mejor a lo que me refiero. Lo que hace Junot Díaz en su primera novela La maravillosa Vida de Óscar Wao, es poner a un personaje Óscar, un pobre nerd, en el centro de una novela que gira entorno al fuerte peso del pasado en la identidad latinoamericana (y del caribe), el deseo y nuevamente en la identidad —¿Por qué los Haitianos y Dominicanos se odian si viven en la misma isla? Al leer a Junot Díaz me quedé con la impresión de que Volpi realmente tenía un punto interesante al retomar las discusiones de Vargas-Llosa y Cortazar, y decir que la literatura latinoamericana no existe, pues se trata de un asunto político.

En tercer lugar, otro libro con dibujos, una novela gráfica de la autora norteamericana Jessica Abel, La Perdida. En su primer trabajo de largo aliento, Abel logra hacer algo transgenérico, trascendental casi transilvano, habla desde una perspectiva femenina de un asunto que aún no se agota, el problema de la identidad —¿De nuevo? En la paginas de esta novela gráfica encontramos a Carla, una chica que decide tomar a México como el territorio ideal para perderse físicamente, y encontrar cosas sobre sí misma y la cultura a la que nunca pensó que pertenecía. Carla es uno de esos personajes que pueden hacerte sentir incomodos debido a su candidez y anodismo, oculta bajo una falda larga comprada en Coyoacán; sin embargo, ese es el punto, es otro libro sobre un viaje de autodescubrimiento, con procesos y resultado diferentes a los previamente vistos. Los trazos son sencillos, hermosos y contundentes, una verdadera cátedra para todos tus amigos que quieren ser autores de comic e intentan copiar a Todd McFarlane.