Texto de Ricardo Vinós

“El revoque de las paredes, las persianas verdes, los peldaños de piedra serena delante de las puertas de las casas y de las iglesias, los antepechos de las ventanas, la Catedral, el palacio del Ayuntamiento, el hospital, las cárceles, los cafés, el cementerio, las tiendas, las fuentes, los jardines, querría que fueran la parte mejor de mí, las facciones de mi cara y de mi espíritu, los elementos fundamentales de la arquitectura y de la historia de mi vida. Que se me asemejara y que cada cual sintiera, viviendo en ella, que está dentro de mí.”
Curzio Malaparte, “Ciudad como yo” (tr. J. Jordá)

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I

Cráneo. Piel. Ojos. Boca. Nariz. Orejas. Puertas del mundo, ventanas del alma. El rostro penetrable, penetrado. La mirada penetra por donde va abriendo camino la mano, su actuar compenetrado también con una visión que pide forma. La aventura consiste en encontrarle su forma, precisamente la que pide para ser verdadera y vivir su vida de máscara en el mundo. Una vez sujetos a la composición sobre el órgano-campo de la piel, ojos nariz boca orejas no tienen más remedio que formar máscara: una pieza más en las infinitas variaciones del tema de revestir la madre de todas las caras: la Calavera.

Es inmemorial y universal la creencia de que los rasgos de la cara de una persona revelan los atributos de su alma. El rostro del amor o del odio, de la dicha o la tragedia, de la estupidez o de la sabiduría, de la soledad o del deseo, de la ira o del dolor, de la maldad o de la bienaventuranza, del éxtasis o de la desesperación … Ventanas del alma, puertas del mundo, espejos de la memoria y caminos de la tinta sangre que las envuelve: las mil caras de Iván Gardea, ¿son ventanas puertas espejos tan solo criaturas de la imaginación?, ¿qué camino ofrecen?, ¿qué alma?, ¿qué mundo?, ¿memoria de quién?

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II

Los nombres del amor: filonomía-fisionomía de carácter rasgos faz facciones rostro rastro. Mi cara. La cara que adivino en la sombra. El vestido de la calavera, mapa orgánico de los pensamientos que habitan en el cráneo. Una intuición de luminosidad explora en la placa las posibilidades de las formas y el juego de las líneas, los rostros con sus promesas más o menos esféricas y sus maravillosas puertas. Ojos que devoran, la boca espejo oscuro del alma.

La vida secreta de la cara se ve llevada por el camino de una emoción que sufre pruebas atroces para purificar su sentido y abrirse a lo que se encuentra en ese camino, rostros convocados de los abismos que van manifestando su voluntad de existir como un acto terrible, un espejo que castiga toda vanidad pero entrega un tesoro de bellezas prometidas y paraísos revelados a medias. Todo un universo se ha metido a un rostro que cuestiona severamente la otredad que le asignamos: ¿Yo? ¿Otro? ¡Eso lo será usté!

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III

El artista ha ido retratando los descubrimientos de su ojo, su mano y su corazón en territorios inexplorados del alma, la suya propia, pero también de los campos de la memoria de todo el arte que ha visto o soñado.

Todos los rostros un rostro. El río de todas las caras posibles captadas en una composición de tramas de líneas, claves geodésicas sobre la piel ceñida al cráneo. Labor de amor del ojo y la mano prendados de una tradición y un oficio, mientras desde la sombra miran Bronzino, Miguel Ángel, Rembrandt, con muchos otros frecuentados maestros que habitan el fondo del ojo de Gardea como parte viva y vigente de su mirar. La gráfica de estos retratos ficticios nace de un jirón de profecía, se abandona a la adivinación, recurre a inventar e intuir los caminos de ese tema dúctil, equívoco, seductor y terrible que es el rostro humano.

Desde su mundo de tinta y papel las formas que animan los rostros grabados por Iván Gardea transpiran vidas prodigiosas, narraciones, tragedias, visiones de paraíso cayendo en infierno, bestias y ángeles, amores y ruinas. Algo hermana a todos estos personajes, los pequeños Pelones y los grandulones Sombríos y todos los demás, pues poseen una forma común de monstruosidad. Cada uno pasa por el trance de contemplar su sentencia. Han mirado el final de sus esperanzas. Muertas las esperanzas, ¿qué les queda?

El territorio de la desesperanza es cuantioso. Se considera baldío como desierto, pero el ojo que desea y sabe ver encuentra suficiente diversidad como para explorar aquello que le es dado anhelar al alma sin esperanza, y ahí es donde Gardea se topa con su verdad. Por más horrible que resulte, la verdad está cuajada de hermosura siempre.

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IV

Para dar sentido a la presencia del Otro tengo que mirar su cara, incluso escrutarla minuciosamente, a ver si veo. Lanzo el vuelo de mis ojos a la multitud de caras del Otro, y si algo veo ahí todo resulta posible: el ser amado, el trágico que me rompe el corazón, la víctima, el matador, el santo que salva y cura, el loco que no es de este mundo, el grotesco que me llena de vergüenza. El Otro, un alma cuya cifra es un rostro vivo, espejo fiel de la cara que menos bien conozco, la mía propia.

Iván Gardea labra las almas de unos rostros logrados sobre placas, la forma del grabado clásico que, en su caso, se ha vuelto una ascética en busca de una verdad: dame un rostro en que pueda creer, un rostro vivo que deba adivinar hiriendo la placa diez mil veces, formando el tejido de las líneas de una vida hasta los límites de lo imposible. Un rostro que invada mis sueños, que me ofrezca una presencia con la virtud de ser inquietante igual a la del Otro que abre su alma y revela los secretos de su cara, cada uno de ellos repleto de nuevos misterios. El Otro es puerta del universo. Lo más hermoso de las caras creadas por Iván Gardea es el universo que ofrecen a los misterios de la mirada y la memoria humanas.

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