Sólo el absurdo podrá salvarnos

Tú y tu mejor amigo acaban de robar un banco. Todo marcha de acuerdo al plan, traen veinte millones de pesos en una maleta y la esconden en una coladera del parque más cercano. Por poco lo logran pero, justo cuando están por emprender la huída, un policía los reconoce.

El oficial llama refuerzos, una cosa lleva a la otra y terminas encerrado en una celda oscura. Estás solo y no has visto a tu mejor amigo en horas. No sabes qué le haya pasado o cómo se encuentre. Probablemente, igual que tú, solo y preocupado por ti.

Un detective abre tu celda y te lleva a la sala de interrogatorios. Bajo la intensa luz de un cuarto oscuro te dice que no hay evidencias contra ustedes dos, pero sabe que son culpables, por eso te da la opción de entregar a tu amigo, salir libre y dejarlo que enfrente solo una condena de diez años.

Fiel a tu amistad, le dices al detective que no sabes nada. Él te mira sin sorpresa y se levanta de su silla. Mientras se va te advierte: “piénsalo bien y hablamos al rato. Mientras voy a hacerle la misma oferta a tu amigo.”

¿Qué haces?

Eres una persona racional, así que aprovechas la soledad de tu celda para considerar tus opciones: Puedes entregar a tu amigo o negarlo todo. Él está en la misma situación, así que sólo hay cuatro resultados posibles:

Si entregas a tu amigo y él lo niega todo, sales libre y los 20 millones de pesos son tuyos. Suena prometedor pero, si lo entregas y él te entrega, los dos se reparten la culpa y van a la cárcel por cinco años.

Podrías serle fiel a tu amigo. Si él hace lo mismo, los dos salen libres y cada quien escapa con diez millones de pesos. Pero si te traiciona, pasarías diez años en la cárcel.

¿Qué hacer? Si tan solo pudieran comunicarse. Será tu mejor amigo, pero no tienes ninguna seguridad de que él va a cooperar. Te debates entre la lealtad y la traición, pero no quieres que los sentimientos nublen tu lógica.

Eres una persona racional así que deduces que, pase lo que pase, entregar a tu amigo es la mejor estrategia: Si él lo niega todo, te quedas con el botín más grande y, si él te entrega, obtienes la sentencia más corta.

Por otro lado, si le eres fiel, obtienes el botín más chico y la sentencia más larga.

Decides que su amistad fue muy valiosa, pero tú eres una persona racional, así que tomas la mejor decisión para ti.

Un policía abre la celda. El detective te espera del otro lado.

Te escoltan hacia la sala de interrogatorios. Vas muy seguro de tu decisión pero en el camino recuerdas una cosa: tu amigo también es una persona racional.

Si ambos toman la decisión más lógica, ambos van a acabar en la cárcel. Sólo una decisión ilógica puede salvarlos, ¿pero quién se atreve a ser irracional en estos tiempos?

Te sientas. A través de la mesa, el detective te pregunta si tomaste tu decisión y tú le dices que “la verdad no sé qué hacer.”

El detective, con una sonrisa en el rostro, te responde “Todos estamos igual. Escoge.”

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Nah te creas, al final salimos libres.
___________________________________________________________________Qué bueno que éramos amigos y no completos extraños. Qué bueno que no éramos millones de individuos tratando de diseñar una sociedad que funciona a través de la confianza o habríamos estado bien fregados.
Obviamente me inspiré en el dilema de los dos prisioneros. Para entender mejor este predicamento global propongo leer eso que escribió Richard Dawkings sobre cómo los árboles están bien pendejos, o la tragedia de los comunes. Lo que todos estos escenarios abstractos ignoran es que somos changos, seres sociales, con sentimientos y que, la mayor parte del tiempo, tratamos de ayudar a otros y no ser gente mala.
¿Pero quién piensa en moral o sentimientos hoy en día? La fría lógica del mercado nos ha arrebatado nuestras convicciones más profundas. La solidaridad se ha transformado en una mala inversión. La gente racional defiende a la barbarie con sus mejores cifras y estadísticas pero nadie tiene una respuesta. Sólo el absurdo podrá salvarnos.

Échanos un correo a hola@miga.la para leer más cosas chidas 🙂

Pepe: A los 17 fundó la Migala, en un islote en medio de un lago. Cuentan los que lo conocieron que una vez le dio una cachetada al Papa.
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