Reseña de la exposición Proyecto Casa Propia de Manuela G. Romo, escrita por Sara Guerrero.

Ya desde 1926, hace casi más de cien años, la célebre y eterna Virginia Woolf reclamaba en su texto Sobre la enfermedad que las afecciones a la salud no formaran parte de los grandes temas de la narrativa como lo hacen la guerra o el amor:

Se olvidan de esas grandes guerras que libra el cuerpo con la mente esclava en la soledad del dormitorio contra el asalto de la fiebre o la llegada de la melancolía. No hay que buscar lejos la causa. (…) La enfermedad asume a veces el disfraz del amor, y realiza los mismos trucos extraños. Confiere divinidad a algunos rostros, nos obliga a esperar hora tras hora, atentos al crujido de una escalera, y adorna los rostros de los ausentes (bastante corrientes en la salud, bien lo sabe el cielo) con un nuevo significado, mientras la mente urde mil leyendas y romances sobre ellos para los que no tiene tiempo ni inclinación en la salud

El reclamo de Woolf bien puede aplicarse a las temáticas en las que se han centrado las artes plásticas. Si bien la propia Virginia en su texto puntualiza que ha habido excepciones en la literatura (como Proust y De Quincey), también podríamos mencionar algunas cuantas excepciones en la historia de las artes visuales.

Podemos “recuperar”, por ejemplo, La Piedad que pintó Tiziano en 1575, en donde se ve representado a un hombre mayor que le reza a Jesús para que él y su hijo sobrevivieran a la peste justo cuando ésta azotaba Italia. Según los historiadores, este cuadro era un modo de súplica, de misericordia, ya que el pintor y su hijo estaban infectados de peste y murieron al poco tiempo de que la obra estuviera finalizada.

O está también el autorretrato de Edward Munch, en el que se dibuja contagiado de la gripe española en 1918.

Aunque quizás, como apunta Woolf, la enfermedad no ha sido el tema central del arte, sin duda hay evidencia suficiente que ratifica que la enfermedad –y, por ende, las epidemias– ha sido una circunstancia que aparece representada eventualmente en la historia. El forzoso confinamiento que deriva de algunos de los padecimientos ha sido también un marco contextual que repercute en la creación. Para unir más líneas entre el arte y el encierro tan sólo hay que echar un vistazo a los escritores rusos y nórdicos como Chéjov o Ibsen, cuya prolífica escritura suele relacionarse con las condiciones climáticas de sus países que los obligaban a recluirse por meses.

Todo se resume a que no podemos escapar de nuestro contexto y que este determina en gran medida la creación artística. Vivir el confinamiento en la era digital, aún con todas las pantallas que nos rodean y que a veces fungen como ventanas que conectan nuestra casa con el exterior, no erradica las inquietudes, los miedos, la desesperación ni las ensoñaciones.

Si algo provocan las epidemias/pandemias es la toma de conciencia de nuestro “ser humano”, de lo que significa por sí mismo, pero también en colectivo. Es una circunstancia que nos devela algo nuevo de nosotros mismos pero que nos hermana con todos los demás que están en las mismas o en condiciones muy similares.

Es en el contexto del llamado El gran confinamiento en el que surge Proyecto Casa Propia de la joven artista visual mexicana Manuela G. Romo.

La exposición se encuentra expuesta en la galería virtual Pared, un espacio digital que busca, como bien dice en su página web: “echar abajo distintas paredes: la que separa grupos de creadores; la que aleja a los espectadores de las galerías; y la que bloquea a los artistas para acceder a los espacios de exposición”. En cambio, el equipo detrás de esta iniciativa propone: “una pared donde se pueda exponer las obras para crear diálogos en torno a sus propuestas formales y temáticas, sin importar su origen o edad”.

Cada mes, esta plataforma mexicana ofrece su espacio para la exposición de trabajos de arte visual contemporáneo, los cuales siempre van acompañados de una entrevista con los artistas-autores y de un catálogo de la exposición.

Proyecto Casa Propia aborda el concepto del hogar y la noción del espacio desde las artes plásticas y la literatura. La premisa del proyecto fue simple: se lanzó una convocatoria a través de las redes sociales de Pared, en la que se invitó a la gente a participar escribiendo un texto corto sobre su casa o, como decía la misma convocatoria: “una descripción afectiva de los espacios que habitamos”. La relativa ambigüedad de la frase daba libertad a quien quisiera participar. La única regla era que se acotara a la temática. Sería a partir de estos textos que la artista crearía sus piezas, casi a modo de una écfrasis invertida en la que no es el texto el que intenta describir la imagen, sino la imagen la que intenta interpretar el texto.

Manuela G. Romo (1993) nació en la Ciudad de México, donde egresó de la carrera de Artes visuales de la Facultad de Artes y Diseño (UNAM). En el 2016 fue becaria del programa Jóvenes creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Su obra ha sido mostrada en diversas exposiciones y ha sido seleccionada en varias bienales a lo largo de la República mexicana.

Proyecto Casa Propia es, ante todo, una exposición “viva”, como la misma artista visual ha señalado. La recepción de textos estuvo abierta a lo largo de los primeros veinte días de enero y la artista fue trabajando con las propuestas conforme llegaban. En ese sentido, la exposición es un ejemplo de cómo las redes y vínculos afectivos pueden, en cierta medida, mantenerse a través de los espacios digitales. Pero esa “vitalidad” que se produce a partir de una relación entre la artista y quien participa, toma mayor relevancia por el momento histórico en el que se inserta: la crisis sanitaria producida por el SARS-CoV2. Así, Proyecto Casa Propia funge como un espacio de encuentro sensible, una ventana de aliento durante el confinamiento domiciliario.

Modos de ver (el hogar)

Al 23 de enero, la exposición contó con 18 piezas, todas ellas heterogéneas, explorando diversas técnicas y materiales. Aun así, todas guardan dos denominadores comunes presentes en los últimos trabajos de Romo: el cubo y la arquitectura, los cuales, en Proyecto Casa Propia se resignifican como la estructura del hogar.

Si bien el cubo es considerado como una de las figuras más básicas que existen, al ser trabajado y vestido con sus respectivas sombras, el poliedro adquiere una profundidad que abate la sensación de frialdad y vacío que podría emanar se sus líneas rectas. Manuela G. Romo no sólo lo viste con sombras, lo viste con vida. Convierte el cubo en arquitectura, en una síntesis de los espacios que habitamos.

En el catálogo que acompaña la exposición, la pintora habla sobre las posibilidades de “pensar la arquitectura también como un contenedor de memoria que es individual y social”. Así, la figura básica, el planteamiento de Romo, es vestido por lo que emana de los textos: paisajes, colores, escenas, cuerpos, sensaciones, detalles…

La representación de estos espacios es, en realidad, un ejercicio de interpretación de las palabras. Pero, ¿qué es el arte si no una interpretación subjetiva de alguna idea o aspecto de la realidad? Lo interesante en Proyecto Casa Propia es ver el espacio que existe entre la palabra y el cuadro. ¿Qué nos dice el texto?, ¿qué vio y cómo lo sintetiza Romo?, ¿qué nos dice su obra?

Por ejemplo, en uno de los fragmentos se lee: “Ventanas de mi cuarto. Mi cuarto, iluminado sólo por las luces de la vida fuera de ellos. Mostrándome sólo lo que unos momentos fugaces me permiten ver. Yo sigo dependiendo del que pasa afuera e ilumina mi cuarto con su propia luz. Aprovecho los resquicios de iluminación que entra por ellas, para tomar papel y lápiz. Y poder describir lo que experimento, pero nadie lo ve. Y en las orillas de la resignación, tomo un último aliento de algo que cualquiera podría llamar valentía, pero yo sólo pensaba que era la mayor estupidez en mi vida. Lo intento, y lo logro. Las luces se encienden y veo mi desastre interior y disfruto de la belleza dentro del caos, porque la otra alternativa, es la oscuridad”.

Manuela G. Romo retoma el texto y lo traslada a la pintura. Sintetiza el espacio con la estructura del cubo, representando el cuarto descrito en palabras. Podemos ver el interior del espacio y la sombra de objetos a través de las paredes y no por las ventanas. Romo logra reproducir la sensación de encierro que emana del fragmento de texto. A su vez, reproduce la compleja convergencia entre la luz y la oscuridad, las cuales inundan por igual el espacio. Es difícil definir cuál es la fuente de iluminación, de dónde proviene. ¿De afuera o de adentro? ¿Es lo que sucede afuera e ilumina el cuarto? ¿O son las luces encendidas las que inundan ese pequeño campo de caos y vacío? Completamente distinto es el cuadro que se basa en el fragmento: “Mi cueva es la mejor que existe en este mundo se trata de un lugar que consta con todo lo necesario que para no salir de ella más que por comida o baño se trate. Aquí tengo todo lo necesario para vivir en cuarentena: cuento con una pequeña tele de pantalla plana (…), un librero perfecto (…) cuento además con una bocina (…) Tengo algunas mancuernas que no suelo usar pues siento que el ejercicio en casa no es muy lo mío. Mis paredes son de un color azul de tono fuerte que te recordarían a una prisión. Mis pares de zapatos que están deteriorados y un closet que esta abaratado de ropa vieja. Así es mi búnker.”

En un primer momento es notable que el texto mucho más descriptivo que el primero: se enlistan objetos y, al contrario del anterior, no se intenta transmitir sensaciones ni sentimientos. Manuela G. Romo, atenta a las palabras, se deja guiar por ellas, dando como resultado la representación de una cueva profunda. Pero, a pesar de todo, la artista no cae en la tentación de ilustrar el texto en el sentido estricto de la palabra: no dibuja bocinas ni libreros ni pantallas planas. Se vale una parte del texto, el espacio y la sensación que evoca la descripción. Para eso, toma del texto el color e inunda su pieza con ese un tono tan vivo y vibrante que inevitablemente recuerda el trabajo de Yves Klein. Es al fondo de la gruta, la arquitectura, que el cubo se hace presente esta vez en forma de una pequeña puerta que sugiere el hogar.

Otra pieza de la exposición que resalta el carácter heterogéneo de la misma es la que se crea a partir del fragmento: “Mi casa se ha ido llenando de cosas. Desde hace 5 años vivo aquí. Vine con mi ex novia y mi gato. Ella trajo su cama, libros y sus cosas. Luego se lo llevó todo, pero me quedó el gusto por las plantas. Cuando se fue, recordé el día en que nos mudamos de mi primera casa: mi padre estaba sentado en las cajas de la mudanza, en silencio en un lugar ahora vacío que rebotaba su silencio. Lo que tengo aquí lo he traído yo, y viendo la saturación, quisiera iniciar cada cuando casas nuevas, a ver qué resultado dan nuevas combinaciones. Vaciarme y reinventarme. La economía no da para tanto. En cambio, me agrada la idea de hacer memoria con los objetos”.

En esta pieza, Manuela G. Romo logra capturar la sensación de ausencia que desprende el texto. Vemos un cuarto con paredes blancas y en el que todos los objetos aparecen velados, como si los hubieran borrado. El único objeto que mantiene su vívido color es una escoba posada contra la pared, como si con ella se hubiera terminado una labor de limpieza. La autora del texto revive su pasado y lo pone en relación con su presente. Romo, lo traslada a la plástica de manera delicada. Es como si, a través del cuadro, nos recordara que todo lo que fuimos y tuvimos, queda en nosotros, en nuestra casa, como una huella imborrable. Esta pieza completamente figurativa y colorida, es quizás una de las más emotivas de la exposición.

También resulta interesante resaltar la obra creada a partir del siguiente texto: “El lugar en el que vivo es sencillo en su apariencia y costumbres, silencioso y verde, muy verde pues al ser una zona rural aún hay campos que arar y milpas que cosechar. Un contraste entre la tierra amarilla del campo y el gris del asfalto es bastante visible en algunos lugares de mi pueblito amado, vacas aquí y borregos un poco más allá; gallinas en el corral y conejos enjaulados es lo que abunda en este pueblo de paso. Pero lo verdaderamente mágico son los dos colosos que descansan a las espaldas de mi casa, los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuatl.”

Esta vez, Romo opta por el collage en su ejercicio de interpretación. Vemos tres figuras centrales. En el centro, una fotografía instantánea en la que se puede vislumbrar un campo verde amplísimo bajo la línea del horizonte. En el extremo derecho inferior de la fotografía aparece dibujado un cubo, como si el poliedro, superpuesto en la fotografía, simplificara la idea de la casa en el medio rural. Una pequeña casa aislada en medio de un mar de naturaleza. La tercera figura es la representación figurativa de los volcanes el Popocatépetl y el Iztaccihuatl, los cuales aparecen justo como los describe el texto: como dos colosos imponentes que, en la disposición en la que los dispuso Romo, dimensionan el hogar (que parece más pequeño) y generan la impresión de protegerlo.

De esta manera, Proyecto Casa Propia se construye a partir de cuadros de diferentes técnicas, materiales, tonalidades. Los espacios, su luz, las atmósferas son tan disímiles entre sí, como los mismos textos en los que están basados. Alguna pieza recuerda las estructuras espirales y surrealistas de Remedios Varo. Otro, parece que hace un guiño a Matisse. Con esta diversidad, no sólo Manuela G. Romo demuestra su dominio técnico, sino que logra transmitir cierta concepción del infinito: la exposición funge como un muestreo que bien puede representar todas las posibilidades de espacios habitables, únicos como cada persona. Con todo, es claro que esta muestra heterogénea comparte elementos que vinculan las partes entre sí, creando un trabajo multifacético y, a la vez, perfectamente bien estructurado y delimitado.

Construir (el hogar) en común

Como ya se ha mencionado, uno de los aspectos más pertinentes de la exposición recae en la dinámica de participación que propone y en la cual se sustenta.

En una primera instancia, podríamos enmarcar Proyecto Casa Propia en la corriente artística propuesta por Nicolás Bourriaud a finales del siglo XX: la estética relacional, la cual era definida por el mencionado autor como “(…) un arte que toma por horizonte teórico la esfera de las interacciones humanas y su contexto social, más que la afirmación de un espacio simbólico, autónomo y privado.”

El arte relacional tiene por tema central el estar-juntos, es decir, el “encuentro” y la elaboración colectiva del sentido de la obra. Sin embargo, esta corriente no problematiza la figura del autor. En Proyecto Casa Propia, la autoría de Romo no desaparece ni pierde importancia, pero, en cierto sentido, (al exponer los textos en la galería virtual, entablar un diálogo con ellos y usarlos como base para la creación) se comparte con las escritoras.
Quizás por ese motivo sea más adecuado concebir este proyecto como arte participativo. En un primer momento Romo funge el rol de facilitadora de un espacio de encuentro en donde convergen la literatura y la plástica. Involucra a varias personas y de esa manera trasgrede la relación tradicional entre el artista, la pieza y el público. Como lo explicaría la historiadora de arte Claire Bishop, la “participación de la gente constituye el medio y material artístico central (…) Los artistas están menos interesados en la estética relacional que en las recompensas creativas de la participación como un proceso de trabajo politizado”.

Y es que no hay que olvidar la premisa de Proyecto Casa Propia: “reflexionar sobre la posibilidad ritual de la enunciación/representación como una manera de asir y recuperar los espacios que habitamos.” Es decir que el público no sólo completa la obra mediante su mirada pasiva. Se abre paso a un espacio de convergencia en el que se puede meditar sobre un tema, en el que se puede participar, enunciar, compartir. En ese sentido, los espectadores terminan siendo al mismo tiempo los generadores y los receptores de la exposición.

La “vitalidad” de la muestra no sólo recae en el aspecto temporal en el sentido que cada determinado tiempo se añade una pieza y el proyecto se va complementando. Más que nada, la muestra está viva por la reflexión colectiva de la que forman parte la autora, las personas que participaron escribiendo y quienes podemos observar los resultados a través de la plataforma de la galería virtual.

Porque lo que hace Romo es lanzarnos preguntas sobre dónde habitamos; nos obliga a observar a nuestro alrededor; a realmente reparar en las paredes que nos resguardan y a dejar de habitarlas en un estado de automatismo.

Proponer un proyecto como este en el contexto actual de confinamiento domiciliario es una iniciativa que no debería de pasar desapercibida. Ya Bishop decía que: “La participación rehumaniza a una sociedad adormilada y fragmentada (…) Debe haber un arte de acción que interactúe con la realidad, que tome pasos para reparar el vínculo social.”

Proyecto Casa Propia mitiga las implicaciones económicas psicológicas y sociales que la pandemia deja caer en nuestros cuerpos. Abre un espacio para conocernos mejor, para conocer al otro y reparar que no estamos tan solos como creíamos estarlo aun cuando no podamos salir de nuestras cuatro paredes. Nos reconocemos en el texto y nos reconocemos en las piezas. Nos reconocemos como si todas fueran nuestras casas.

Bibliografía
Bishop, Claire (2016) Infiernos artificiales. Arte participativo y políticas de la espectaduría. Editorial Taller de Ediciones Económinas. México.
Bourriaud, Nicolás (2001) Estética relacional. En ed. Blanco, Paloma, Carrillo, Jesús, Expósito, Marcelo, et al. Modos de hacer: arte crítico, esfera pública xxiii y acción directa. Editorial de la Universidad de Salamanca. Salamanca, España.
Woolf, Virginia (2015) Sobre la enfermedad. Jose J. De Olañeta Editora. España.