Dentro de un siglo, si aún nos queda país, algún pazguato dirá “Peña Nieto fue el mejor presidente de México” y si la educación pública sigue igual, no faltarán pelmazos que le respondan “sí es cierto, nos hace falta otro como él”.
Bastará con ir al Sanborns, la tienda de raya donde los Godínez consumen su comida, internet y cultura, para ver en la sección de novedades de la librería, un millón de biografías del presidente más guapo que ha tenido esta suave patria; una de ellas escrita por un tuitero de alma autoritaria, con más seguidores que cualquier historiador.
Qué triste va a ser cuando los caricaturistas de derechas le empiecen a rendir este ignorante culto al presidente favorito de Grupo Higa y OHL.
Los intelectuales obsesionados por la apariencia y el bling bling, escribirán sobre la exquisita arquitectura de la Casa Blanca. El más jóven de la dinastía Krauze elogiará la infraestructura que se construyó en este sexenio y pondrá como ejemplo el Paso Expres, ya sin socavones.
Así como hoy recordamos a Justo Sierra, quien llamó al porfiriato “una dictadura necesaria”, sobrevivirán las lamidas de bota de Ricardo Alemán como testimonio histórico de nuestra época. Las voces de los periodistas perseguidos, exiliados y asesinados, quedarán olvidadas en alguna universidad, para el historiador al que le interese.
“Paz, orden y progreso”, repetirán las víctimas de la educación pública y el síndrome de Estocolmo.
Primero, ¿paz para quién? Hay que tener corazón sanguinario para añorar la Pax Porfiriana, tan parecida a la Pax Romana, de la que Tácito decía “roban, matan, crean un desierto y le llaman paz.” Y así como hoy los panistas que nunca han visto a un cadáver defienden la guerra de Calderón; así como el más viejo de los Krauze defiende las masacres de los rurales porfiristas diciendo que “todos añoraban la paz”; así, algún pendejo del futuro describirá este sexenio, que nos dejó medio millón de muertos, como una era dorada.
¿Dorada para quién?
“Orden y progreso” repetirán los profesores de historia que creen que la única riqueza que existe es material. ¿Progreso para cuántos, pues? Porque así como hoy nadie dice que 90% de los mexicanos en tiempos de Don Porfirio no sabían leer o escribir y 80% de la población era rural; nadie se acordará de estos tiempos salvajes, donde la mitad de los mexicanos viven con menos de 100 pesos al día.
Así como los intelectuales de Canal 40 recuerdan con estrellas en los ojos el glamuroso afrancesamiento del Centro Histórico en el siglo XIX, futuros líderes de opinión rescatarán el valioso legado de Miguel Ángel Mancera. “Es que si no le hubiera entregado la ciudad a las inmobiliarias que construían torres de departamentos para una clase media que ya ni existía, no tendríamos hoy un puto centro comercial en cada colonia.”
Nuño, Videgaray y los otros itamitas y chicago boys que saquean al país desde sus iPad Pro, serán reivindicados por la historia igual que Limantour y los Científicos, como los cerebros detrás del progreso porfirista, que se enriquecieron por puro ingenio y méritos propios, ¿siono raza?
Los futuros nostálgicos de Peña Nieto defenderán las cifras macroeconómicas de su gobierno así como hoy los neoporfiristas presumen que su general construyó trenes, sin mencionar que sólo iban de las minas de cobre a Arizona, de las haciendas a los puertos. Porque cuando hoy hablamos de los éxitos financieros del porfirismo, nos imaginamos que, de haber nacido en esa época, habríamos pertenecido al 1% de la población que viajaba en tranvía, que asistía a los bailes, que paseaba de frac y crinolina en una ciudad sin crimen porque “mátalos en caliente”.
La verdad es que, por pura probabilidad, nos habría tocado ser peones en una hacienda o, para ser más contemporáneos, godínez en una corporación.
Algo tienen el tiempo, la historia y el olvido, que entierran a los héroes y glorifican a los culeros. Dicen que todo tiempo pasado fue mejor, pero porque nadie se acuerda de lo malo.
Hasta los futuros detractores de Peña Nieto recordarán mal la historia y lo harán pagar la cuenta de todos los canallas que comieron en su mesa. Estos angelitos:
¡Cómo se parecen los gobernadores porfiristas al Nuevo PRI®! Desde el gobernador de Hidalgo que prohibió a los habitantes beber de las fuentes porque él controlaba las haciendas pulqueras, hasta el gobernador de Veracruz que hizo una fortuna de sus casinos fraudulentos. Hubo también un gobernador de Sonora que trabajaba con las transnacionales para adueñarse del Río Yaqui, y si ahora mismo alguien nos lee desde Mexicalli, debe estar teniendo un dejavú.
Andamos tan preocupados por averiguar si Porfirio Díaz era un héroe o un villano, que se nos olvida que él era sólo la cara de una clase política de millonarios, ambiciosos y corruptos que explotaron al país hasta que lo rompieron.
¿A quién me recuerdan?
Hoy ni su mamá quiere a Peña Nieto. Sólo Meade y el 15% de la población lo defienden, ¿pero qué pasó entre la Revolución y los suspiros de nostalgia de Enrique Krauze? Pasó que las hijas de los millonarios porfiristas se casaron con los hijos licenciados de los generales carrancistas, su prole fundó PRI, se volvieron neoliberales, le declararon la literal guerra a las víctimas económicas del TLCAN y el país se puso tan feo que los más ignorantes (que la SEP, oh patria, uno en cada hijo te dio) empezaron a preguntarse “¿Y si Porfirio Díaz no era tan malo?”
Se nos olvidó la guerra de castas, el exterminio de los yaquis, la esclavitud de las haciendas, la entrega del país al capital extranjero, la represión de los trabajadores, y un siglo después, tenemos una estatua de Porfirio Díaz a un kilómetro de Río Blanco.
Espérate un siglo. Sabrás que la memoria ha sido vencida cuando le hagan un monumento al copete en Ayotzinapa.