Hace meses, en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México hubo una exposición sobre el uso, en la pintura, de la Grana Cochinilla. Después de mis tres visitas durante los primeros meses que estuvo, decidí deleitarme la vista por última vez yendo el sábado antes de que se fueran los cuadros de Cézanne, Turner, Rembradt, Tiziano, Velázquez, El Greco, Van Dyck, el Españoleto, Gauguin, Rubens, Van Gogh, entre otros… pura súper estrella de la pintura universal.
Ese sábado había una línea muy larga para ingresar a Bellas Artes, y las personas se acercaban a preguntar si esa era la fila para la taquilla; me sorprendió que detrás de mí llegó un grupo de unas quince muchachas que me preguntaron si ahí era para entrar a ver la exposición de Van Gogh, yo les aseguré que era para la de Grana Cochinilla y que no sabía si había una sala del pintor Holandés, pero que sí había un cuadro de él, dentro de la del bicho del nopal. El cuadro al que me refería es La habitación, pero que era el único de Vincent en la expo.
Me tomó cuatro semanas confirmar lo que aquel sábado me temí. Después de ese tiempo, asistí al Munal a ver Caravaggio; me sentí como las muchachas de aquella fila: con incertidumbre y emoción, a pesar de ya saber que había sólo un cuadro de el artista de Caravaggio, Lombardía. Pero en mi caso, faltaban 30 minutos para decepcionarme de la pichicata exposición. En las propagandas de Munal se lee: "Un sólo artista, una sola obra", sin embargo, con letras más grandes dice "Caravaggio", suficiente como para hacer una larga cola en el Munal, ¡sí¡, desde hace tres años al menos dos veces cada tres meses asisto a ese museo y sólo esta vez vi mucha gente, tanta como para tener que esperar 30 minutos.
Cuando al fin entré me pude percatar de dos cosas: la desesperación de los museos de atraer gente mediante espectaculares, y el papel de la museografía dentro de estas cinco salitas. En los últimos años, ha habido un recorte de presupuesto en el ámbito cultural de la Ciudad de México y apenas este año se aumentó el presupuesto en 3.9%. Pero esos pesitos no hacen gran diferencia en la economía de los museos, y es comprensible que este gesto de anunciar exposiciones con nombres de pintores famosos sea un incentivo para la asistencia masiva, que es una oportunidad para los que casi no recurren estos lugares, puesto que lo que sí ofrecen son una recopilación de cuadros que se exponen en los museos de la Ciudad, o sea, te ahorran como 50 kilómetros de recorridos.
Pero, ¿qué sucede con los que sí van seguido a los museos? Tal vez, lo mismo que con los que no van. Todo esto depende de la museografía, pues ellos disponen el orden de los cuadros y son los jueces de elegir qué vale la pena mostrar con el objetivo de cumplir esas expectativas que se crean con mera intención comercial. Entonces, ¿qué pasa con el Munal y Caravaggio? es un ejemplo de el último juego entre museógrafos y administradores. Por qué mostrar el cuadro de La Buenaventura, dejando de lado que el museo Capitalino de Roma se lo haya querido soltar.
Michelangelo Merisi nació el 28 de septiembre de 1573 en Caravaggio, Lombardía. Su etapa pueril, al igual que otros artistas, se desarrolló en talleres y empezó a trabajar de aprendiz desde muy joven, apenas once de edad, con Peterzano durante cuatro años. Después de eso, en Roma, se desenvolvió como si fuera el personaje de una novela picaresca. Después de eso, su exilio y muerte en una playa, solo y por insolación, antes de cumplir los treinta y siete años, fue la vía de su vida que propició ser famoso en el arte, esto último, ligado al motivo de la exposición del Munal, el legado: Las rutas de Caravaggismo es el nombre de este recorrido.
Lo que exaltan en el museo en un primer momento, es la forma en la que esta corriente se expandió a través de las obras que se distribuyeron para la Iglesia o fueron vendidas a precios bajos. Sin importar esa forma distante de apropiación y conocimiento del artista, se le toma como un protobarroco. Las siguientes dos salas están dedicadas a mostrar cómo el padre del clarooscuro influyó en artistas como El Españoleto y sus aprendices: Francisco de Zurbarán, Cristóbal de Villalpando, Bartolome Manfredi, Francisco Fracaniano, y otros más. Todas estas obras vienen prestadas de museos vecinos, especialmente de las salas de barroco y manierismo del Museo de San Carlos.
En la penúltima sala del recorrido tenebrista pusieron obra del mismísimo Michaelangelo de Caravaggio: La Buenaventura, que no parece seguir una lógica dentro de la narrativa del recorrido del museo, pues más bien es una pintura de composición cerrada y media, donde la acción la porta una pareja de gentes comunes, no modelos, siendo este el primer estilo de Caravaggio que parecía no tener mucha dirección homogénea en comparación a la segunda etapa: el tenebrismo, la que se expone detalladamente en las salas primeras. Si se trata de ligar esa obra con lo demás, se puede hablar de una transición de inclusión de personajes dentro de la escena, primero individuales, hasta a llegar a cuadros como La virgen del Rosario o La crucifixión de San Pedro. En cuanto a los colores, es de fondos neutros y sin acentuaciones como en La Buenaventura y se cambian a una saturación de gama sorda. También hay un desenvolvimiento de los cuadros con ambiciones de impresionar al espectador, no por las escenas cotidianas que hacía en un principio, que sólo son narrativas, sino se interesa novedosamente en crear ilusiones dentro del cuadro con espacios vacíos en penumbras, intensidades cromáticas, que retrataban escenas religiosas.
Pero si entonces se hizo un recorrido sobre el tenebrismo en especifico, no concuerda con un cuadro de género que relata a partir de las miradas un chanchullo entre gitana y riquillo. Pero se trata de recuperar con una última sala donde digitalmente se busca una recapitulación de sus múltiples láminas informativas y colección de cuadros de fondos negros. Es evidente que con las carencias económicas en los museos de México, los museógrafos hacen lo que pueden y es por eso que un cuadro de Van Gogh sostiene toda una exposición y pasa lo mismo con un cuadro de Caravaggio. Por lo tanto, no debe de espantarnos ni sorprendernos ver pronto alguna exposición que conste de cinco salas, que cuatro estén dedicadas al cubismo de Picasso y que en la última nos muestren a la Mona Lisa, pero que sus espectaculares sean de Pollock.