_Por: Ana Valeria Cano Pérez, Karina Romero, Juan Pablo Vázquez y David Enríquez.

_Ilustrado por: Manuel Salvador (Savior)

 

Décimas a una Muchacha de la Infancia

Iba cruzando la tarde
sobre mi caballo viejo
y era la tarde el espejo
donde bajo el sol aún arde
tu pelo, porque la tarde
siempre nació de tu pelo
y hasta el cielo no era el cielo,

sino el azul de tus ojos
empañado por los rojos
crepúsculos de otro cielo.
Y yo era niño y fundaba
con mi caballo tu risa,
tu risa que era la brisa
de la tarde que pasaba
y con la tarde volaba
hacia la ceja del monte

donde hasta el mismo horizonte,
rojo por el sol poniente,
iba del monte a tu frente
y yo de tu frente al monte.
Ahora es otra tarde y llueve,
pero el agua es de aquel día,
en que la lluvia quería
tallarte el cuerpo, en el breve
espacio donde se mueve
la luz dentro de una gota;

por eso esta lluvia brota
no de las nubes de hoy
sino de un tiempo en que estoy
rehaciéndote gota a gota.


Este es un poema que escribí para una especie de novia. Ella no sabía que lo era pero, sin duda, éramos novios. Esas cosas pasan cuando se tienen 12 o 13 años. Yo no escribí el poema en esos momentos sino mucho después. Teníamos una suerte de acuerdo: ella me esperaba debajo de un naranjo todas las tardes y yo llegaba montado en mi caballo alazán. Una tarde, a la hora del crepúsculo, empezó a caer, como si no quisiera, una lluvia fina, y entonces me angustié, pensé que no estaría bajo el árbol, pero allí estaba, el agua chorreando de su pelo, contra el color de la tarde que se iba. Fue una imagen que se me quedó y muchos años después volví a ver llover de esa manera y ahí fue que escribí esas décimas. Las publiqué en la Revista Bohemia, una revista cubana.

Ella, de la que no tenía noticias, vio los versos y supo que le pertenecían, buscó mi dirección y me hizo llegar una carta donde me decía que también recordaba la escena y agradecía el poema.  El tiempo pasó y en algún momento fui con mi mujer a mi pueblo, a hacer una lectura de mis poemas. Allí estaba una señora muy amable que comenzó a hablar conmigo con mucho afecto. Me contó de su hermano, del papá que había muerto… en fin de muchas cosas que ahora no recuerdo. En algún momento se fue. Al terminar la lectura la organizadora del evento me dejó un papel. Estaba firmado por “La niña”. Así le decía yo en aquella época remota de la infancia. Me recordaba el poema en su nota. ¿Dónde está la niña? Le pregunté a la organizadora. Se fue, me dijo, era esa señora que estuvo todo el tiempo conversando contigo. Ya ves: el tiempo pasa…

¿Por qué el poema en décima? La décima, tiene un fuerte arraigo en Cuba como parte de la tradición oral y aún escrita. Siempre la he sentido como algo propio.   

Después de muchos años y por mi respeto a la tradición, acabé siendo el director del Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado, institución que ha propiciado encuentros y estudios importantes sobre la décima y otras formas de poesía tradicional. La espinela (también así le llamamos en Cuba) forma parte de la literatura desde hace más de 400 años. Es una estrofa hija de los Siglos de Oro de la literatura española. Es importante subrayar que desde muy temprano formó parte de expresión oral, sobre todo de las clases populares, especialmente de los hombres de la tierra. En el caso de Cuba está, de manera natural, tanto en la oralidad como en la escritura. Prácticamente no hay un escritor cubano, poeta, que no haya incursionado en esta estrofa. Es como un signo de identidad nacional. También lo es para muchos países de nuestra América, pienso en Chile, Argentina, Venezuela, Panamá y por supuesto México. Tal vez ha sido Cuba el país donde se arraigó de una manera muy particular. Te cuento: cuando yo era niño, antes de que estudiara y de que supiera que todo eso era literatura, para mí componer o cantar décimas era una cosa normal… Es decir, en el campo donde yo me crie y donde yo viví hasta los 16 años, mi mamá cantaba décimas, mi abuelo componía décimas, mis tíos tocaban el instrumento y cantaban décimas. Era normal hacer un guateque, una fiesta campesina, y era natural que cualquier vecino improvisara o cantara décimas. Pero nadie pensaba que todo eso era literatura; era parte de la vida cotidiana. Yo, desde entonces, hacía décimas pero las hacía porque todo el mundo las hacía, formaba parte, te repito, de la expresión del campesino, de su modo de ser.

Después, con la Revolución y con el desarrollo cultural que realmente fue inmenso, tomamos conciencia de su significado como hecho cultural y el proceso natural nos llevó a la fundación, entre otras muchas cosas destinadas a favorecer esta tradición, del Centro Iberoamericano de la Décima, y a la creación de talleres experimentales de repentismo en los que se enseña a los niños y niñas las distintas técnicas para componer e improvisar la espinela. Para ello contamos con un método didáctico creado por Alexis Díaz Pimienta, uno de nuestros mejores poetas, y con la colaboración de varios representantes de la tradición oral en Cuba. Es asombroso ver un niñito de dos o de cuatro años, que apenas se le entiende lo que dice,  improvisando décimas. La explicación es simple: está en la raíz de la nación. ¡Entonces yo hacía décimas antes de que supiera que todo eso era literatura!

Yo siempre digo lo siguiente: la poesía no está en el verso, el verso es el vehículo con que tú tratas de atraparla.

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La poesía tiene infinitas definiciones. Sin duda se puede llenar una enciclopedia de ellas. Cada poeta tiene la suya. Para algunos es la sombra de la memoria, para otros, lo que está antes y después de las palabras. Todas son válidas, porque en realidad la poesía es aquello que permite, tanto al poeta, como al otro creador del poema, que es el lector, encontrar referencias permanentes, que pueden responder a las expectativas individuales y sobrevivir en épocas distintas. Es decir, son referencias múltiples, hacia sentimientos, realidades, aspiraciones, sueños, que tiene el ser humano, y todos de alguna manera, el poema puede, cuando es poesía, expresarlo. Esa función, esa naturaleza, puede estar en una décima, en un soneto, en una lira, en prosa o en el texto más experimental. La poesía, ese elemento difícil de asir, puede vivir en cualquiera de las maneras de expresión que el poeta asuma. Un soneto: no hay que desdeñarlo porque haya pasado de moda, que no ha pasado de moda. Si en un soneto puedes logar que el poema esté, que la poesía esté, bienvenido sea; si es una décima, bienvenido sea; si es en… digamos, verso libre, igual en prosa. Siempre lo que yo necesito decir lo digo según las formas.

En la poesía hay que encontrar, como decía Vallejo, el tono; o como decía Martí, el sentimiento justo, y tratar de hallar la forma adecuada para poderlo expresar; no rechazo un poema porque esté en estrofa tradicional,  no lo rechazo a priori. Ni rechazo un poema que se presente en otra estructura.

Igual que tampoco acepto, ni me gustan mucho los términos de poesía oscura y poesía clara o poesía transparente. Creo que poesía es poesía o no lo es. Puede ser Lezama Lima, un poeta más complicado, más hermético, con códigos muy cerrados, en cuyos textos resulta a veces difícil descubrir, encontrar lo que nos quiere decir, pero cuando se te manifiesta es como si se te revelara un diamante, como si saltara esa almendra luminosa que es la poesía, ¿no? O puede ser Eliseo Diego, para ponerte otro ejemplo cubano, supuestamente más transparente; sin embargo, cuando lo lees, se te hace evidente una hondura y una densidad enorme. Sin duda hay en sus versos una comunicación más directa, pero no es simple.

  “ En la poesía hay que encontrar, como decía Vallejo, el tono; o como decía Martí, el sentimiento justo, y tratar de hallar la forma adecuada para poderlo expresar”

Poetas mexicanos puedes encontrar muchos para ilustrar lo que te estoy diciendo. Pienso en Sabines, por ejemplo, más directo, menos complicado, pero un estupendo poeta que no te deja quieto; o si prefieres, Gorostiza; tan elaborado como impecable. Muerte sin fin es un poema donde hay que meterse muy hondo para desentrañar la multiplicidad en todos los órdenes de esa imagen del vaso que se desborda durante todo el poema. No hay problema con que sea más hermético o menos hermético, lo importante es que haya poesía y que tú trates y logres descubrirla.

Personalmente no me gusta el hermetismo, si es lo que quieres saber. No me gusta para escribir, no se ajusta a mi respiración, sin embargo disfruto mucho adentrándome en los poetas que lo practican, incluso juego a decir, a mi modo, lo que ellos ocultan tras códigos a veces muy personales. Disfruto mucho ese trabajo de arqueología, de encontrar lo que el poeta ha querido decir. Además es una maravilla cuando el poema se te revela, cuando puedes desentrañar uno de esos códigos. No es porque yo no pueda hacerlo, incluso algún día intenté algún texto y no estuvo mal. Es en un brevísimo poema de El rumbo de los días, es un texto raro, que algún poeta amigo me ha elogiado mucho. Te repito no es lo que me gusta hacer con la palabra, no me interesa, prefiero ir por otro camino.

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Es que cada uno tiene su voz. Y esa es otra cosa importante que debes saber, el poeta debe encontrar su voz, el arte necesita esa individualidad a través de la cual puedes ser reconocido, y puedes aportar tu dosis de creación. Temas nuevos hay pocos, yo creo que ninguno, ¿cuál es el asunto entonces?, el modo personal de abordarlos. Cada creador lo hace de una manera distinta, con sus propias expectativas, con su voz, si es realmente un creador; cada época impone una lectura y una manera de de tratar el mismo asunto. Pensemos en un tema, por ejemplo: la ausencia de un ser querido. Ese es un tema, que como sabemos, viene desde que la literatura es literatura y aún antes.  Puede ser el canto a Teresa de Espronceda, donde el poeta romántico descubre como la naturaleza es el eco de su pena y le reclama que llore también la ausencia de la amada, o puede ser ese texto antológico donde Vallejo habla de la ausencia de su hermano Miguel. Mientras Espronceda se desborda en octavas, lejanas hoy de nuestro gusto, Vallejo se apoya, como argumento para el poema, en el juego del escondido, ese inocente divertimento que todos los niños han practicado. La inocencia del juego carga de mayor dramatismo el asunto del poema. Miguel ha saltado por la ventana una tarde de agosto, al alborear, nos dice, y no aparece. De pronto el poeta le habla, le pide que regrese porque puede inquietarse la madre. En realidad se está hablando de la muerte del hermano, de una ausencia definitiva. Es decir, los temas, los asuntos, son más o menos los mismos siempre. La amistad puede ser entre Patroclo o Aquiles y tiene un tratamiento en la Ilíada pero el poeta de hoy si la aborda ya no podrá repetir lo que Homero nos dice. Insisto, el problema estriba en cómo tú lo abordas. Lo primero, y puedo parecer reiterativo, es que puedas, en ese abordaje, garantizar que se reconozca tu propia voz, es la esencial aspiración de un poeta… o de un pintor o de músico o de cualquier creador. Dejar algo que forme parte de la tradición y que forme parte después de la cultura. Que tú leas un poema y puedas decir, este es Sabines, u Octavio Paz o Nicolás Guillén o Borges o Vallejo. ¿Por qué sabes que esos versos le pertenecen a cada uno? Porque ahí está su respiración, porque ahí está su modo de ver, esa es la voz que los identifica. Para cualquier poeta esa es la aspiración mayor. Desde luego que hay mucha poesía, mucha literatura sin identidad definida, en la que se confunden tiempos, generaciones, voces. Cuando lees a esos poetas te resulta difícil identificarlos, pero ya eso es otra cosa. En el proceso de aprendizaje eso es muy común pero es importante superar esa etapa necesaria. Lamentablemente hay quienes están todo el tiempo buscándose en la voz de los otros. Uno de los peligros que hay que evitar es dejarse llevar por lo que está de moda, por lo que ha “pegado”, eso puede ser fatal para un creador. Te insisto, lo importante es descubrir tu voz, saber cuál es tu propia respiración. No desesperadamente, si eres auténtico sale.


 

Para esperarte cuando llueve y demoras

Está abierta de nuevo la ventana,
es de noche, la lluvia va a empezar,
te busco creyendo que es mañana
y a lo lejos un barco inventa el mar.

La soledad resulta esta ventana,
suerte de soledad de par en par,
porque es de noche y llueve y no es mañana
y a lo lejos un barco inventa el mar.

Puedo pensar que vienes en la lluvia,
tallado el cuerpo en agua, con la rubia
locura de tu pelo contra el viento;

Pero resulta, amor, que no es mañana,
que el horizonte es sólo esta ventana,
que como el barco al mar, también te invento.

Detrás de este poema está mi lectura de Vallejo y de Borges sin duda. El manejo del tiempo y esa voluntad de que la realidad del poema sobrepase o se convierta en otra, aquella que el poeta quiere que sea. El arte, cuando es auténtico, se constituye en otra realidad. En el poema, el poeta tiene la posibilidad  de convertir la realidad no en lo que es sino en lo que debe ser. Vallejo nos habla del traje que vestí mañana y nos dice que su madre le pone el abrigo no porque va a nevar, “sino para que empiece a nevar”. Desde luego que estas maneras de abordar la creación no nació con ellos, con Vallejo y Borges, pero creo que son ejemplos muy significativos, cada uno desde su propia voz. Yo creo que es uno de los grandes misterios de la poesía de ambos, ese manejo del tiempo a voluntad. Es un juego que yo me atrevo a asumir procurando ser yo mismo en cada texto. Moverme en todos los tiempos posible es una constante que se observa en lo que escribo. Para mí, los tiempos toman otro sentido en la poesía, es por ello que voy al pasado, regreso al futuro para tener memoria del porvenir. El barco inventa el mar. ¿Quién puede negar que eso es posible?


Asonancia del tiempo

y sólo contra el mundo levantó en una estaca
su propio corazón el único que tuvo
Juan Gelman

Si ya no estoy cuando resulte todo,
cuando el tiempo en que vivo ya no exista,
cuando otros se pregunten si la vida
es el triunfo del hombre, o es tan solo

un perenne comienzo, un grito sordo,
el rasguño en la piedra, la porfía
inútil del abismo, pues la cima
puede llamarse altura porque hay fondo.

Cuando todo resulte, solo quiero
que alguien recuerde que al fuego puse
mi corazón, el único que tuve,

que yo también fui “hombre de mi tiempo”,
que dudé, que confié, que tuve miedo
y defendí mi sueño cuanto pude.

Es un poema muy duro. Imagínate que para un hombre como yo que en 1959, cuando triunfa la revolución, tenía 16 años y de pronto descubre que la sola razón de existir lo hace poseedor de todos los derechos, que de pronto se cree, al igual que todos los de su generación, que forma parte de los constructores del futuro, y lo éramos realmente; un hombre para quien el pasado era una referencia que había que superar y el presente un trámite; y ese hombre descubre de pronto, treinta años después, que muchos de los paradigmas que lo sostenía se devalúan, se caen  Es muy duro. Los jóvenes de entonces y los que no lo eran, pensábamos en ese futuro donde lo esencial estaría resuelto, donde el mundo sería mejor porque los hombres seríamos mejores. Era nuestra utopía. Yo siento que de algún modo resultó, por lo menos mi esperanza es muy terca y sigo creyendo en que es posible divisar esa Isla, tocar su azul, perseguirlo. Tal vez lo fundamental no es encontrarla sino tener la voluntad y la posibilidad de buscarla.

        Y ocurrió, de pronto, en los años finales de los 80, el mundo ese que se suponía que era sostenedor de esa utopía, de ese futuro que nos iba a tocar y alcanzar, se derrumba como un juego de naipes. Yo, al igual que muchos, me desperté una mañana preguntando, ¿bueno, qué pasó? y la respuesta es ese poema en el que muchos amigos se ven retratados. Más de uno me escribió diciendo: ese poema es mío, lo debí haber escrito yo. Entendía esa actitud, y me resultaba entrañable. La explicación es muy simple, ese texto es de algún modo el testimonio de una generación que creyó en una cosa y que después tuvo que reajustar la mira. Estoy seguro que no voy a estar cuando todo resulte,  el tiempo no me va a alcanzar para ver ese futuro, que no es sólo el de mi país sino el de la humanidad, pero creo en él todavía.

       Tiene una cita de Juan Gelman, que pertenece a un poema extraordinario de este gran poeta. La pregunta es: si ya no estoy cuando resulte todo. Y la respuesta, la que yo me doy, es que sí, que el hombre será capaz de hacer que ese futuro llegue, aunque todos los signos apuntan a que estamos empeñados en volar en pedazos al planeta.

     Fueron tiempos muy difíciles, a mucha gente le afectó la crisis económica, que fue muy dura. Imagínate que en tu casa estás tú, tu mamá, y están, no los seis mil pesos que decía Cordero, sino un poco más de dinero con que se sostiene la familia, ¡y de pronto se va! Y tus papás se quedan sin trabajo y de pronto lo que podía ser el cien por ciento se convierte en un quince por ciento. ¿Cómo sostenerse? Eso fue para el país, no para una familia. El país tenía organizada su vida económica con un vínculo mayor hacia los países socialistas; esto se debía, además de la afinidad ideológica, al enfrentamiento con los gringos. El imperialismo no permitió, ni permite, tener otra vía. La mejor alternativa, casi la única era asumir el comercio con el campo socialista, y Cuba se insertó en él. Eso significó una garantía de intercambio justo, de suministro permanente, y el país mantenía un buen estándar de vida. De pronto todo eso desapareció. Para mucha gente el golpe económico fue muy violento, se pasó hambre. Hay muchos ejemplos de cómo la gente se las ingenió para sobrevivir. Se puso de moda el picadillo de cáscara de plátano, el bistec hecho con corteza de toronja y muchas otras alternativas culinarias. Pero había otra carencia más complicada, generada por la caída de los referentes ideológicos. Esos paradigmas internacionales se van al diablo, desaparecen, y te quedas preguntándote ¿qué pasó?, ¿le aposté al caballo equivocado? Si unes esa crisis económica con una crisis espiritual, te das cuenta de lo difícil que resultó superar esa época. Por suerte para la mayoría de nosotros, y digo la mayoría para ser objetivo, había una reserva ética y una conciencia de que había que resistir. La palabra de orden era esa, resistir. No se cerraron las escuelas, los eventos culturales cambiaron el formato, pero se seguían haciendo. Nadie se explica cómo el país resistió a pesar de sufrir esa merma en la economía y de perder sus referentes externos; desde luego el milagro se debió a la fortaleza interna, no hay duda, y por eso se soportó y se capeó el temporal y aquí estamos todavía. Esas circunstancias generaron mucha literatura, y un modo más reflexivo de acercarnos al arte en general. Yo mismo escribí un libro en ese momento cuyo título es El rasguño en la piedra, una frase de Lezama Lima donde se alude a nuestro paso por la historia. “…podemos ofrecer [nos dice el poeta] el primer método para operar en nuestras circunstancias: el rasguño en la piedra. Pero en esa hendidura, podrá deslizarse, tal vez, el soplo del espíritu, ordenando el posible nacimiento de una nueva modulación”. La cita, si te das cuenta implica un programa. Esa cicatriz sobre la roca contiene la memoria y nos convoca a la resistencia y a la búsqueda de un nuevo rumbo, una nueva modulación. Es un libro que me fue difícil escribir y después me era también difícil volver a leer. Además de este poema que tú citas otros que tratan de atrapar la atmósfera complicada de esos días.

      “Asonancia del tiempo” es como un testamento, es el testimonio espiritual de ese momento  doloroso para todos nosotros, especialmente para los hombres y mujeres de mi generación. No olvides que fue la época en que se empezó a hablar del fin de la historia, el fin de las ideologías, etc. Se derrumbó hasta la esperanza de mucha gente. Yo sentí que era necesario dejar un testamento. No una declaración política sino hablar desde el ser humano. Dudé como todo ser humano, confié como todo ser humano, tuve miedo como cualquier ser humano, pero defendí mi sueño cuanto pude, y lo sigo defendiendo.

       Este no es un poema político, aunque puede definirse como un texto de preocupación social, si alguien necesita calificarlo. Yo no hago poesía propiamente política, o poesía de denuncia; aquí te repetiría lo que ya comenté sobre lo hermético o claro del poema; no se puede excusar la falta de poesía por la utilidad del tema. Por otro lado sí creo en la utilidad de la poesía. La gente siente la necesidad de encontrar su propia voz en la voz del poeta, esa es una función que quieras o no tienes que asumir, no como un mesías, porque no lo eres por supuesto.

Rapsodia

A Eduardo y Lourdes

I
Se supone que ésta sea la rosa de los vientos
y que yo, desde el muelle, vea partir
una goleta azul y en ella una muchacha
que no me dice adiós pero que llora y se deshace.
Frágil es la muchacha y la distancia es un cuchillo negro.
Yo me quedo en la orilla y corro por la costa,
sólo a última hora me doy cuenta que se me va a morir,
que ya no vuelve, y grito y golpeo las olas
y me destrozo el pecho entre los riscos.
Una gaviota, entonces, viene volando contra el viento
y se hace pequeñita y se mete en la herida reciente
que me sangra y son dos corazones cuando vuelvo del mar.

II
Se supone que ésta sea la rosa de los vientos
y que yo, marinero, debo dejar el puerto en que no estás
y espero que aparezcas, mientras el barco lento
se desplaza soñando un horizonte que siempre se le aleja.
Mis ojos son dos puntos clavados en la costa.
No hay un poro del cuerpo que no respire el aire
para encontrar tu aroma.
Nunca sabré que vienes de muy lejos, impalpable, desnuda,
corriendo contra el viento, y volveré la espalda
cuando llegues al mar y el mundo se irá haciendo poco
a poco redondo. Tú agitarás las manos, te volverás pañuelo
o grito agudo y único, pero yo habré sustituido
la imagen de la costa y serás tú, en otro mar,
descubriendo conmigo el vuelo misterioso de un ave
migratoria o el sonido vespertino y lejanísimo
de una vieja campana.

III
Se supone que esta sea la rosa de los vientos,
pero yo no me voy
ni tú te alejas.


El mar al fondo de la calle

A Xavier Eloréaga

Al salir, al trasponer la verja,
tal vez no encuentre a nadie conocido.
Ya no seré sino algo que se agota,
que va de mano en mano,
alimentando la risa de los otros.
Ayer, todavía, tuve palabras nuevas
y el mar estaba ahí mismo,
al fondo de la calle.
Sé que el polvo del sur está en el viento
y espera a que yo salga
para golpearme el rostro,
para herirme los ojos.
¿Con qué pie debo salir al mundo?
¿Qué mano debo entregar primero?
Puedo partir de espalda o de perfil,
el pecho lo perdí
en la última subasta de un siglo que no existe.

La gente dice, ¿cómo se escribe un poema, qué es lo que te provoca hacer un poema? Dice un poeta amigo que para escribir hay que estar en estado de gracia. A veces tú estás en estado de gracia (en ciertas zonas de Cuba significa estar preñada la mujer), estas cargado, pero no encuentras la palabra que  arranque el poema. Entonces sufres, es tremenda la angustia porque no sale la palabra. Hay, sin embargo, otros momentos en donde por el contrario, no estás en situación y no hay nada que pienses o te haga pensar que vas a escribir un poema y sin embargo te llega un sonido, una palabra que alguien dice, un olor en el viento, alguna cosa que te lleva, sin tú proponértelo, a la memoria de otro tiempo y ya no puedes dejar de escribir. Puede ser una frase que lees, una mancha en la portada de un libro, el golpe de la luz sobre la orilla del mar, cualquier detalle termina siendo un detonador. Eso me pasó con “Rapsodia”, ese poema que acabas de citar y que sería bueno que incluyeras.

Estaba leyendo un libro de Eduardo Langagne, que se llama Navegar es preciso. La portada tenía muchos instrumentos de navegación; yo estaba mirando la portada y decía, esto es un astrolabio, esto es un sextante aquello es… y había una manchita, una cosa rara formada evidentemente por una gota de agua en el cartón, y me digo, ¿esto qué puede ser? Se supone que esto sea la rosa de los vientos…. Me gustó la frase y volví a repetirla una y otra vez y empecé a escribir el poema.

Desde luego nade es gratuito. La frase solo sirvió para detonar lo que vino después estaba almacenado en algún sitio de la memoria. Todas esas imágenes, de algún modo estaban esperando su momento para integrarse al texto.

Es  cierto que alguna vez dije que ya había dicho todo lo quería expresar. ¿En qué sentido creo que he escrito todo lo que necesito decir? He hablado mucho del amor, he dialogado con el tiempo, me he acercado a ciertas preocupaciones del ser humano…  incluso si no escribiera más versos, creo que ya he dejado el testimonio de mi paso por aquí, ya dejé mi rasguño en la piedra. De todos modos los tiempos, aunque se repiten, nunca son iguales, hay momentos, circunstancias nuevas sobre las que de pronto te sientes obligado a opinar; y la mejor manera que yo tengo de opinar es con el poema. Tal vez no resultan nuevas, quizá solo repiten de otra manera lo que ya fue dicho pero te sientes en la necesidad de volver sobre la palabra.

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La poesía es como un contagio, como una enfermedad de la que no te puedes librar. Hay momentos en que volver al poema resulta imprescindible. Tal vez ya no con la angustia o la agonía, en el sentido griego de lucha, con que yo escribí un libro como Memoria del porvenir o El rasguño en la piedra, de eso estoy seguro. En aquel momento había una urgencia por hablar, por dejar testimonio de lo que me estaba pasando, de poner en el papel esa experiencia personal. Como ocurre con frecuencia muchos amigos se sintieron reflejados en esos textos y más de uno me dijo tal poema es mío yo debí escribirlo; de algún modo tenían razón, son de ellos. Yo no los escribí pensando en ellos, no se escribe con la experiencia de los otros, pero ocurre que vives en el mismo tiempo, bajo las mismas circunstancias y tu voz asume la de los otros, sin que esa sea tu propósito. Esas cosas que me rompieron el pecho, que me dañaron en todos los sentidos y que yo tenía que decir, ya los dije. Ahora puedo volver sobre ella, si siento la necesidad, pero desde una posición más reflexión, he aprendido a ponerle mordaza a la angustia.

En realidad no he dejado de escribir. Acabo de terminar un libro nuevo que se llama Intimidad de la madera, donde hay algunos poemas escritos aquí en México; de hecho, hay un poema que escribí a propósito de haber hecho un viaje con Elena Poniatowska, a Querétaro.

Yo no la conocía personalmente. Nos tocó ir juntos en ese viaje en auto. No es mi costumbre usar tarjetas de presentación, pero ahora que estoy de diplomático tengo que usarlas y en el camino le di una a doña Elena. Ella la tomó y me dice: “fíjese que me ha hecho usted pensar en lo siguiente: en mi larga vida, ¿cuántas tarjetas me habrán entregado? A veces me quedo mirándolas y no puedo asociar un rostro con cada una, ni siquiera estar segura de la época en que me fue entregada ni en qué ciudad”. Me atrevía a decirle: “Doña Elena, ahí, en lo que acaba de decir hay un poema, es un poema que tiene que escribir”; y ella me dice: “yo nunca lo voy a escribir, escríbalo usted” y me lo dejó de tarea. Al regreso intenté escribirlo pero no funcionó, después, un buen día, recordando un viaje a Grecia del cual nada había escrito, empecé y terminé el texto. También sería bueno que lo incluyeras para los lectores de tu magnífica revista.


Tarjeta de presentación

A Eduardo y Lourdes
Para Elena Poniatowska

Después de tanta geografía
recorrida, de tantos rostros,
de tanto mar y tanto cielo ajeno,
sobre mi mesa se acumulan
decenas de tarjetas de colores diversos,
indiferentes, mudas.
A veces me detengo en los rasgos
de sus notas ocasionales,
desconocidas, mínimas,
y quiero adivinar detrás de cada nombre,
el rostro, el tono de la voz
la ciudad donde me fue entregada
bajo qué lluvia, sobre qué invierno,
pero resulta inútil.

Quién será esta Vanesa Crispi,
este Otilio Cervantes, esta Judith Entenza,
este Phillip James, que reclaman,
desde su caligrafía solidaria,
que no olvide sus caras.

Por más que lo intento no puedo
ponerle rostro a cada nombre;
ni siquiera tengo idea de la época
en que pudimos conocernos,
si acaso fue cierto,
porque tal vez estas tarjetas,
no son más que la confirmación
de un intercambio frío, ceremonial.

Sin embargo estoy seguro,
que esta María, de apellido impronunciable,
tiene que ver con la muchacha griega
de cabellera rojiza y abundante,
que conocí una noche en el Pireo
y nos acompañó en aquella aventura
en busca de la Fuente Castalia.
No puedo asegurar si estuvo
cuando Yannis Ritsos
nos abrió la puerta de su casa
y recitó, para Moreno y para mí,
los versos de Guillén
en su griego impecable.
Todavía conservo la piedra
donde el poeta desterrado dibujó,
siguiendo los caprichos del agua,
el rostro de Apolo. El tiempo
se empeña en borrar cada trazo
a pesar de que mi mujer,
con la devoción de quien protege
una reliquia, guarda la piedra
envuelta en seda
dentro de una breve urna de cartón.

Yannis Ritsos, con su rostro encarnado
y sus manos de ejecutante de arpa,
sigue vivo en mi memoria
aunque no tenga una tarjeta
que revele su nombre.

Fue Atenas y era invierno.

Moreno retrataba las estatuas de Antínoo
y comíamos pulpo en las tabernas.
María Rosa, entrañable y desquiciada,
cantaba un aria desconocida
acompañada de los aullidos
de Ron, su dorado perro Cocker Spaniel.
Los cerros del Penteli
mostraban sus heridas de siglos,
y en la plaza Omonia, la más vieja de la ciudad,
la que fue hermosa en tiempos inmemoriales,
los jóvenes se intercambiaban mariguana,
jeringas infectadas y besos sucios
bajo la indiferencia de la estatua gigante
del corredor de fondo, y la abulia
de los eternos parroquianos del Café-Neón.

Hay una foto en la que conservo
mi sombrero negro, la chaqueta de cuero
y un residuo de fiebre y barba breve.
Estoy parado en la ladera sureste de la ciudad
y a mis espaldas, los restos del teatro
que Herodes Atticus mandó a construir
en honor a su mujer Regilla.

Fue Atenas y era invierno.

Sobre la cresta del Monte Olimpo
una nieve ridícula hacía imposible creer
en la existencia de los dioses.
Era invierno y en el cruce de caminos
donde Edipo dio muerte a su padre,
florecían mugrientas carpas de gitanos.

En la Fuente Castalia no hubo agua.

¿Quién será esta Vanesa Crispi, esta Judith Entenza,
este Otilio Cervantes y este Phillip James de letras góticas?

En ese viaje a Atenas, como digo en el poema conocí a Yannis Ritsos, un gran poeta traductor de Nicolás Guillén al griego. Ritsos fue uno de los condenados por la dictadura griega y vivió varios años desterrado en alguna de las islas de ese páis. Allí recogía piedras y según su morfología iba dibujando en ellas. De todo eso y más hablo en el texto. El poema me sirvió para decir varias cosas que estaban esperando su palabra. Así pasa siempre con la poesía.