“Un maravilloso despliegue de genio y talento” dijo Art Insider. “Un brillante homenaje a los genios del minimalismo” escribieron en Letras Libres. “Habitaciones llenas de asombro” se leía en la Portada de El Universal. “¿Cuál cuarto vacío de Zona MACO serías?” publicó BuzzFeed. Ellos fueron los más acertados.

La edición de Zona MACO 2020 consistió de 3,000 metros cuadrados de espacio vacío. Más de 500 stands completamente pelones, excepto por uno, sin nada dentro más que la mesita para el curador y la terminal de la tarjeta de crédito.

Esta obra se ganó el Premio de Adquisición ARTZ Pedregal

En conferencia de prensa, una sonriente muchacha de Relaciones Públicas explicó que este año, la temática de la feria sería “La Nada”. Una de las razones que le leyó a los medios fue “para demostrarle al público que dentro del arte contemporáneo también cabe el sentido del humor”.

Nadie se rió.

La feria se inauguró para una larga fila de reporteros, influencers, coleccionistas y curiosos que se asomaban a la entrada del salón de exhibiciones, a ver cuál esquina estaba más blanca.

Una mujer muy importante de la que nadie había escuchado, se paró frente a la multitud para darles la bienvenida. Agradeció la presencia de todos y explicó que en unos minutos se abrirían las puertas de la feria. 

Con el tono de un secretario de economía que anuncia logros financieros, la señora señalaba al gran salón vacío mientras explicaba que ese año habían roto un record de stands comprados y además habían abierto un nuevo pabellón internacional, con artistas que exponían por primera vez en México. “Me enorgullece presentarles una feria tan diversa.”

¡Qué emoción! ¡Estábamos por ver cuartos vacíos de todo el mundo!

Esta pieza de Corea me encantó.

Los influencers se fueron al cuarto de espejos de Anish Kapoor, los coleccionistas al bar y los reporteros a correr de stand en stand, a tomarle fotos a toda la feria porque los más holgados tenían un par de horas para volver a la redacción.

La curiosidad me mataba, así que me quedé al recorrido.

En la entrada estaban los stands de editoriales y revistas. Para alinearse con la temática de la feria, Letras Libres publicó una edición especial con portada de Robert Ryman y con todas sus páginas en blanco. Uno de sus mejores números.

Enfrente estaban los patrocinadores. Perrier había pintado su logo en pintura blanca brillante sobre una pared blanca mate. Regalaban su agua mineral a gente que nunca la compra, en unas botellitas transparentes.

VMW le pagó medio millón de dólares a un artista por pintar un auto completamente de blanco, hasta las llantas y ventanas. Un viejo empresario cínico se enteró de la cifra y exclamó “¡Qué tomadura de pelo!”, pero luego les compró un carro.

Tequila 1800 llevó su misma vitrina de botellas viejas que todavía no se les acababa de vender.

No encontré la foto. Eran otras más feas que estas.

Después de las marcas, estaban las galerías. Todos los stands se parecían tanto que tuvieron que hacer los letreros más grandes.

La primera pieza en mi camino era “Catedral” de Grabiel Orozco. El tuitero, no lo vayan a confundir con el gran artista. Tuve que quitarme los zapatos mugrosos antes de entrar al stand de Kurimanzurco donde se exhibía.

Orozco había leído que el huachicol y el narco tenían asolado al municipio poblano de Amozoc, donde la sociedad civil comenzaba a fragmentarse frente a la indiferencia y la corrupción de las autoridades. Los mercados estaban vacíos porque ya a nadie le alcanzaba para pagar piso y los últimos dos valientes que se negaron, fueron encontrados en cachitos dentro de sus propios locales. Frente al colapso de la economía local, más y más gente empezó a dedicarse a la actividad por la que es famoso el pueblo: las figuritas religiosas de yeso. Pero cómo es la mano invisible de la economía, que ante el aumento de la oferta y la disminución de los creyentes, para cuando Orozco llegó al pueblo, cada estatuilla costaba un peso. El artista se compró tantas como cupieron en su Suburban para llevarlas a su estudio, conde las pulverizó y las convirtió en los adoquines de yeso con los que estaban cubierto el piso y las paredes del stand.

La hojita que acompañaba a la obra conmovió tanto al alcalde de Chimalhuacán, que la compró de su propio bolsillo para donarla al municipio. Ahora esos adoquines se exhiben frente al palacio municipal, donde la gente pasa y piensa “al menos no es otro Guerrero Chimalli.”

Le hubieran construido un amigo.

Adelantito me encontré un performance de un artista becado por el FONCA. Se llamaba “Filosofía.” En el stand no había más que gente parada que miraba a su celular, porque el performance no ocurría ahí, pero cuando entrabas, una notificación automática te invitaba a ver un stream en vivo del artista jugando FIFA en su casa.

“¿Y cuál era el performance?” Me pregunté. “La vida misma” me respondió la hojita fotocopiada que acompañaba a este cuarto vacío. “Hoy los filósofos son artistas de la razón, pero en la antigüedad eran artistas de la vida. Por medio de esta deconstrucción de las formas tradicionajcksdflas sadfkjsdfkjl dsf kjsdfkjhsdfk jsdfsekljh bla bla bla”. Un coleccionista de Nueva York le compró el certificado de la obra en veinte mil dólares. Pinche genio.

Innumerables cuadros blancos llenaban innumerable paredes, todas iguales, excepto por su justificación. La más ingeniosa tenía un palo de madera debajo y parecía una paleta.

¿Quihubo? Esta sí existe.

Cuartos bien iluminados exhibían luces blancas de neón para que la gente se tomara selfies muy oscuras.

Carlos Amolares llevó una pieza llamada “Logros del sexenio” y, fíjate, qué jocoso, era otro cuarto vacío. Creo que se lo compró un amigo del presidente, director de una constructora.

“This Exhibition Has Been Cancelled”, de la artista holandesa Mari Mul se exhibía en la misma galería que la pieza “Todas mis ideas originales”, de algún tipo cuyo nombre no vale la pena recordar.

Un curador y artista, autoproclamado “entusiasta de la nada” se paró al centro de este cuarto vacío presentando su propia creación, a la que llamaba “Sincretismo” y consistía en “el mero acto de hacer que dos obras conceptualmente opuestas ocuparan el mismo espacio.”

Por ahí andaba Avelina Lesper, casi le explotaba la cabeza. Incomodaba a extraños con obviedades, pero ahora sus corajes se veían más conceptuales, porque señalaba a la nada mientras gritaba frente a una cámara “Esto no es arte”.

Un chavo quiso recitar un poema mientras otro detrás de él hacía beat box. Los gorilas de seguridad los corrieron mientras unas señoras copetudas se quedaron diciendo “¿Pues es que cómo vienen a hacer su escándalo? Aquí no es el lugar.”

Miles y miles de obras existían en ese gran salón vacío, la mitad no tenían nombre.

La feria reportó récord de ventas, porque nadie tenía que cargar nada. Aunque al pabellón de diseño le fue muy mal, porque piezas como “la silla imaginaria” no tenían mucha función o forma que digamos.

Además es muy incómoda.

Sólo un stand exhibió algo chido, la pieza se llamaba RGB. La verdad sólo fui a ese circo a robarme esa pieza.

Fue fácil encontrarla porque era el único stand que no estaba vacío y la gente sólo se acercaba a tomarse selfies. Era el stand más barato porque Aleph, el artista, lo había pagado de su propio bolsillo.

Pinche genio alienígena, adelantado a su tiempo, no lo merecíamos. Cuando se dio cuenta, dos años más tarde, él mismo se retiró de este mundo.

A simple vista, su pieza era sólo una torre de cables y tubos conectados a una pantalla donde proyectaba ruido de colores. Algún payaso se acercó a tomarle fotos y, cuando Aleph trató de explicarle, él respondió “no gracias, es para mi post de Lo Peor de Zona Maco.”

Pero este horrible armatoste era sólo un mecanismo de enfriamiento para el pequeño chip en el centro: una computadora cuántica que el mismo Aleph había construído.

En la televisión se proyectaban todas la imágenes. ¿Del mundo? ¿Del universo?

TODAS.

Cada pixel de la pantalla tenía cuatro estados posibles: rojo, azul, verde o apagado. La combinación precisa de estos estados en los millones de pixeles de esta pantalla de retina es lo que produce imágenes. Con un número limitado de pixeles y sólo cuatro estados para cada uno, las imágenes posibles eran millones, pero limitadas.

Si le pidieras a una computadora normal generar todos los estados posibles para esta pantalla, podrías esperarte a la muerte térmica del universo y aún no habría acabado. Por eso Aleph tuvo que construir su propia computadora cuántica.

Una computadora normal utiliza bits, que pueden tomar el valor de uno o cero en una secuencia específica para darle vida a los infinitos milagros con los que nos recibió el siglo XXI. Una computadora cuántica usa cúbits, que pueden asumir el valor de uno, o cero, o los dos al mismo tiempo. Funciones secuenciales, en la computadora de Aleph, ocurrían simultáneamente.

Aleph escribió un algoritmo que generó TODAS las imágenes, por fuerza bruta, al mismo tiempo.

La pantalla sólo nos mostraba una imagen aleatoria por segundo, pero todas estaban ahí. La inmensa mayoría eran sólo ruido de colores, porque es una condición del universo que la entropía siempre prevalecerá sobre la complejidad, pero todas las imágenes que reconoces y amas, así como las que odias y hasta las que no conoces, fueron generadas automáticamente en el segundo que Aleph le picó al Enter: Ahí nacieron la Mona Lisa y las obras perdidas de Da Vinci, la Vía Láctea desde cada ángulo, tu rostro y el mío. Todas las páginas de todos los libros en todos los idiomas, unos ilustrados por el hombre y otros por el puro azar. Lo que estás viendo ahora mismo, mientras lees este texto, así como una imagen tuya, con la espalda a la cámara, leyendo este texto pero con el pelo azul.

Todas las imágenes.

TODAS

Si es reproducible en una pantalla de alta definición, ahí está. Sólo hay que esperar a que salga.

Durante horas me senté frente a esa pantalla, a observar el ruido, a esperar las breves y diminutas victorias de la complejidad, esos segundos en los que, entre el caos, se reconocía un símbolo, o algo así como una carita. En un par de ocasiones, casi toda la pantalla se cubrió con varios tonos de azul. En otra creí ver algo así como una silla. Una imagen que nos sorprendió a ambos ocurrió cuando toda la pantalla se puso negra, excepto por una cruz blanca al centro. Aleph y yo dijimos “wow” al mismo tiempo y nos miramos.

Le dije “es el futuro” y él me respondió, con una sonrisa que no le cabía en el rostro “es todo.”

Pero minutos más tarde ocurrió la primera imagen nítida que esa máquina le mostró a la humanidad. Sólo la vimos un segundo, pero era muy clara: Aleph, en un cuarto de paredes amarillas, se metía en la boca el cañón de una pistola. Incluso traía la misma playera que en la vida real. Sólo tenía el pelo un poco más corto.

Un segundo más tarde volvió el ruido.

Quise decirle algo pero él no dejaba de ver a la pantalla. ¿Y qué se dice en situaciones como esa?

Le toqué el hombro y él dio un brinco, me miró con terror en los ojos y se echó a correr. Nadie volvió a verlo en dos años, hasta que se lanzó de la azotea de su edificio para recuperar el control de su vida.

En aquel entonces yo aún creía que existen cosas más importantes que el arte, por eso quería robarme la computadora. Me parecía un desperdicio utilizar todo ese poder para entretener a un montón de esnobs.

Esa noche me escondí en el baño hasta que se fuera el personal de limpieza. Cuando ya no escuché ruidos afuera, salí.

Con las luces apagadas, la pantalla iluminaba el salón entero con un parpadeante resplandor color cosmic latte. Ahí seguía la computadora de Aleph, hablándole de todo a la nada.

Creí que estaba solo, pero frente a la pantalla conocí a mi némesis.

Su figura alta y delgada apareció de pronto entre la oscuridad. Me bastó con verla a los ojos para saber que ella también venía por la computadora. No sé para qué causa estúpida la necesitaba, pero la mía era más importante. No podía permitirlo.

La adrenalina llevó mi mano a la navaja que traía en el pantalón. Ella también se sacó algo del bolsillo, pero antes de que necesitara defenderme, la pantalla se puso blanca.

Entre la luz, una sombra le dio forma a un rostro.

Abrió los ojos y nos miró, primero a ella y luego a mí. No escuchamos nada pero clarito leí en sus labios cómo dijo en español “¿Tanto pedo para esto?” y desapareció.

Ambos tiramos nuestras armas, la miré y me miró. Los dos entendimos. Ella supo por sus medios y yo me enteré por los míos de que acabábamos de ver a Dios.

Con todo y todo, la feria estuvo mejor que en 2018.