Un texto de Edna Victoria Montaño Gálvez sobre el colectivo Las Panas

La comida siempre ha sido parte de mi rutina, no sólo por comerla y que vida dependa de ella, sino porque desde niña he pasado horas en la cocina: hice postres en mi adolescencia para vender en la calle y completar los gastos de la escuela o comprarme mis discos piratas en el tianguis; también porque he pasado días acompañando, siendo asistente y aprendiz de mi mamá, tanto que estoy segura estoy por obtener un doctorado en al menos

  • Cocinar con y sin presupuesto,
  • armar una despensa, provisiones y conservas dependiendo la temporada,
  • hacer que lo preparado para 4 personas rinda para 10 en menos de 20 minutos y sobre para el itacate,
  • adaptar el menú si hay una persona con cruda, diabetes, problemas cardíacos o diarrea,
  • cómo dar y generar abundancia sin desperdiciar, etc…

Estuve molesta durante años por lo injusto que es que mi mamá y yo seamos las primeras en entrar a la cocina y las últimas en salir, porque no entendía todo el conocimiento que me estaba transmitiendo. Mientras platicamos de mis dilemas de inmadurez, me daba lecciones de vida o contaba sobre su historia, la de mis tías y abuelos, nos repartimos las actividades entre planear, comprar, cocinar, licuar, picar, sazonar, lavar, limpiar, servir, guardar, conservar y dejar todo lo más ordenado posible; era eso alimentar y curar a más de cuatro bocas, cuerpos y almas diario, tres veces al día.

Ante toda la variedad de alimentos que hay y más aquí en México, en mi casa el pan es todo un ritual familiar, desde niña ir a la panadería del barrio justo a la hora en que el camino huele porque está recién saliendo del horno, platicar con las señoras que te atienden y comer el pan calientito de regreso a casa fue una alegría que compartí con mi papá cuando él terminaba de trabajar en el negocio de tacos y tortas, donde crecí (después de la escuela ahí llegaba a jugar, hacer la tarea, ir por el mandado, repartir pedidos y ser mesera, lo extraño).

Estar para mi en la cocina fue y ahora es un proceso que se ha resignificado. Ahora, si estoy contenta, triste, dispersa, enojada, con hambre o sed, cansada o vibrante hay motivos para que música, una serie o película me acompañen mientras me pongo a cocinar, hacer fermentos, conservas, mezclas para infusiones, pan, aguas, postres o cosmética natural para cuidarme y compartir.

Estar en la cocina puedo decir que es algo que no elegí (como casi todas) y que nunca pensé que a mis 25 años yo decidiría hacer pan con otras mujeres.

En los espacios de talleres, intercambio y hornos abiertos de Las Panas pude sanar heridas, superar miedos, además de sumarme a una red de mujeres que me dan fuerza y acompañan hasta hoy.

Su metodología feminista parte de la escucha que se genera al estar preparando los ingredientes y procesos para hacer recetas guiadas por una panadera que pone sobre la mesa su conocimiento técnico, manual, secretos y experiencias de vida en un espacio de confianza históricamente de nosotras, integrando actividades para mezclar reflexiones y cercanía sorora en lo individual y como comunidad, que el calor del horno acompaña para terminar probando piezas-pedazos de pan que se trabajaron durante las 4 o 5 horas de una sesión de taller.

Las Panas es un proyecto-empresa social feminista que llevan Rosalía, Alicia, Daira, Karla y Mafer quienes retoman la cocina como un espacio de encuentro y aprendizaje entre mujeres, un lugar cálido, seguro que abre posibilidades a:

  • Formación en panadería a mujeres que no tienen acceso a ella
    y puede ser una fuente de tener ingresos,
  • Intercambio de herramientas de fortalecimiento emocional,
    seguimiento terapéutico,
  • Acompañamiento y vínculos para mujeres en situaciones
    de violencia de género.

Las Panas está en rumbo a ser sostenible, sus ingresos son a través de:

  • Venta semanal de pan, salado y dulce,
  • catering a reuniones o eventos de empresas/organizaciones
  • talleres de panadería a mujeres que los puedan pagar y con su aportación, dan la posibilidad a otras mujeres que los reciben de manera gratuita,
  • capacitaciones sobre equidad, violencias de género a empresas e instituciones.

Ahora la desigualdad y las violencias de género son más visibles, pero lamentablemente no es suficiente para que siga sin haber mujeres e infancias afectadas; por ello, además de que ya existan políticas públicas, son necesarios proyectos que se acerquen a la realidad de las mujeres sin ser asistencialistas y tengan un compromiso más allá de fines estadísticos, de imagen o partidistas.

Puedo 4 años después de que las conocí decir que el taller que tomé me hizo tomar fuerza para continuar mis procesos personales y profesionales que los miedos y la presión social han frenado.

Aprendí a escuchar y acompañar a mujeres de diferentes edades y contextos, también sé hacer pan de caja, roles de canela, trenzas de chocolate, hojaldre, tartas y pizza…

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