Los preceptos históricos que giran entorno a la muerte siempre han sido variados pero conservan un factor en común, la incertidumbre. Innumerables han sido las concepciones y los intentos por explicar el hecho último de la vida, pero algo es seguro, sólo para los humanos es difícil morir, aunque existen excepciones, personas para las que el vivir es el verdadero reto.
Paracelso decía que quien se suicida de desesperación está inspirado por el diablo. Será que esta frustración de vivir, la responsabilidad que conlleva el saber que al final, todo lo que se trabajo carece de un sentido colectivo, sea el causante de llevarse a muchos de los autores creadores de obras que nos inspiran a diario.
Métodos como el utilizado por el autor Yukio Mishima, dejan muchas especulaciones sobre su muerte. El japonés terminó con su vida mediante el suicidio ritual del ‘seppuku’, que consiste en el auto desentrañamiento del vientre. Dejó un variado legado literario, en el cual resalta su especulada homosexualidad.
El galardonado por la Academia Sueca y por el premio Pulitzer, Ernest Hemingway, vivió bajo la sombra de las guerras y sus múltiples matrimonios fallidos. Decidió colocarse una bala con una escopeta en el año 1961, al parecer la nostalgia y la melancolía fueron capaces de opacar su dicha, envidiada por muchos.
Parece broma la muerte de John Kennedy Toole, también ganador del premio Pulitzer por ‘La conjura de los necios’ que fue publicada después de su muerte tras la insistencia de su madre. Las razones que lo llevaron a colocar un extremo de una manguera de jardín en el tubo de escape de su coche y el otro en la ventanilla del conductor para provocar su muerte fueron las negativas obtenidas al intentar publicar su novela.
Sylvia Plath y Anne Sexton cultivaron la poesía confesional. Además de compartir su talento literario parece ser que ambas fueron inspiradas por el diablo. Sylvia Plath decidió asfixiarse con gas doméstico en 1963, un año después de separarse de su esposo Ted Hughes, también escritor. Uno de los hijos de la escritora decidió seguir su camino y también recurrió al suicidio en el 2009. Su amiga Anne Sexton, ya había intentado suicidarse tras sufrir a los 26 años depresion post parto. En 1974 se encerró con su automóvil en el garage, el diagnóstico: suicidio por intoxicación de monóxido de carbono.
El poeta John Berryman, también perteneciente a la poesía confesional estadounidense y del premio Pulitzer, escribió ‘in a modesty of death I join my father’, frase que se carga de emociones si recordamos que el autor tuvo la pena de encontrar a los 10 años el cadáver de su padre, un banquero de Florida que decidió colgarse. Berryman ilustra sus poemas con la imagen del suicidio de su padre, era alcohólico y decidió seguir los pasos de su padre, provocó su muerte lanzándose del puente de la Avenida Washington en Minneapolis, Minnesota. Virginia Woolf utilizó la misma técnica, la feminista inglesa añadió un toque personal antes de lanzarse por el río Ouse: lleno su abrigo con piedras.
Jerzy Kosinski aseguro en 1979 no tener tendencias suicidas, doce años más tarde, el autor de origen polaco ingirió una dosis mortal de barbitúricos. “Me he ido a dormir por un rato mayor de lo habitual. Llamad Eternidad a ese rato”, fue su nota suicida.
El autor de ‘Fear and loathing in Las Vegas’, novela surrealista sobre el sueño americano y considerada una obra de culto; Hunter S. Thompson, también nos dejó unas últimas palabras antes de dispararse en el 2005, a diferencia de la nota dejada por Kosinski, la nota de Thompson congela la sangre: “No más juegos. No más bombas. No más caminatas. No más diversión. No más nado. 67. Eso es 17 más que 50. 17 más de lo que necesitaba o quería. Aburrido… Esto no dolerá”.
Karin Boye, novelista y poeta sueca; tuvo una relación con Gunnel Bergström, esposa del poeta Gunnar Ekelöf tras la ruptura de su matrimonio en 1932. A sus 40 años, abandonó su casa para perderse en una montaña, su cuerpo fue encontrado desplomado en una roca por un granjero.
El romántico alemán Heinrich Von Kleist, tuvo que esperar un siglo para ser reconocido por su obra. Se disparó en la sien a los 34 años, no sin antes consagrar su amor con Adolfin Vogel, quien sufría cáncer terminal y a quien dedicó una bala para terminar con su sufrimiento.
El mal de amores llevó a los también romántico Manuel Acuña y Mariano José de Larra a finalizar con sus vidas. El coahuilense Acuña consumió cianuro a los 24 años al no ser correspondido su amor por Rosario de la Peña. El español Larra lo hizo a los 27 años de un pistolazo.
Amores y desamores, éxito y desdicha; parece ser que los trastornos que rodearon a estos autores tienen todo y nada en común. El consumo de bebidas alcohólicas, de drogas y psicotrópicos, las emociones desbocadas y la falta de sentido son los tormentos que acechaban sus vidas. La única certeza es que, lo que para muchos es un miedo, fue la mayor dicha de estos autores que se dejaron ser inspirados por el diablo.