Fallida Razón Áurea

El fútbol es un fenómeno social que raya en instrumento de alienación.Hay hombres atolondrados por este deporte y mujeres enajenadas con los productos que les prometen una belleza inmarcesible. El fútbol es una mercancía global que produce más que la propia música Pop. La FIFA tiene más países afiliados que la ONU. Quién sabe de qué tamaño será el terreno que todos los campos de fútbol ocupan en el mundo.

Hace tiempo, una de las refresqueras más poderosas del mundo lanzó una campaña en la que el sustantivo “fútbol” precedía al imperativo de “comer” y “soñar”: sueña fútbol, come fútbol, decían. Es decir, no hagas nada más que pensar en fútbol, una especie de existencia en modo fútbol. Un mantra. Pienso en fútbol, luego existo.

Esto implica, en la vorágine de nuestro tiempo, tener canales de pago en los que las 24 horas del día hay previos al partido; partidos atiborrados de publicidad y análisis de los partidos llenos de anuncios. En nuestro mundo se privilegia la sobrexposición, y el fútbol pornográfico nos ha relatado hasta los casos de corrupción de la FIFA. El propio cuerpo del futbolista se ha convertido en mercancía.

Se calcula que 2500 millones de personas vieron la final del fútbol del mundial pasado. El fútbol también es una vidriera con letreros de lucecitas como las playeras de los equipos de la Liga MX. Incluso el reducto más auténtico del fútbol ha sido trastocado o prostituido, como quieran llamarle. La calle como grama de los sueños es ahora el terreno del Jogo bonito que es una suerte de ludí circense que consiste en hacer malabares con un balón con el fin de humillar al adversario.

Sin embargo, el fútbol es, además, un ritual sagrado, tiene una función en la sociedad que trasciende el negocio, aunque no lo parezca. Transmite una serie de valores reflejados en la sociedad, parecería que solamente posee un valor terapéutico, pero no es así. El fútbol es demasiado humano. Si uno se deja llevar en un partido de fútbol, es arrastrado hasta soltar todo como en el origen del teatro helénico. Un juego de fútbol parece una representación escénica en la que se desconoce el final. La selección mexicana, por ejemplo, parece una metáfora verde de la historia de derrota de nuestro país. Y al menos cuando juega la selección, ya sabemos el final.

El fútbol es un cerdo del que se aprovecha todo, desde la trompa hasta la cola. La catarsis es la nana de ese fútbol hecho carnitas. Igual es la excesiva comercialización del sueño pueril que se alimenta de las hazañas de los héroes de las canchas. Dice Etgar Keret que cuando el equipo del que uno es hincha gana, es como si se nos concediese un deseo. El gol es el catalizador de una purificación espiritual.