Cómo quisiera ser guardia para nada más existir 

Montacarguista anónimo

Es sólo una experiencia vital, me repito mientras transcurren algunos segundos de las 12 horas que debo pasar en el módulo de una maquila en Ciudad Juárez, tierra de subcontratación. Este trabajo es propicio para crear secuencias líricas que no puedo consignar más que en un silbido barrunto. Me he descubierto silbando la marcha de Zacatecas o la Marsellesa. De ahí que, a veces, me asaltan pensamientos disparatados de creer que soy un pájaro atrapado en el cuerpo de un guardia de seguridad de 45 años. El vaivén de mis pensamientos me lleva de un arrebato lírico a la indignación de experimentar una situación laboral cercana a la esclavitud. Los cadáveres de las palabras en las fosas comunes del ruido que hace en la maquila. Adiós budeidad. Soy un infiltrado, me repito.

Las botas industriales con casquillo me han convertido en una suerte de judío errante. El fantasma del nearshoring atraviesa el ombligo de la Luna como un feliz y patético espectro shakespereano. En mi adolescencia, transcurrida en la biblioteca del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM en tierras de chintolos tepanecas, siempre llevaba botas de trabajo y una playera con estampado del subcomandante Marcos. Llevaba botas porque, a los 16 años, las consideraba un símbolo de apoyo a la clase obrera. Mis padres eran obreros. A Benito Juárez también le dolían los pies por usar botas cuando esta tierra se llamaba Paso del Norte y escribía sentidas cartas a su esposa Margarita.

Ciudad Juárez es considerada tierra de oportunidades y trabajo. La maquila es la materialización temblorosa de lo que llamamos industria. El mundo para el que la escuela prepara la gente. La maquila es una máquina perfecta en la que máquinas y personas arman cajas; aprietan botones y tornillos; transportan cajas de tráiler; crean circuitos miniatura y se acaban los ojos revisando desperfectos en la hechura; manejan montacargas; revisan formatos y viven. La maquila brinda a los trabajadores una estabilidad artificial que no está exenta de acoso y coacción laboral. Uno no puede tener como misión en la vida producir bienes para el mercado estadounidense.

Las prácticas laborales no llegan al cinismo, son útiles y hay que mirarlas desde cerca y como los poetas y los guardias de seguridad comparten en esencia una acción en el oficio: mirar. Yo miro y no quepo en incredulidad. Las prácticas laborales en la maquila son de una hipocresía displicente con la que se aliena a los trabajadores. La industria es como es porque te quiere y quiere para ti la buena vida. No existe, en su orden, espacio para la disidencia, no hay sindicatos de maquileros, guardias de seguridad o traileros. Lo que sí hay son recursos humanos que hacen el trabajo del acólito del diablo y que arrastran a los trabajadores a una dimensión cuasi racional y flagrantemente de manipulación emocional. Los recursos humanos son alienantes, proveen a los trabajadores de anestesia y los sumergen en una somnolencia laboral muy plácida y complaciente. Los recursos humanos se las arreglan incluso para inhibir en los trabajadores la queja. Regalan dulces los fines de semana y cobertores para el frío. Buen trabajo han hecho los psicólogos industriales, han cumplido a cabalidad con una agenda corporativa de explotación sutil. El ejercicio de la violencia laboral de parte de encargados, supervisores y gerentes funciona como mecanismo de purificación neurótica personal. Los recursos humanos orientan con indicaciones emocionales a los maquilocos. Para liberar de las emociones el maquiloco puede bailar, llorar, hablar, escribir, dibujar, cocinar, meditar, hacer ejercicio o conectarse con la naturaleza. 

La empresa, sumidero de explotación, en la que trabajo me paga 50 pesos la hora. Trabajo 6 horas a la semana. Debo trabajar cinco días a la semana para recibir 3000 pesos. Hay quienes tienen en más alta estima el trabajo que yo y trabajan los siete días de la semana porque Ciudad Juárez es tierra de trabajo y oportunidades. Por lo tanto trabajan 84 horas a la semana y reciben 4200 pesos. La empresa para la que trabajo cobra en dólares a la maquila, toma para sí más de la mitad y hace religiosamente el pago semanal que genera una impresión de prosperidad ilusoria. Estas empresas son la apoteosis del outsoursing. En tanto, el gobierno de la heroica ciudad Juárez anuncia la adecuación y mejoramiento de un distribuidor vial. Se abrirán más maquilas. Pian pianito. Habrá más trabajo. Más oportunidades. Más desarrollo. Más riqueza. Más explotación. Patatín patatán. Explotación pura y dura. En Ciudad Juárez levantas una piedra y aparece una maquiladora. Los maquilocos, como llaman despectivamente a quienes se dedican a esta vida alienada, se establecen o cambian de trabajo a su antojo. La gran mayoría son jóvenes veinteañeros. Los jóvenes aupados por las maquilas, los jóvenes maquilocos a los que les pagan 2300 pesos a la semana. Sí, 2300 pesos más fondo de ahorro y seguro social. Además de un par de comidas al día y transporte. Sin embargo, también pueden comprar comida que la empresa que brinda el servicio de comedor ofrece y rompe con el aburrido menú. Los almacenistas reciben 700 pesos por 16 horas de trabajo, aunque legalmente su jornada es de menos horas, son obligados a tomar el tiempo extra que se les ofrece. Sin embargo, el trabajador de la maquila firma un acuerdo con el que, de no tener trabajo un día, se va a su casa, pero solamente recibe la mitad de su sueldo. No tiene alternativa, se tiene que ir a su casa. A ese documento se le llama convenio. Para poder firmar el contrato el trabajador debe aceptarlo. La maquila no difiere del matadero, es una obscena estafa pues ejerce sobre los empleados un resentido estado de agradecimiento. Los maquilocos se saben explotados, pero también saben que no pueden hacer nada. La experiencia se reduce al traslado cotidiano en una ruta que hace una hora y media de la casa a la maquila. Desayuno a las siete de la mañana y comida al mediodía. Salida a las tres y media de la tarde. 

He trabajado el otoño entero, pero tengo la impresión de que han pasado 33 años. Pienso en los psicólogos y orientadores escolares que hacen el trabajo que en la maquila realizan los recursos humanos. Alguien debe contener la posibilidad de exigir mejores condiciones de trabajo. Caer en la maquila es dejar de ser persona para convertirse en tornillo, se aprovechan de quienes han encontrado que el sentido de su vida es reducir los costos de producción a la empresa. Me siento como en una jodida canción de Radiohead. Fitter happier.

More productive. Silbo, luego existo.

Balada del guardia de seguridad de Honeyland

Silbar el poema

Inicio del recorrido

Caseta 1

Tengo la impresión de estar conectado a un Dios autómata al que no le dan cosquillas.

Medidores de gas

Hay un vaivén violento que hace caer al caos en un orden nervioso.

Exterior de oficinas, bajo el letrero

Del scrap amniótico surge un horario bicéfalo que nos regurgita y deglute cada doce horas.

Caseta 2

La indiferencia budista nos ilumina como antifotones. Estamos, pero tampoco estamos.

Yarda lado izquierdo

Un rizoma mecánico borda sinapsis ficticias, nada respira en realidad.

Yarda lado derecho

710, ¿me copias?

Cuarto de bombas

La radio de mi cabeza repite las mismas palabras cifradas.

Almacén de residuos peligrosos

Hay un Aleph dentro de un Aleph dentro de un Aleph dentro.

Esquina lado poniente

Escribo en la bitácora de novedades y consigna mis impresiones sobre el movimiento.

Escalera marina poniente

710 ¿me copias?

Puerta de emergencia # 7, exterior

Busco pistas, soy un detective silvestre que no encuentra nada. Soy la ama de llaves.

Almacenes de químicos y gases

Camino en círculos.

Exterior de subestación eléctrica # 1

El borde de la ficción me saca la lengua de mentiras, la vida secreta de la poesía.

Exterior de cafetería

710 ¿me copias?

Pared enfrente de la cafetería

Escribo en la bitácora de novedades y consigna mis impresiones sobre el tiempo.

Área de protocolo

Bach caminó cuatrocientos kilómetros para escuchar a Buxtehude.

Cuarto de limpieza

Bach era el supraBuxtehude como Pessoa era el supraCamões.

Interior subestación eléctrica # 1

Kendrick Lamar camino cuatrocientos kilómetros para escuchar a Lee Morgan.

Rampas 5 y 6 oriente

Pero Lee Morgan ya estaba muerto.

Interior puerta de emergencia 5

Lee Morgan tocaba en el club nocturno Slug’s cuando Helen Moore entró con un revólver calibre 32.

Columna 16

A Bach nunca nadie le disparó. A Pessoa nunca nadie le disparó. A Buxtehude nunca nadie le disparó. A Camões nunca nadie le disparó.

Área SMD

Los sentimientos del dios de estos versos son un manicomio en el que me interné.

Baños oficinas

De las tripas mojadas del tedio y la meditación forzada surge un silbido.

Columna 17

Los guardias en su trajín silban, no saben por qué, un día se descubren silbando como pájaros de la angustia existencial.

Puerta de emergencia 7

710 ¿Me copias?

Exterior de cuarto de humo

De mi boca surge el silbido, soy el disidente del universo.

Rampa 15 poniente

Esta es mi cantiga durante un recorrido en la maquila Honeywell.

Interior subestación eléctrica 2

Nada copia al silencio. Nada copia la nada.

Cuarto de sistemas

710 ¿Copias mi silbido de zorzal?

Fin del recorrido.