Ya sé, otro estúpido texto de política, como si supiéramos un carajo, pero es que el mundo está de cabeza. Pasó algo muy interesante:
En teoría, dijo Homero (Simpson), el fútbol es un deporte que vemos los domingos para pasar un buen rato con la gente que queremos y la política es un baile de burócratas que sólo nos interesa cuando es tiempo de elecciones. En las plazas se hacen mítines y en las canchas se juegan partidos, pero cuando AMLO pidió el Zócalo, le dijeron que no se podía, porque iban a poner pantallas para transmitir el Mundial. Todo por eso, dijo la ironía, el cierre de campaña se hará en el Estadio Azteca.
Con fútbol en las plazas y política en las canchas, me surgen dos preguntas:
¿Por qué el entretenimiento se ha transformado en política?
Mancera fue elegido como jefe de gobierno por la izquierda y él le entregó la ciudad a los empresarios. No vendió a su madre porque no cotiza en la bolsa, pero las multas, el espacio público, el ordenamiento urbano y todo aquello que afecta a la gran mayoría, acabó en las manos de la rapaz minoría.
Por eso les va como les va. El PRD de Mancera perderá la ciudad que ganó Cárdenas hace 21 años. Hoy su partido es un junior que se gastó la herencia de sus padres en clases para ser DJ y ahora anda por los parques buscando una banca donde pasar la noche.
Lo último que necesita el PRD es un evento masivo de MORENA en el Zócalo. Para su suerte, ellos aún controlan la ciudad. Un partido de fútbol en el Zócalo no es un brillante movimiento político, pero a algún incauto convencerán.
Desde que Ronald Reagan, el actor de Hollywood, ganó la presidencia de los Estados Unidos, los políticos descubrieron que pueden comprar todo el carisma que les falta. Hace apenas tres años hicimos todos un gran escándalo porque a varios famosos les pagaron una fortuna por tuitear que “El Partido Verde sí cumple”
MORENA tampoco se salva. Entre sus candidatos para diversos cargos de elección popular tienen a reconocidos estadistas como Sergio Mayer, Lily Téllez y Cuauhtémoc Blanco. El presidente de nuestro país es el esposo de una actriz de Televisa y el de Estados Unidos es la estrella de un reality Show.
No son coincidencias, este es el resultado de haber convertido a nuestra democracia en un concurso de popularidad y de haberle entregado el poder real a las corporaciones. ¿A quién le importa si Morelos elige como gobernador a un futbolista que le metió un putazo a Faitelson? El trabajo de estas celebridades no es tomar decisiones sino gustarle a la gente.
¿Y por qué la política se ha transformado en entretenimiento?
Yo ya no veo la novela, ahora pongo las noticias. Las de Chumel o las de John Oliver, porque la realidad sabe menos amarga si me la cuentan con chistes.
Antes veía el programa ese horrible de las Kardashians y la gente me llamaba inculto, o superficial. Ahora sigo cada detalle de las elecciones y hasta cumplo con mi deber ciudadano de “estar bien informado.”
El entretenimiento juega dos papeles: para el que lo crea es llegar a las masas y controlar la atención de su audiencia; para el que lo consume, escapar de sí mismo y conectar con sus seres queridos.
Ya sé, tú no te “entretienes”, te informas. Tú, mexicano, no ves a John Oliver porque está chistoso sino para enterarte de temas importantísimos para tu realidad como “la crisis de recolección tributaria en los Estados Unidos”, pero ahorita hablamos de eso.
Internet está matando a las televisoras, por fin. En abril se cerró el peor trimestre financiero de Televisa y TV Azteca. Honestamente no lo entiendo. ¿Quién vería la infinita variedad de entretenimiento gratuito que ofrece YouTube, teniendo a su alcance joyas como esta?
No me lo explico.
Pero casi dos millones de personas vieron a AMLO en tercer grado. 1.4 millones de personas vieron a Meade en el mismo programa y, ¿lo has escuchado hablar? El tipo es más aburrido que ir a sacar cita en el SAT.
Pero no sólo es ver a los candidatos, es ver los debates, los debates de los voceros, los debates de los secretarios de economía y la eterna cobertura de las infinitas intrascendencias que ocupan las primeras planas de todos los días. ¿Cuántos clicks obtuvo este reportaje sobre la ley que pretende privatizar el agua del país? No tantos como este meme.
No somos los únicos. En Estados Unidos, que todo lo lleva al extremo, ahora mismo el público está obsesionado con la actriz porno que se cogió al presidente y la gente puede poner como excusa que “me estoy informando” mientras se entera de los chismes más sabrosos de un futuro pie de página en la historia de su país.
¿Qué pueden hacer los periodistas? Su corazón quiere relevancia pero sus jefes les exigen clicks.
¿Pero y el público? ¿Por qué nosotros hicimos de la política nuestro entretenimiento?
Creo que da igual ver a las Kardashians que ver las noticias. Nada ha cambiado, seguimos atentos al destino de millonarios que no conocemos, pero ahora usan traje y son más feos.
Excepto que “ver las noticias” suena mucho más noble, se oye como que eres un ciudadano informado, te interesa el destino de tu país y por eso ves el IMPORTANTÍSIMO debate entre Callo de Hacha y Antonio Attolini. El morbo que implica esa pelea de inválidos es sólo un beneficio extra.
Siendo honestos, tú ya sabes por quién vas a votar. Si las noticias te dan la razón, las escribió alguien muy sabio y, si te contradicen, son guerra sucia.
A menos que seas un político famoso o un importante empresario, tu obsesión con las noticias sólo sirve para hacerte enfurecer por cosas que no puedes controlar. Pero seamos honestos, tú no estás enojado con la democracia, sino con tu propia vida.
Créeme, yo soy un chairo profesional y mi vida está hecha un desmadre. Podría sentarme en silencio a contemplar los errores que me han llevado a este punto, pero duele, me duele más de lo que #MeDuelesMéxico y por eso prefiero ver las noticias. Porque estoy lleno de emociones que no quiero admitir que son mías. Porque es más fácil y noble preocuparme por el destino de mi país que por el propio. Porque la solución a mis problemas implica trabajo duro y la del país sólo requiere de mi voto, mis likes y mi esperanza.
A la larga, mirar para adentro me ayudaría más, pero los beneficios son menos obvios que los de mirar para afuera. Sólo a unos cuantos amigos les interesan mis conflictos internos, pero puedo hablar de las elecciones hasta con el taxista.
O del partido.
Sigo cada detalle de las elecciones como mi tío que ve todos los partidos de sus Chivas, porque siente que si no los ve, pierden. Su ingenuidad me da ternura, pero me siento igual, atento a un evento masivo, como si pudiera controlarlo, cuando en realidad es el evento el que me controla a mí.