Por: José Luis H.

Es pionero del arte urbano y uno de los responsables de su boom en México a principios del milenio. Su obra refleja como pocas el sincretismo de la vida urbana y la conciencia mágica de los pueblos mexicanos. Lo visitamos en su estudio y hablamos con él un rato sobre arte, política y otras cosas.

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Platícanos ¿Quién eres, qué haces?
Soy Miguel Mejía. Estudie la licenciatura en diseño gráfico en  la Uiversidad del Valle de México. Actualmente me desempeño como ilustrador y también como pintor. Trabajo de manera independiente desde hace 5 años, lo cual me ha permitido hasta ahora realizar varios tipos de proyectos; he exhibido mi trabajo en galerías y museos de México, España, Alemania e Inglaterra y publicado mis ilustraciones en libros, diarios y revistas de México, USA, Francia, Italia y Grecia.

¿Que fue primero en tu carrera, la ilustración o el arte urbano?
En realidad, tengo mis prejuicios en torno a la idea de lo que muchas personas definen y manejan bajo el concepto de arte urbano. Se trata de algo que  me resulta curioso mencionar, ya que,  como sabes, en este momento aquello del arte urbano está de moda. Pero entiendo el punto: En realidad, una cosa derivó en la otra. A los 16 años comencé a escribir graffitti gettin-up en las calles de la colonia en la que entonces vivía. Eso fue en 1996, vivía en Ciudad Azteca, en el municipio de Ecatepec. Cierto día, un amigo me comento sobre una serie de problemas que él y su hermano mantenían con una banda local que se identificaban bajo las siglas “PK”. Hasta ese momento yo no había tenido noción de la presencia de aquel grupo en la zona, aunque habían muchos más, BH, DC, JHB, LK, PEC, HAP, TFC, PSK, BLP, BLC, y todos usaban el graffiti como un medio para indicar su presencia y su disputa por demostrar alguna clase de “dominio” en la zona. Cosas de pandillas. Por mi parte comencé a observar los muros que daban a la calle, y en casi todos era posible encontrar sus graffitis. De inmediato capturaron mi atención, sobre todo porque empleaban caligrafías muy estilizadas, con una estética muy ingenua, muy cruda, pero al mismo tiempo muy fuerte visualmente.

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En otra ocasión fui golpeado por unos policías, quienes además me robaron. Muchas veces llegue a cuestionarme si todo ello valía la pena.

A los 16 años, creo que casi cualquier cosa que pueda contener algún grado de clandestinidad te impacta mucho, y en mi caso lo que me impactó fue el graffiti. Aquel acto que implicaba salir durante las noches a escribir sobre las paredes, el anonimato, la transgresión, el hecho de que nadie sepa quién es el autor de los trazos; el acto trasgresor como tal. Cautivado, no tardé mucho en imitar mediante trazos hechos a mano las caligrafías que observaba, plasmandolas sobre las hojas de mis cuadernos escolares. En ese entonces el graffiti representaba un acto de bajo perfil social y cultural; fue muy curioso el modo en como eso me afectó, ya que fue justamente esa contraposición a lo que se me había inculcado como correcto, en casa, en la escuela, lo que me acerco al mismo.

En un comienzo salía en solitario por las noches, aunque no tardé en descubrir los riesgos que eso implicaba. El primer incidente ocurrió muy cerca de la estación del metro Oceanía, yo hacia como que hablaba en un teléfono público mientras lo taggeaba usando un rotulador, en ese momento se acercaron tres sujetos que me rodearon, me quitaron el marker y lo usaron para tachar los mismos tags que habia trazado con el, me golpearon y después se alejaron no sin antes presentarse como miembros de un crew local de graffiti writters. “Si te vemos de nuevo por aquí, te vamos a partir tu madre” fue su ultima sentencia. Me sucedieron muchas anécdotas similares. En otra ocasión fui golpeado por unos policías, quienes además me robaron. Muchas veces llegué a cuestionarme si todo ello valía la pena.

Conforme paso el tiempo, no desistí a pesar de las malas experiencias, tanto en la calle, como en casa, al mismo tiempo conocí a más personas involucradas en el medio. Tengo que admitir que en realidad, en un comienzo me distinguía por mi falta de destacamento técnico, mi manejo del control del spray era bastante torpe, así que prefería mantenerme como tagger y emplear la más de las veces rotuladores. Conocí a más gente, algunos bastante experimentados, quienes realizaban piezas complejas, fue gracias a ellos que adquirí motivación para intentarlo, sobre todo porque mi nivel de dibujo era bueno.

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Casi 4 años después, ingresé a la licenciatura en de diseño gráfico. Para serte honesto, no lo pensé demasiado. No fue una decisión planeada, ni tampoco investigué demasiado al respecto, si no que fue la opción que considere se ajustaba de manera rápida a lo que me interesaba que era el dibujo y la pintura. Un caso típico. Conforme avancé en la licenciatura, caí en la cuenta de que el diseño gráfico como tal no resultó ser obviamente lo que yo esperaba. Sin embargo, también puedo decir que me sirvió bastante, pues me brindó muchas de las bases que necesitaba para desarrollar una propuesta más sólida.

Durante el penúltimo semestre de la licenciatura, mientras visitaba  la Feria del Libro en el Zocalo capitalino, me encontré con un stand de la ya desaparecida revista Complot, en el cual ofrecían algunos números atrasados. Fue ahí en donde descubrí una edición especial enfocada a la ilustración, la cual había sido coordinada por Jorge Alderete. Dentro de aquellas paginas conocí el trabajo de gente con un trabajo muy destacado y diverso, manteniendo su propio estilo y propuesta, autores como Jessica Abel, Jazmín Velasco, Federico Jordan, Maxi Luchini, Brian Biggs, Manuel Monroy, Barbara Perdiguera, Mónica y Nacho Peón, Sol Rac, Gustavo Roldán, la publicación incluía también reseñas sobre libros ilustrados por Dave Mc Kean y los infernales Joe Coleman y Todd Schorr. Nuevamente me sentí cautivado por aquel descubrimiento, la ilustración se convirtió entonces en el nuevo terreno visual que deseaba comenzar a explorar.

En la universidad, hasta entonces, ninguna clase o materia le daba una importancia relevante a la ilustración, de hecho la mayoría ni siquiera la consideraban, lo cual me pareció bastante grave. Incluso recuerdo que habían quienes en algún momento se burlaron de mi interés por la misma argumentando que particularmente en México, no se le daba, al menos entonces, apoyo o valor a la misma.

Tan sólo un par de meses después, tuve la oportunidad de publicar formalmente y, por primera vez, mis ilustraciones, el medio fue una revista llamada Metáfora Visual, la cual era un proyecto que trabajé en colaboración con algunos compañeros de la escuela, y que duró tan sólo dos números, cada uno dividido por un intermedio bastante prolongado. Nuestra intención era ante todo poder experimentar el proceso de realizar una publicación que abordara temas que a nosotros nos interesaban, que considerábamos interesantes, y que no habíamos encontrado en otras revistas, siendo así que todos éramos el consejo editorial, todos éramos los diseñadores, al mismo tiempo todos éramos reporteros, todos éramos redactores, todos éramos distribuidores de la revista, y, en mi caso particular, yo era el ilustrador. A pesar de que nuestra inexperiencia como todologos salía a relucir en cada uno de los aspectos que conformaban a Metáfora, la recuerdo como un proyecto que me fue muy grato, pues en mi caso resultó ser mi primer ensayo real como ilustrador, me llevó a enfrentar por primera vez problemas básicos pero importantes que en un comienzo pudieran parecer insignificantes, hasta que los confrontas; por ejemplo, los tiempos de entrega, el conceptualizar y traducir un articulo de tres o cinco paginas en una sola imagen que lo represente y que además las personas que habrán de leerlo puedan comprender sin problemas, hasta el darme cuenta de que necesitaba comprar estilografos nuevos, pues los que usaba ya tenían las puntas muy maltratadas, y al digitalizar los originales con el scanner salían a relucir todos los detalles que en el original, aparentemente, eran imperceptibles, ese tipo de cosas.

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Recientemente estuviste pintando en Atlanta, Cuéntanos cómo fue tu experiencia por allá.
Participé de un proyecto llamado Living Walls, al cual fui invitado por Mónica Campana, la fundadora del mismo. Tuve la oportunidad de conocerla el año pasado durante la celebración del Art Basel en la ciudad Miami, Florida. Living Walls consiste, principalmente, en el desarrollo de murales en la vía publica, con la intención de modificar algunos espacios citadinos, además de aportar algo positivo a la comunidad. Living Walls también ofrece ciclos de conferencias y talleres para niños. Entre algunos de los artistas que han plasmado su arte en la ciudad, se encuentran personas de países como Argentina, Ukrania, Belgica, Israel, Puerto Rico, Brasil y Perú, en este caso, tuve el honor de ser el primer artista mexicano en participar dentro del proyecto, realicé un mural de aproximadamente 10 metros de alto.

El barrio en donde se encontraba el edificio sobre el que trabaje es Edgewood, una comunidad afroamericana de bajos recursos. En la zona es muy común observar obreros, prostitutas, junkies, drug dealers, gangsters, ancianos en sillas de ruedas motorizadas y muchos desempleados hurgando entre la basura. Edgewood es el más claro ejemplo de que el racismo aún continúa latente en muchos lugares de Estados Unidos, de maneras distintas a las que estamos acostumbrados a concebir, pero existe.

¿Qué es ser mexicano entonces? ¿es posible representar a México mediante iconos gráficos como un chile, un charrito, un mariachi, un luchador?

Todo esto te lo comento porque resultó determinante en el desarrollo de mi mural. No solamente porque tuve que lidiar muchas veces con algunos vecinos, quienes,  cabe mencionar, detestan a los mexicanos, pues nos consideran mano de obra barata que los despoja de las oportunidades que antes estaban destinadas para ellos, sino porque, justamente, entrar en contacto con estos personajes, con esta clase de situaciones, me hizo cuestionarme la posibilidad y también la responsabilidad que se puede adquirir con tus propias creaciones al momento de presentarlas a un publico determinado. Es decir, no buscar imponerlas, sino compartirlas, mediante un vínculo comunicativo. En este caso, mi mural presentaba a un personaje de rasgos afroamericanos, el cual sonríe mientras dialoga con una abeja que revolotea cerca de su oído. Mi interpretación de la escena recurre a la necesidad de volver a percibir nuestro entorno, escucharlo, sentirlo. Si bien en un comienzo muchas de las personas que frecuentaban la zona se comportaban hostiles y ofensivas, conforme el mural fue tomando forma, la situación fue cambiando radicalmente, hasta llegar al grado de que muchas personas se acercaban a ayudarme a pintar, me regalaban comida, algo de dinero, e incluso habían quienes se fotografiaban a lado del mismo, pues aseguraban, contentos, que se trataba de un retrato que se les estaba haciendo a ellos. Fue uno de los murales más celebrados y valorados dentro de todo el proyecto, no en realidad por mi firma como autor, o por el valor estético comparado con el de otros, sino por las repercusiones positivas que  tuvo en la comunidad. Es decir, fue, de cierto modo, una especie de obsequio para todas esas personas que no tienen nada. Si bien es cierto que el mural no va a cambiar sus vidas, ni les dará de comer, ni cambiará su situación, creo que puede generar en ellos cuando menos una oportunidad de valorar un poco más su propio entorno, y su mundo cotidiano.

¿Cómo defines tu estilo?
Muchas personas definen y encasillan mi estilo como “mexicano.” Aquí cabe preguntar ¿qué es lo que ellos definen o consideran como mexicano? México es un territorio que cuenta con 31 estados y un DF, es un país posicionado al centro del continente, al viajar hacia el Sur encontrarás diferentes tipos de gente y de culturas, lo mismo ocurre hacia el Norte, se trata de dos polos completamente distintos. ¿Qué es ser mexicano entonces? ¿es posible representar a México mediante iconos gráficos como un chile, un charrito, un mariachi, un luchador? Imagenes anquilosadas y súper estereotipadas, nacionalistoides y patrioteras. Yo creo que lo mexicano es mucho más que sólo eso.

Mi trabajo está relacionado directamente con todo lo que a mí me gusta: la influencia de la gráfica retro, reminiscencias gráficas precolombinas entremezcladas con la influencia de la cultura trash contemporánea, las fiestas populares, un conjunto de elementos que desde siempre me han llamado la atención, tanto estética como conceptualmente. Muchos de estos elementos  comencé a usarlos primero por su valor estético, más no por ello ha sido nunca mi intención decir “voy a usar esta calavera en mi diseño, porque se va a ver bien mexicana y entonces va a llegar CONACULTA a contratarme”. En mis gráficos, nunca he empleado representaciones de vírgenes, mariachis, luchadores enmascarados, grecas, zapatas y zapatistas, Frida Khalo, malverdesitos, microbuses y vochitos, y en general cualquier clase de reminiscencia kitsch que pueda resultar lo suficientemente chistosa como para poder vendersela a los turistas.

Pienso que esta iconografía, a la cual varios diseñadores mexicanos se han anclado, de la cual han abusado y la cual no han logrado o no han querido superar, ha generado un bache que irónicamente sirve como zona de confort. Hace demasiada falta voltear a ver a México como realmente es, como un territorio culturalmente diverso, no homogéneo. Hace falta dejar de concebirlo tan sólo como un chiste que ya fue contado demasiadas veces. Del mismo modo creo que hasta un cliché muy desgastado de pronto puede ser retomado y trabajado lo suficiente, al grado de volver a hacer una lectura interesante del mismo, pero no con la misma fórmula que viene arrastrando desde décadas atrás, sino buscando nuevas formas de presentarlo y enriquecerlo.

¿Cómo viviste este auge reciente del arte urbano?
En un comienzo creo que me emocioEn un comienzo creo que me emocionaba mucho, sobre todo a mediados del 2005, cuando empezó a ebullir. Creo que en un inicio todo fue surgiendo de un modo más natural, de la propia necesidad de la gente de ver y desarrollar esa clase de propuestas, aunque, actualmente me causa demasiada comezón ver cómo se ha distorsionado. Incluso te podría decir que tengo mis dudas en torno al mismo nombre con el que se identifica al fenómeno, pues es completamente distinto hablar de arte urbano que de arte callejero, son cosas totalmente distintas.

¿A cuantas personas tenemos actualmente haciendo “cosas en la calle” bajo el estandarte del “arte urbano”? Quizás a  miles, y la gran mayoría son tal cual, meros analfabetas funcionales, fáciles de manipular, no cobran la chamba y por el contrario, únicamente buscan espacios de manera fácil. Las nuevas generaciones han crecido acostumbradas a esta clase de situaciones. Mal imprimen un sticker horrible mediante serigrafía, después lo pegan sobre la superficie de algún señalamiento y hasta se portan altaneros porque exigen “respeto”; buscan que los reconozcas y una semana después ya quieren exhibir, conseguir chambas con marcas, entre otras cosas. Intentan formar parte de un círculo que ellos idealizan como mainstream.

Creo que más que interesarme el aspecto gráfico de lo que acontece, lo analizo desde una perspectiva más enfocada a lo social, cual si se tratara de una radiografía que nos muestra el nivel de cultura que permea a un amplio sector de la juventud en México. Al salir a la calle y encontrar un entorno completamente saturado de gráficos, la gran mayoría técnicamente mal realizados, los cuales no proponen nada trascendental, que terminan por ser un remedo de otro, la más de las veces copiado de Internet, es evidente la sintomatología epidérmica que se manifiesta en los habitantes de la ciudad, cual si fueran ronchas que evidencian que algo no está bien en su interior. La falta de oportunidades, de educación, se refleja en el salpullido que le sale por todas partes.

Al mismo tiempo, yo mismo me cuestiono todo eso hacia mi propio trabajo. ¿Para qué, y como emplear los espacios públicos? Al momento de usar la urbe como soporte, creo que se debe ser consciente del alcance masivo que se está obteniendo, más que un simple sentimiento de egoísmo, de auto complacencia, de imposición. Uno de los aspectos qué más me inquietan actualmente es si acaso no existen suficientes temas lo suficientemente  trascendentes que abordar.

Personalmente concibo la calle y los espacios públicos a manera de un medio. Un soporte para presentar algo que pueda entablar un diálogo con los espectadores. Un caso contrario puede suscitarse dentro de un museo de arte contemporáneo, por ejemplo, ahí puedes presentar una caja para zapatos con un foco dentro, y justificarlo con diez cuartillas que nadie va a entender, pero que supuestamente te harán parecer alguien talentoso y estudiado; en este caso, se trata de un espacio al que el publico asiste para conocer y entender la obra. Finalmente, si el espectador no lo entiende, si es anulado, no se trata de una situación que sea particularmente preocupante para el artista. Creo que debería ocurrir lo contrario con el arte urbano, o callejero. ¿Cuál es el nivel de responsabilidad en ese sentido? En una época en la que los artistas abusan de la autocomplacencia, de la autoreferencia, ¿qué es lo que esta diferenciando al artista urbano, o callejero, de cualquier otro?

¿Que artistas crees que sí hayan encontrado un discurso que responda a la sociedad?
En este momento, me viene a la mente Kone. Creo que, en realidad, él no se define como un artista, aunque sí tengo entendido que él hace, o hacia, mucha chamba para ONG’s, y recientemente, mientras hojeaba el libro Mexican Graphics, encontré varias de sus ilustraciones, en las que aparecen de manera fuerte algunos discursos socio-políticos, como el caso de San Salvador Atenco, por ejemplo. Pienso que en México hacen mucha falta personas que brinden esta clase de aportaciones.

Al mismo tiempo, considero que cada persona intenta, de algún modo, aportar algo, de acuerdo a lo que sabe hacer; aunque, sin duda, se necesita un rol más activista, más allá del papel y de la computadora. Tanto México como toda Latinoamérica mantienen a la fecha esta historia de lucha incesante, que jamás se acaba. La justicia, la igualdad, el respeto, son causas perdidas que, sin embargo, se mantienen latentes. Percibo, particularmente en esta nueva generación, una enorme apatía. Es necesario pensar qué podemos aportar en nuestro papel como diseñadores, ilustradores, artistas visuales, a México, no únicamente preocuparnos por aparecer en las paginas de la revista Juxtapoz, o exhibir en el extranjero.

En México, particularmente, hay mucho dinero; lo que afecta y perjudica a la situación en general, es la mala distribución del mismo. Quienes conformamos la clase media baja, es decir, la mayoría, no carecemos de las necesidades más básicas, y, paradójicamente, a pesar de lo que se podría creer, contamos con suficientes recursos para poder conseguir algunos lujos, desde adquirir artículos importados, hasta pagar el costo de los boletos de varios conciertos. Esta situación nos mantiene cómodos y pasivos. Mientras esto continúe, y mientras las personas ganen lo suficiente para comer mañana y para poder comprar coca-colas, no habrá una revolución real. Supongo que, cuando realmente llegue ese distante día, en el que ya no tengamos nada que perder, ese día surgirá la necesidad de realmente confrontar la situación. Mientras tanto, seguimos gastando nuestras suelas en las marchas, o quejándonos a través de Twitter, o en Facebook… yo también lo hago, soy parte del problema, de la interrogante: ¿cómo empezar una revolución real? No estoy seguro, creo que lo primero sería mediante acciones inmediatas que muchas personas no son capaces de ejecutar: desde dejar de consumir cierta clase de productos, hasta omitir el ser espectadores de la programación que ofrecen las televisoras, dejar de fomentar la estupidez. Ese tipo de cosas.

¿En qué estás trabajando ahora?
Ahora me encuentro realizando una serie de piezas para las próximas exhibiciónes en las cuales participaré. Tengo agendados también un par de congresos, el primero en Tehuacán, Puebla, y el segundo en Cancun Quintana Roo. Y este mes viajare a la ciudad de Tijuana, en Baja California, para presentar una exhibición en el CECUT, eso entre otros proyectos menos inmediatos.

¿Que le dirías a los lectores de Migala?
Abordando un tema actual, recurrente, que a todos nos incumbe, yo creo que viene una nube muy oscura y no sé qué vaya a pasar después de diciembre. México va a a cambiar en muchas cosas, para bien y también para mal. Como diseñadores, como artistas, como ilustradores, como lectores, como mexicanos, tenemos la responsabilidad de hacer cada vez de mejor manera nuestro trabajo, no ser tan egoístas, aportar algo a la causa que consideremos más noble, pero hacer algo. Hay que demostrar que México, aún pese a todas las dificultades por las cuales atraviesa, puede y necesita crecer en muchos aspectos.