Un cuento de Israel Castolo

Advierte primero su rostro, le parece algo tontito, cosa que siempre procura disimularlo ante los demás con una expresión de arrogancia. Mira su cabello oscuro, orgullo de la juventud; recuerda cómo las mujeres le daban un apasionado revolcón al momento de besarlo en los labios; ahora parece inminente que perderá su cabellera. Lo que más le duele es que las mujeres también, como su simpática melena, se han retirado desde hace tiempo. Sus músculos pectorales lo avergüenzan, se han convertido en las chichillas ridículas de algún mamífero anciano, mismas que descansan sobre el abultado vientre. La imagen completa le repudia, gira hacia otro lado horrorizado y olvida mirar su trasero, blanquecino y asombrosamente velludo, a diferencia de otras partes de su cuerpo. Prefiere olvidarse del asunto, en fin, así es la vida. Sabe que esta noche olvidará su miseria, por unos instantes.

Abre el closet en busca de ropa, con la naturalidad de alguien que reconoce dónde se encuentra cada cosa. De un cajón saca unos calzones, de por ahí ha tomado unos pantalones de mezclilla y, claro, toma de un lugar especial el jersey amarillo que lucirá en este día. Mientras se pone los calcetines empieza a sentirse optimista. Todo habrá de cambiar a partir de que salga de casa, durante el viaje, en el momento de vagar por algunos instantes fuera del estadio y, sobre todo, durante esos inolvidables noventa minutos, entre tragos de cerveza, eufóricos alaridos, en el tiempo que su insignificante vocecilla vitoree desaforadamente, al momento de humillar a los aficionados rivales cuando, sin falla alguna, toda esa constelación de estrellas del futbol jugando en un solo equipo, consigan el gol. Eso paga todos los sacrificios en la oficina, las constantes humillaciones del jefe, las secretarias que lo miran con asco…

Sólo le falta ponerse el jersey amarillo. Se lo enfunda no sin cierta dificultad a causa de la estrechez de la tela embutiendo sus carnes… En ese momento las nubes despejan el cielo, y se revela una luna en su fase completa; es casi como una hostia, y esta noche se ve totalmente amarilla.

Dicen testigos que de un edificio cerca de Coapa, se vio saltar por la ventana a un sujeto con la habilidad de un lobo, después, pegó una loca carrera utilizando las extremidades tanto superiores como inferiores. Despedazó un puesto de periódico e hizo correr despavoridas a unas señoritas, a las cuales arrancó sus bolsas y trozos de  la blusa de una de ellas. Después corrió por la calle, incluso sobre autos y árboles, en la dirección que se encuentra el Estadio Azteca. La claridad de la luna hacía notar, inexplicablemente, que tenía cubierto de vello los brazos y  hasta el rostro, aunque gran parte de su cabeza era tan lisa como una pera.