Escucho March of the zapotec de Beirut al escribir estas líneas. En el pueblo de Santo Domingo Petapa, en Oaxaca, a Raúl Guzmán Enríquez, su padre, don Lázaro Guzmán, le prohibió dibujar un día. La predilección por esta práctica le costó a Raúl la pérdida de un par de años escolares. Obsesionado y rebelde, no dejaba libreta sin espacio. Cuando le quitaron el papel, tomó las paredes del salón, las bancas y toda superficie limpia para llenar el vacío acaso de su ser. Un ser domingano, ser para enseñar.

El pueblo de Santo Domingo Petapa fue hace un poco más de un siglo, un imperio cafetalero mexicano, lleno de bestias mulares, café, fiesta y mezcal. Hoy, entre las ruinas provocadas por el terremoto del 7 de septiembre, que derrumbó 1500 casas, y los mototaxis, es difícil imaginar esa época de esplendor. Sin embargo, en las tripas mojadas del pueblo contemplado por las montañas se gesta un alumbramiento inminente. Raúl Guzmán, hijo del poeta y cronista del pueblo, Lázaro Guzmán y pariente del compositor Chuy Rasgado ha vuelto, como un Odiseo oaxaqueño, luego de una travesía por Canadá y Francia donde pintó en las paredes de los colonizadores y de sus hijos. A su vuelta, el pintor y músico emprendió la marcha hacia la prístina semilla mítica, legado de curiosidad y rebeldía digna. El mito, dice Hugo Mujica, es la realidad misma entendida como acontecimiento de la palabra, como evento verbal. Así, el artista maestro, escucha, habla y canta.

Entre árboles de marumbo y palabras dichas en zapoteco domingano, la guitarra y los poemas se entrelazan para crear una atmósfera que está más del lado del arte comprometido y de la enseñanza que de la bohemia o tertulia repentina, bañada en gotas de limón mandarina, tlayudas servidas en taco y notas de la marimba. La casa de la cultura del pueblo alberga lecciones de danza, música y pintura.

Dice Daniel Lezama, pintor mexicano, que la pintura tiene un locus esencial para la imagen. En Santo Domingo, si uno sale de la tierra primordial, uno es un muerto viviente; si eso ocurre, hablamos de un lugar con identidad. La identidad del pueblo está fundada en un códice, el lienzo de Guevea y Petapa hecho en 1540. El conocimiento del documento se comparte con un orgullo inusitado y erudito: la batalla en contra del olvido, el ubi sunt clásico que no se dilata en aparecer, pero es que Don Lázaro Guzmán tiene razón al añorar la riqueza del pueblo porque él la vio con sus ojos de poeta y de cronista.

Lienzo de Guevea

La propuesta estética de Raúl Guzmán es una versión de la pintura mural comprometida que se centra en la crítica al neoliberalismo gore empeñado en destruir las montañas. Los monstruos transnacionales que intentan reducir del mapa la existencia de millones de seres humanos empuñando una espada con el signo del dinero que destripa a la tierra. El comercio mundial es una herramienta de dominio que distribuye a su antojo la desigualdad. Esa es la lección. En este orden es fácil prescindir de pueblos enteros y esto es lo que le ha ocurrido a Santo Domingo Petapa. A Raúl Guzmán, el compromiso local de arraigo lo hace un maestro que flota por las calles del pueblo, que gestiona la cultura, que habla, canta, propone y enseña.