Para este versus invitamos a dos talentosos columnistas a escribir sobre el tema de la militarización en México, uno a favor y otro en contra, así, por pura ciencia. Cuéntanos en los comentarios quién crees que ganó.

¿La muerte tiene permiso? La militarizacón, alternativa, no sólo única, sino necesaria

Texto de Orlando Cruzcamarillo

Bastaría citar el artículo llamado “La muerte tiene permiso”, que Fernando Escalante Gonzalbo publicó en la revista Nexos en el mes de enero del 2011, para afirmar que el ejército sólo provoca más violencia.

Al mismo tiempo recordar que la SEDENA encabeza, por lo menos en los dos últimos años, la lista de las instituciones gubernamentales que presuntamente infringen más los derechos humanos. Esto consignado en el último informe de la CNDH que, durante el año 2011, recibió mil 626 quejas en contra de la institución armada. Para peor, durante la presentación del informe anual de Human Rights Watch en el presente año,  su directora de comunicación, Emma Daly, afirmó que los militares mexicanos cometen violaciones a los derechos humanos y gozan de total impunidad. Y da cifras contundentes: 3600 averiguaciones  entre el 2007 y junio del 2011, de las cuales sólo 15 soldados fueron condenados. Un rango de culpabilidad bastante cuestionable teniendo en cuenta el número de denuncias. Tan sólo estos datos harían a más de uno exigir el retorno inmediato de las fuerzas armadas hacia sus cuarteles. Pero la morfología del crimen es más compleja de explicar y trasciende por mucho las simples estadísticas, que dicen mucho, pero distan de decirlo todo.

Retomemos la elemental y minuciosa tarea que llevó a cabo el investigador del Colegio de México, Fernando Escalante Gonzalbo: sumergirse en las frías estadísticas de la muerte. Los resultados de sus indagaciones fueron sorprendentes, sin duda. El más notorio fue la relación que encontró entre los estados donde se llevaron operativos militares y el aumento dramático de la taza de asesinatos. El primer gran despliegue militar, en diciembre del 2006, llevado a cabo en Michoacán, tuvo un resultado parcialmente positivo, puesto que el índice de homicidios durante el año 2007 bajo perceptiblemente. Pero el terror se desató en los siguientes dos años (2008, 2009) en que la taza de asesinato se elevó prácticamente de forma vertical. Caso similar ocurrió con los despliegues militares  de Chihuahua, Baja California Norte, Tamaulipas, Sinaloa, Guerrero y  Nuevo León. Después de una disminución en la violencia,  en los años siguientes la sangre se desbocó. La taza nacional de homicidios pasa de 8 a 18 homicidios por cada 100 mil habitantes, durante solo un par de años. Bajo esta perspectiva la efectividad del ejército queda en duda, por lo menos. Otra estampa emblemática fue Ciudad Juárez, donde en un principio (2008) el ejército fue recibido por la población con vítores y porras. Después de dos años, ante una violencia incontenible y acusaciones de abusos, la milicia regresó de forma paulatina a sus cuarteles.   Actualmente, según declaraciones del  gobernador César Duarte, Chihuahua es el estado que más ha reducido el índice de criminalidad. Según el Sistema de Seguridad Pública y la CONAGO, en la entidad se logrón una reducción del 26 por ciento de crímenes con respecto al año anterior. Y lo que es aún más sorprendente: sin la presencia de los militares y policía federal. Ya que entre junio y julio del año pasado, se retiraron de Chihuahua diez mil soldados, así como cinco mil policías federales. Quedando solamente el mismo número de elementos que había antes de la grave crisis de inseguridad y que hizo de Ciudad Juárez la ciudad más peligrosa del Mundo por tres años consecutivos. Lugar  que en el 2011 le pasó a la ciudad hondureña San Pedro Sula, con 159 asesinatos por cada cien mil habitantes. En tanto ciudad Juárez, actualmente ocupa el segundo lugar con 148 muertes.

La relación entre operativos militares y aumento de violencia puede tener toda una serie de explicaciones. La más elemental (repetida hasta la nausea y con razón) la milicia no está preparada para labores de seguridad pública, donde las labores de inteligencia y prevención del delito son fundamentales; lo de ellos es la fuerza de las armas (esa es su naturaleza en primera instancia).  A dife-rencia de las policías municipales, estatales y, en algunos casos, federales, el ejército no está sometido a los grupos delincuenciales y por ello no rehúye los enfrentamientos armados. Y lo han demostrado en cada enfrentamiento, son superiores y más efectivos que los vulgares sicarios. El lugar común de que los delincuentes están mejor armados es un mito. Y lo demuestra las estadísticas presentadas por la SEDENA el año pasado: por cada militar fallecido hay 18 criminales aniquilados durante el sexenio de Felipe Calderón. Tener una arma automática de alto poder y miles de municiones no es suficiente si sólo un tiro de menos calibre, pero bien ubicado, te manda de calcas a la primera. Pero es lógico ese dato. El ejército es efectivo en los enfrentamientos porque para eso se entrenó, en mayor o menor medida, para entrar en combate. Aún en las guerras irregulares y de baja intensidad como se han llevado en algunas ciudades tomadas por los narcos. Pero no solamente los delincuentes luchan contra el ejército. El gran grueso de las muertes (¿45,000? ¿50,000? ¿60,000?) de esta guerra proviene del enfrentamiento entre las diferentes facciones. Violencia desbocada que afecta de manera directa a la población, bajas colaterales les llaman los letrados en esos asuntos.

¿De qué nos sirve un ejército en las calles si es incapaz de controlar la violencia? De poco o de plano en nada, diría el sentido común. Pero las apariencias engañan y los datos que aquí presentamos, no son suficientes para condenar y descalificar al ejército. Y sobre todo atribuirle la violencia que los narcos propalan. Retirar los contingentes militares sería un salto abismal. Lo comprenden y lo saben muchos políticos, no obstante que en voz ata condenen esa presencia. Cualquier hombre que llegué al poder, lo apuesto, tendrá que mantener al ejército en labores de seguridad por algún tiempo más. No hay de otra, mientras las corporaciones policiacas sean inefectivas, corruptas e insuficientes. De ahí, que Javier Sicilia haya declarado que sería atroz el retiro del ejército en estos momentos.

militarización

RE-CUENTO SOBRE LA MILITARIZACIÓN DEL PAÍS

Texto de Héctor Mateo García.

Me pidieron escribir estas líneas contra la militarización del país, y la verdad, no supe por dónde empezar, no por el hecho de no tener información o que no me interese el tema, no porque haya visto en la tele que México está ganando la lucha contra el crimen organizado o crea que el problema lo tiene que resolver el gobierno.

No, nada de eso, mejor dicho es todo lo contrario, no supe por dónde empezar precisamente porque el tema da para estudios amplios, llenando hojas y hojas con letras que no leerán probablemente más que unos cuantos interesados. Así que me limitaré a dar unos cuantos argumentos de por qué esta falacia llamada guerra contra el narco ha creado más perjuicios que beneficios (si es que los ha habido), aún así, me faltarán paginas para poder expresarme.

En el principio de la historia o podríamos decir “erase una vez” un candidato a la presidencia, que por eso del año del 2006 prometía acabar con el narcotráfico, aseguraba que al usar al ejercito la gente se sentiría más segura al salir a las calles, mientras tanto, varios de los líderes de los cárteles más famosos estaban sentados riéndose frente al televisor, con una copa de tequila en una mano y ya sea la escuadra 45 con chapa de oro o el cuerno de chivo en la otra. El desenlace de la historia es más que obvia, el antes candidato que llegó a la presidencia (con polémica de fraude electoral por cierto) en ese mismo año, llevó a cabo su plan con el que convenció a mucha gente y hoy por hoy, cinco años después, al salir de la casa, vemos en los periódicos de la esquina el pequeño e imperceptible número de 30 muertos en todo el país, en la radio dicen que 50 y en la televisión, los noticiarios dicen algún otro número. Si estos números se multiplican por los 360 días de un año, el número mínimo es de miles y miles de personas que han muerto con esta grandiosa idea. Las estadísticas de muertes en la primera década de este siglo XXI se han disparado a partir de esta medida política y donde no siempre los que mueren son de grupos delictivos o del ejército sino de las clases subalternas también.

El problema del narcotráfico ya es viejo y con orígenes socio-históricos pero por su expansión y el crecimiento de sus efecto resulta obvio que es necesario frenar las olas de violencia, el tráfico de enervantes, de personas y de armas; resulta obvio que nadie quiere que el “crimen organizado” gane los espacios públicos, y dirán –prefiero que las calles las tenga el ejército que los narcotraficantes– pero lo ideal sería que ninguno de los dos se apropie de estos lugares, y bien se sabe por qué.

La militarización del país, es decir, poner al ejército en los espacios públicos no genera un sentimiento de confianza, más bien significa un estado de alerta. Los militares se usan en los estados de guerra, de crisis social u otros estados especiales donde, en este caso, el de “la guerra contra el crimen organizado”, el campo de batalla es el espacio de los trabajadores, de las amas de casa, de los niños, de los estudiantes, de señores grandes, de todos. La “tierra de nadie”, o sea las calles, parques y plazas, es de los habitantes civiles. ¿Quién puede sentirse seguro si ve en las calles a un señor armado listo para el enfrentamiento aún si no es contra nosotros? ¿Quién puede sentirse seguro en un enfrentamiento entre militares y narcotraficantes fuera de su casa, de su trabajo o de cualquier otro lugar sin esperar una bala perdida?

Es verdad el ideal de que el ejército sirva a la protección de la soberanía y seguridad nacional, pero no es ni ha sido así, se debe de recurrir a la memoria ya que la militarización como problema no es un caso específico de esta coyuntura, como sucede en otros casos tanto actuales como pasados, los militares sustituyen los cargos policiales, y en consecuencia, los derechos humanos de los  civiles son violados, y con ello, cualquier movilización social por parte de los mismos es reprimida con excesiva violencia. El ejército por tanto no está al servicio del pueblo sino de quienes los dirigen y en el fondo, es el resguardo armado de la clase dominante. Hay demasiada información documentada en archivos sobre estos casos, pero si usted lo prefiere, puede recurrir también a fotografías o imágenes que dan cuenta de la violencia por parte de militares en todo el mundo.

El problema actual tiene otro ingrediente igual de preocupante, que es la irrupción de los Estados Unidos en otros países, una práctica muy frecuentada por este país y donde México no es la excepción. Los E.E.U.U. tienen bases militares en varios territorios de Latinoamérica y cabría decir también de los alcances que tiene en el resto del mundo. Este país ha provisto al gobierno mexicano de armas, entrenamiento y adoctrinamiento parecido a como lo hizo en distintos países durante y después de la Guerra Fría y a favor de dictadores como Fulgencio Batista en Cuba, Jorge Rafael Videla en Argentina, Augusto Pinochet en Chile, etc. pero también parecido a como lo hace ahora en países Asiáticos como Afganistán, Irán, Irak; o siguiendo en Latinoamérica, en Colombia. Es el aprovechamiento por parte de los E.E.U.U. de un negocio, que es la guerra. A consecuencia de esto, en México, la supuesta “seguridad nacional” pretende ser sobrepuesta a la soberanía del país.

Entonces, si enfrentar con las armas al narcotráfico no es la respuesta, entonces, ¿cuál es? La respuesta la dan los trabajadores mal pagados sea cual sea su ocupación, los desempleados, y por tanto los jóvenes que no ven (y no porque no quieran ver necesariamente) una forma de salir adelante a través de la educación y/o el trabajo. Estas personas son víctimas directas y que aprovecha sin dudar el llamado “crimen organizado” (y el no organizado también, en el menor de los casos), ofreciendo lo que no se puede conseguir por otro lado. Pero tampoco dejemos de lado que en México el narcotráfico está coludido por familias poderosas y políticos, que por cierto, a veces llegan a ser lo mismo, esta es otra pista por la que se pueden plantear más problemas y sus soluciones.

Los capitalinos somos quizá renuentes a tomar alguna postura u opinión sobre la militarización, y es de esperarse puesto que la militarización como tal no se lleva a cabo en la capital sino en los estados y ciudades fuera del Distrito Federal como son Chihuahua, Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Sonora, sólo por decir algunos. A pesar de esto, la militarización está llegando al D.F. de forma poco evidente, pero amenazan con hacerlo tarde o temprano, por su parte el narcotráfico también se evidencia cada vez más, creando problemas sumados a los ya existentes en la ciudad. Así que fuera de mi opinión sobre informarnos, tomar partido y exigir soluciones realmente viables, tomo la idea de cierto médico argentino asesinado en 1967: “hay “que atender las verdaderas causas del mal y no confundirlas con los síntomas,” porque el verdadero desenlace de esta historia todavía puede ser diferente.