El objetivo es saber mucho y entender muy poco, vivir al corriente pero olvidarlo todo. Ni modo, es calidad o cantidad y nunca en la historia hubo tanto de qué enterarse. Creo que esta es mi principal responsabilidad como ciudadano y consumidor, porque cuando trato de rebotar mis ideas con las de los amables extraños del internet, siempre recibo la misma respuesta:

Pero no hay nada que temer, porque esta ingrata tarea de coleccionar y repetir ideas ajenas nunca fue tan fácil como en el siglo XXI. Nuestra necesidad innata por conección humana y el libre mercado unieron fuerzas para cubrir la atmósfera del planeta con satélites, conectados a centros de información alrededor de todo el globo, donde las mentes más brillantes de nuestra generación se dedican a destilar el caos cotidiano en bocaditos masticables y digeribles.

Por si fuera poco, contamos con pequeños dispositivos, milagros de silicio que nos acompañan todo el tiempo. En su pantalla nos enteramos de lo que ocurre en el mundo durante las breves pausas de la rutina. Las opiniones más enardecidas de esta década se forjaron en el inodoro.

Cuando leo un encabezado, no pierdo el tiempo revisando otras fuentes, contrastando puntos de vista, debatiendo ideas con algún experto o cuestionando mis propios prejuicios; a veces ni siquiera leo el post. No hay necesidad, los medios son tan amables (y mi capacidad de atención tan corta) que cualquier tema que valga su peso en clicks, tarde o temprano llegará a mi de boca de un profesional que en menos de cinco minutos, entre gráficas atractivas, retórica profesional y hasta chistes, construirá un argumento irrefutable con una conclusión chingona para soltar en fiestas y taxis.

Como ciudadano informado, creo saber cosas que no puedo poner en palabras. Veo a los expertos como alquimistas que sintetizan ideas y datos en un misterioso proceso para llegar a una conclusión lógica que me hace sentir en mi corazoncito que ya manejo el tema igual o mejor que los especialistas. Si me preguntas, no podría construir el mismo argumento, pero seguro me acuerdo del título del video. A veces hasta memorizo una cifra, una estadística, una pieza numérica de información sólida e irrefutable para explicarle a todo aquel que piense distinto por qué se equivoca.

No me desgasto aprendiendo sobre los mecanismos ocultos bajo la realidad que todos compartimos, eso es para locos, expertos o hippies. Estar informado significa vivir al borde de la novedad, siempre a merced de los temas candentes que los medios de comunicación masiva consideran dignos de mi atención: fama, poder, dinero, sexo y la emocionante vida de unos cuantos millonarios. Siempre lo nuevo y nunca lo viejo. Cuando alguien me habla de una noticia antigua, les hago saber que “eso es de antier”.

Mirar al pasado me quitaría tiempo para leer y comentar los títulos seductores de otras cien irrelevancias que ocurrieron el día de hoy. Por eso vivo entre mi confusión y la certeza de alguien más, porque del mar de noticias que recibí ayer, hoy me acuerdo sólo de dos o tres datos que inflamaron mi enojo o me hicieron reír. No se mi lugar en la historia porque, si juzgamos cada tema según su número de favs, hoy parece tan importante el pelo güero del Chicharito como los resultados de la elección presidencial.

Nadie tiene más certeza de su identidad que yo, el ciudadano informado. Ando por la vida como boy scout, con el pecho lleno de insignias, por si se me olvida a qué clanes pertenezco: cargo una medallita por mi orientación sexual, otra por mi ideología política y otra por mis hábitos alimenticios. Por ahí escuché que “definir es limitar” pero eso seguro lo dijo algún hombre cis hetero fascista, ciclista y taurino. Algunos hacen amigos jugando fútbol, otros se unen a un club de bordado; yo construyo mi tribu alrededor de los opinólogos que replicamos juntos.

En el fondo, me considero un activista, por eso me informo. De mis indignaciones súbitas depende que mis amigos, que ya piensan igual que yo, estén bien informados. ¿Para qué aprender más del tema si puedo educar a otros nomás picándole al retweet? Hago mías las penas del mundo y vivo para hacer ver a otros sus errores, sin examinar mucho los míos. Confucio decía que el verdadero conocimiento consiste en saber las dimensiones de nuestra propia ignorancia, pero ese hippie nunca en su vida recibió un solo like. La información tuiteada, en cambio, sirve para afianzar mi superioridad intelectual y mi valor como ser humano a través de la ignorancia del prójimo.

Odio la “doble moral”, que le llamo. Esas contradicciones inherentes al espíritu humano, las trato como crímenes imperdonables. Si te ofendió mi bandera mexicana con el arcoíris LGBTTTTIQP pero tú le pusiste el logo de los Pumas al lábaro patrio, tu opinión no vale. Ay sí, decías que yo por pejezombie podía votar con la mugre de mis codos pero ahora llamas a la reconciliación del país. Ni madres, ahora te chingas. Porque la vida, creo yo, está hecha de polos opuestos e irreconciliables. Yo no veo mexicanos, veo chairos y derechairos, taurinos y antitaurinos, señores y millenials, ricos y pobres. Yo soy de los buenos y los otros son los malos, por eso no discuto para encontrar la verdad, sino para ganar. Para gritarle a los malos, que cargan en sus cabecitas otra información que no es la mía, “¡Infórmate!”

Es una labor muy noble, ¿siono, raza?, tratar a la vida como una eterna tarea escolar, informarme de la realidad, toda ella, hasta sus detalles más insignificantes, para inundar tus redes con opiniones que nadie me pidió. Algún alemán amargado dijo que “La sabiduría impone límites al conocimiento”,  porque el día sólo tiene 24 horas y, en las pocas que me deja libres la vida laboral, puedo comprender un solo tema o absorberlos todos.

De los muchos hobbies sin sentido de nuestra época, no hay uno más respetado que el de memorizar títulos, confundiendo datos con estudios, opiniones, memes y noticias. No hay acto más desinteresado que el de sacrificarse a uno mismo y sus ideas para vivir como un loro, repitiendo la ira de alguien más popular. “Mis pensamientos son la opinión de alguien más, mi vida es una copia y mis pasiones, frases célebres.”

No es una vida fácil, exige trabajo constante, no tiene un impacto real en el mundo y me roba la oportunidad de escuchar mis propias ideas, pero la vida del ciudadano informado ofrece una gran ventaja: la de nunca arriesgarse a emitir una opinión equivocada. ¿Para qué aprender de mis propios errores si puedo ser elogiado por los aciertos de alguien más?

Dios bendiga mi breve curiosidad y mi indignación eterna. Sin ellas, ¿de qué vivirían el Face y los medios?