¿Ya viste el video del asaltante madreado en la combi? El desafortunado criminal se llama Raúl y mañana cumple años.
Hay un momento en medio de la putiza en el que uno de los pasajeros de la combi le está pegando a Raúl en la cara y le grita “para que sientas lo que sentimos”.
Ese es el objetivo de este texto.
Es también el objetivo de las redes sociales, hasta cierto punto. Publicamos cosas para comunicarnos con otras personas, para mostrarnos frente al mundo, no como somos, sino como queremos ser vistos.
Posteamos historias porque ya se nos olvidó cómo romper el hielo y queremos ofrecer oportunidades para el encuentro, para la conversación orgánica, sin la vulnerabilidad que implica decirle a otra persona, así de la nada “oye, te extraño”.
Las tres plataformas que gobiernan la jerarquía social de Occidente, nos han dado métricas claras, números que se actualizan en tiempo real para informarnos, segundo a segundo, de nuestro lugar en las muchas tribus que habitamos.
La economía de la atención ha convertido estos corazones y caritas en una nueva moneda que trasciende a todas las monedas: más importante que el peso o el dólar. No puedes comprar tenis con likes, pero sin ellos, no puedes venderlos.
Al jugar a este juego de inventar a nuestra persona de Internet, debemos hacer un intercambio: podemos ser absolutamente honestos con nosotros mismos y publicar la verdad más pura de nuestros corazones… a cambio de dos o tres likes. O podemos analizar las fuerzas y tendencias que mueven la conversación de las masas para averiguar qué quieren escuchar y fabricar el tipo de contenido que extraerá más likes de ellos.
La mayoría de la población existe en medio de estos dos extremos: movidos por la intuición y el deseo posteamos al mismo tiempo para nosotros y para el mundo. Nos expresamos y entretenemos. O compartimos memes, que es lo mismo.
Por eso me preocupa que, igual que la chusma romana en el coliseo, nos reunamos todos a reír y celebrar alrededor del sufrimiento humano. ¿Qué dice eso de nuestra especie?
Primero fue Raúl y su fallido asalto, que inspiró infinitos memes y remixes de su miseria. Un día después, una explosión en Líbano dejó más de 70 muertos, alrededor de 4000 heridos y envenenó el aire de la ciudad… para que nosotros respondiéramos con chistes de Malcolm in the Middle.
¿De dónde viene esta alegre crueldad? ¿Son las redes y sus misteriosos algoritmos, los que recompensan el conflicto? ¿O es nuestro corazón el que está podrido?
¿El ser humano es cruel y miserable, o sólo es ingenioso y adaptable? Porque todos entendemos, vagamente, las emociones que mueven la conversación en línea: Si ves un post triste, lo ignoras, a menos que sea alguien que conoces. Un meme gracioso es casi imposible de ignorar, es más, lo compartes. Es una oportunidad para ganar puntos por proximidad.
La tribalidad y la lujuria son fuerzas sociales muy poderosas, pregúntale a los tuiteros políticos y a las modelos de Only Fans. Pero entre todas las emociones que reinan sobre las nubes digitales, no hay otra más poderosa que la ira.
Como todo buen juego, la red social te permite hacer combos: junta un video que inspire ira, risa y la satisfacción de la tribalidad reafirmada y tienes un remix de la madriza de Raúl con música de Linkin Park: éxito total, viralidad asegurada.
O la madriza del ratero con música de Goku, o la madriza del ratero con doblaje latino. Hay fórmulas tan exitosas que se vuelven éxitos seguros.
Una estrategia ganadora en redes sociales es repetir lo que ya está funcionando, pero tienes que apresurarte, porque si todos van a beber de esa fuente, el agua se agota rápido.
Quizá eso explique aquél extraño tuit que me encontré:
Era otro remix de la madriza del ratero. Mezcla dos memes, un clásico, nada especial.
Lo que me llamó la atención fue el tono del tuit. Este valedor entregaba su meme con una excusa y una reverencia, como el estudiante que lleva tarde su tarea al profesor.
Este men invirtió tiempo y esfuerzo para llegar puntual a entretener a las masas, y no es el único.
Este men hizo una caricatura:
Este valedor también aprendió a dibujar para reírse de la desgracia humana:
Este otro hizo todo un doblaje:
Señoras y señores, este usuario de Twitter.com pasó todo el día haciendo una animación en stop motion del peor momento de la vida de Raúl, sólo para hacernos reír a cambio de puntos falsos del Internet:
¿Y a quién le importa, no? Son sólo personas haciendo reír a otras personas, sí, pero todo este siniestro ritual ocurre alrededor de la brutal verguiza que cuatro seres humanos le propinaron a su prójimo en una combi en movimiento.
Disculpen si hoy no hablamos de Beirut, pero es que el corazón no me da.
Pero sí quiero hablar de la madriza de Raúl, porque el viaje en combi es una experiencia fascinante: Es una derrota convertida en victoria. Su mera existencia es prueba de que millones de mexicanos le valemos verga al Estado, al Mercado, a la historia y a Dios, pero no entre nosotros.
La combi llega a donde no hay Metro y la toman los que no tienen para el Uber.
En la combi caben 10 personas en asientos que apuntan todos hacia el centro del vehículo, como en un diminuto anfiteatro y, si se sube alguien más, debe viajar bien apretado a las carnes del pasajero de al lado. El espacio es tan estrecho que, si no existieran los celulares, nos veríamos obligados a mirarnos a los ojos durante todo el camino. Una vez que iba de Ecatepec al Metro Moctezuma, se subió mi exnovia a la combi y ambos pasamos la media hora más incómoda de nuestras vidas.
Este breve contrato social depende de la tolerancia mutua de millones de personas y es un milagro que no se repitan todos los días escenas como esta:
Por eso es un blanco tan fácil para el crimen. Un sistema de cooperación tan complejo,sostenido únicamente por la confianza mutua, sólo necesita de un individuo que rompa esa confianza para convertirse en catástrofe.
La combi suele ser la primera y la última parte de un largo trayecto, del barrio a la ciudad y de la ciudad al barrio.
Millones de mexicanos, ignorados por la economía y el país, pasan las mejores horas de sus vidas atrapados en tubos metálicos que llevan sus desveladas almas a toda velocidad, lejos de casa, a participar de una economía de servicios para la clase media a la que identifican como alta y a la que aspiran a algún día, si Dios quiere, ascender.
En las poblaciones rurales, la combi es un lugar de encuentro. Alrededor de Tepoztlán, una red de combis lleva a la gente de los pueblitos al pueblo grande, donde venden a los turistas su mercancía, sus artesanías o las horas de su vida.
En la combi que viaja de Amatlán a Tepoztlán, pocos miran al imponente paisaje montañoso que acompaña al viaje, porque todos se conocen, todos encuentran en el camino a alguien con quién platicar, o por lo menos a quién saludar.
En la combi del barrio nadie se conoce. Los lazos de compadrazgos y camaradería inspirados por la economía local fueron desgarrados por los OXXOs y Aurrerás que volvieron imposible el sueño del negocito local. Cuando los empleos cercanos se agotaron y las tiendas de las corporaciones se llenaron de gente de otros barrios, no quedó de otra más que viajar hasta la ciudad, dos o tres horas de ida y a veces más de regreso, con tal de llevarse un pinche pan a la boca. Con tal de vivir, porque este país opera bajo la filosofía de que quién no trabaja, no come.
Cuando pasas ocho horas en el trabajo y seis horas en movimiento, te quedan apenas diez horas del día para ti. Considerando que el organismo humano necesita de un mínimo de ocho horas de sueño diario, luego de dos horas en tu casa, comienzas a preguntarte si prefieres vivir o prefieres dormir.
Y si tienes hijos, ¿qué los vas a educar en dos horas? En las ciudades dormitorio, a los niños los educa el barrio, su familia es el crímen organizado que hace todavía más imposible la economía local y el tejido social.
Todos ustedes vieron el remix, que dura como un minuto. ¿Cuántos vieron el video completo, que dura como seis minutos e incluye las reacciones previas al asalto? Yo lo encontré en Xvideos:
https://www.xvideos.com/video57452947/beatiful_teen_has_fucking_with_paseengers.
Te digo que el viaje en combi es una experiencia fascinante. Es un extraño experimento en el que pones a varios primates sin relación de familiaridad entre ellos a convivir durante horas. La mayoría elige escapar de la situación, al luminoso confort de sus pantallas, a monitorear los últimos números de su posición en la jerarquía.
Ponle atención al valedor de la puerta, me da mucha ternura cuando se acuesta sobre su mochila para ver su celular. Ese breve despliegue de cansancio es la única prueba que necesito de que el ser humano no es bueno ni malo, sólo es vulnerable y la mayor parte del día sólo quiere estar en paz.
Pero hay que trabajar. Hay que salir todos los días y exponer estos cuerpos que evolucionaron para vivir en tribus cercanas a la brutal indiferencia de una ciudad a la que ni siquiera le importa que atravesamos una pandemia global. La economía y los completos extraños que contratan tus servicios están dispuestos a arriesgar tu vida con tal de fingir que nada pasa, que todo sigue normal. Y tú estás dispuesto a arriesgar tu vida porque qué pinche alternativa te queda. ¿Qué otra cosa puedes hacer?
Las organizaciones globales de la salud te dicen que te quedes en casa para no poner en riesgo a tus seres queridos, pero si no sales a la calle no te pagan para seguir pagando la renta y al rato no tienes ni casa donde quedarte.
Antes del Covid, ya estaba culero desperdiciar tu vida en el transporte público. No hay una sola sonrisa genuina en todas las combis de la México-Texcoco y luego viene el pinche Raúl a cagar el palo.
¿Quién te dió derecho, pinche raúl, de tomar nuestras posesiones materiales, tan vacías por ellas mismas, pero llenas de todo el trabajo que nos costó comprarlas?
¿Quién te dió derecho? ¿La familia a la que ya no puedes mantener? ¿La pinche educación pública que nunca te enseñó cómo vivir en un mundo que te desprecia? ¿El desempleo y la desesperación de que con tus dos manos no hay nada que puedas hacer para alimentar a tus hijos? ¿Que ni siquiera desperdiciar tu vida en la combi sea una opción para ti en esta perra ciudad que nunca te ha ofrecido más que dolor e indiferencia?
Dicen que si un niño es rechazado por su aldea, está dispuesto a quemarla con tal de sentir su calor. Y ahí vas, pinche Raúl, a quemar tu cachito de aldea, porque estás desesperado y lleno de furia, pero olvidas que todos estamos igual, pinche Raúl y no estamos allá afuera robando.
Me pone a pensar, ¿qué tan desesperada debería estar mi propia situación para estar allá afuera robando?
Y tan frágil como es el sistema de transporte que alimenta de esclavos a la bestia en la ciudad, así de frágiles son tus planes.
¿Ya viste el video del asaltante madreado en la combi? ¿Viste el instantáneo terror de Raúl cuando se queda solo? Ese miedo instintivo de animal acorralado que se para al borde de la combi en movimiento a decidir entre saltar al asfalto o quedarse en la combi con esos otros seres humanos.
Y Raúl se queda. Entre ese miedo instintivo de los pasajeros que le agarran las manos mientras gritan “no dejen que dispare”. Entre toda esa ira acumulada que encontró una vía de escape en la carne de Raúl.
Y la torpe verguiza que le acomodan es para mí la prueba de que el ser humano no es bueno ni malo, es un pobre animal acorralado por un mundo que intenta asesinarlo.
Los pasajeros de la combi le gritan, entre patadas que “no te vuelvas a pasar de verga” porque la golpiza no es un acto sádico, sino pedagógico. Le están enseñando a Raúl y al mundo que eso no se hace, que el que no trabaja no come y que si quieres una vida más o menos digna en esta ciudad debes subirte seis horas al transporte público para pasar otras ocho horas cumpliendo los caprichos de una clase media que te desprecia para desquitarse de sus propios demonios.
Y luego viene este valedor a decirle a Raúl “Para que sientas lo que sentimos”, con sus puños como metáfora de la putiza que le mete a diario esta realidad indiferente, sin saber que eres tú, Raúl, el que entiende mejor que nadie cómo se siente, el que conoce a los puños de la sociedad como a su propia mano porque sólo deja de sentirlos cuando toman vuelo para ponerle otro vergazo.
“Para que sientas lo que sentimos” ¡Cabrón, todos nos sentimos igual!
Raúl y los pasajeros y la gente que se burló de ellos para sentir aunque sea un poquito de amor a través de la pantalla. Sometidos por el yugo de esta cosa abstracta a la que entienden como “sociedad”, sufren tanto que no pueden darse el lujo de mirar al sufrimiento de alguien más.
Sin saber que no hay sociedad, no hay estado, no hay mercado, no hay Dios. Sólo hay seres humanos a merced del mundo.
No hay nadie más para salvarnos, deja de buscar, sólo estamos tú y yo. De nuestras interacciones emergen todas estas entidades abstractas a las que dedicas tu vida. Este frágil sistema global al que todo obedecemos, obedece al trato que te doy y al trato que me das.
¿Vas a seguir concentrado en tu dolor para ignorar el mío? ¿Qué no ves que son el mismo?
¿Vas a golpearme para desquitar tu rabia o vas a ayudarme a aliviar la mía? Primero tienes que sentirla.
Mira al cielo esta noche y contempla la absoluta soledad que nos rodea de aquí hasta el infinito. Estamos solos en esta Tierra que hemos convertido en un infierno, pero podemos transformarla en paraíso.
¿Estás harto de sentir lo que sientes? Entonces guarda silencio y pon atención, para que sientas lo que yo siento.
Ya, mucho texto, mucho drama. Te dejo una rola: