Una nota sobre la expo de Circe Irasema en www.pared.space

En 1987, Helena Beristáin publicó un librito acerca de los mecanismos de desautomatización en la poesía de Rubén Bonifaz Nuño: Imponer la gracia. El título concreta, junto con el poema de donde viene, la virtud del poeta, dicho en el sentido amplio de “poeta” como “creador”: 

Yo también conozco un oficio: 
aprendo a cantar. Yo junto palabras justas 
en ritmos distintos. Con ellas lucho, 
hallo la verdad a veces, 
y busco la gracia para imponerla.
(poema 2 de Los demonios y los días, de 1956). 

Bonifaz Nuño habla de “imponer la gracia”, de “sacar las cosas de la impura corriente en que pasan confundidas”:

Siempre ha sido mérito del poeta
comprender las cosas; sacar las cosas,
como por milagro, de la impura
corriente en que pasan confundidas,
y hacerlas insignes, irrebatibles
frente a la ceguera de los que miran. 
(poema 27 de Los demonios y los días). 

Pienso que Cirse Irasema quiebra nuestro letargo a punta de golpes con sus bolitas de papel falsas. Porque, ¿qué mérito hay en pintar recetas médicas? Podríamos, guiados por las estrategias de desautomatización que comenta Helena Beristáin, decir que Circe crea una impresión a través de “violar formas tradicionales estereotípicas y características de cierto género”. Es decir, al traer lo mundano (la receta médica) al mundo etéreo de la pintura, se quiebra un pacto de ficción (el deber ser del cuadro), y con ello viene la revitalización del objeto pintado. 

Podríamos pensar, también, que al “no llamar al objeto por su nombre, sino describirlo como si se viera por primera vez”, Circe resignifica el motivo de su pintura para imponer su gracia. Sin embargo, para que haya re-significación y re-vitalización debió haber antes des-significación y des-vitalización. La pintura ya está hasta plagada de lo mundano y lo mundano conoce por lo largo y lo ancho los terrenos del arte. Entonces, parece más bien que la bolita de papel falsa de Circe va dirigida al desprecio normalizador que sumergió las recetas en la impura corriente en que pasan confundidas. Más que una desviación de la pintura, sugiero que pensemos en una viación, des-desviación por ser negación doble, tanto del objeto pintado como del que se observa.

Pero hay alguien: saca la cara negra
sobre la corriente de su río
de renglones cortos
respira y nos dice: “¿Qué es nuestra vida
más que un breve día?”, y entonces,
tocados de golpe, comprendemos:
sabemos que somos heno, verduras
de las eras, agua para la muerte. 
(Más adelante del poema 27 de Los demonios y los días). 

Pintura es el acto de pintar: Circe asoma la cara a la corriente y sale con sus recetas en los ojos. Nos presta sus ojos y miramos las recetas, con sus extraños colores pastel, los sellos, los bordes y la mezcla de letras humanas y letras de molde. Vemos los extraños dobleces que ha padecido al salir y entrar quizá de alguna bolsa; también la huella de la luz en ellos, la sombra que proyectan debajo de sí; distintas luces y sombras según de donde esté y a qué hora.

Detrás de la letra, encontramos a la persona que tuvo la receta; detrás de la persona, a nosotros como posibles portadores de esa máscara. Trastocando lo que Yeats dice en su ensayo “El simbolismo de la poesía”, podríamos llamar a esto, pintura metafórica, pero es mejor llamarla pintura simbólica, porque las metáforas no son lo bastante profundas para conmover cuando no son símbolos”. Las instituciones médicas y el consumo de fármacos crearon un símbolo en común. Este símbolo, en la pintura, brilla por sí mismo.

En fin, recordemos la historia de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky, El caballo de Turín (2011), cuando un hombre golpea a su caballo, sin pensar que el animal podría no perdonarlo jamás. La película cuestiona lo holgados que vivimos porque sabemos que el Sol saldrá al día siguiente. El mito del eterno retorno: ¿qué de normal hay en que arrojemos, tan confiados, las recetas al bote de basura para que inicien su viaje a las periferias de la ciudad, donde yacerán por siempre? Pienso que podríamos tener una receta en la mano y esperar, y sorprendentemente, ver que se queda ahí. Como dice Cristina Peri Rossi, “lo natural es el asombro”.